Dr. Montes, víctima adelantada de la salud como negocio

  • Un documento de Goldman Sachs explica a sus clientes claves de rentabilidad. “¿Curar es un modelo de negocio sostenible?”, se pregunta. Y se responde: “Es más rentable invertir en tratamientos para terapias crónicas”

Hablemos de la salud. De la salud como negocio. Una de las primeras víctimas de su mercantilización fue el doctor Luis Montes, fallecido de forma repentina este jueves. Hemos perdido a un médico entregado al concepto más altruista y humano de su profesión, y hemos revivido la impune cruzada que el PP de Madrid emprendió contra él por su defensa de la sanidad pública y el derecho a una muerte digna. Tal es la inquina de esos sectores turbios y reaccionarios españoles que ABC se permitió dar la noticia con este titular: “Muere Luis Montes, el doctor juzgado por sedar a 400 enfermos terminales”. Cuando el caso fue archivado y no existe condena que permita esa vinculación tan malintencionada.

No fue un caso aislado. La destitución e investigación judicial -no llegó a haber procesamiento- del Dr. Montes y su equipo supusieron un enorme retroceso en la atención a los enfermos terminales. Por temor, muchas personas fueron condenadas a morir con dolor. Así es. Aún hoy sabemos de víctimas de esa concepción talibán que se resiste a aplicar incluso el Testamento Vital. Acaba de ocurrirle a la madre de una amiga mía.

Morir con dolor. Y, otros, morir en el más exacto sentido de la palabra. No deja de ser curioso ese celo en evitar que se palíe el sufrimiento en las horas finales de la vida bajo la excusa de sentimientos religiosos, cuando se despliega tal crueldad. En realidad, había otras razones más prosaicas: ocurrió cuando se iniciaba el desmantelamiento de la sanidad pública. En Madrid de la mano del consejero de Esperanza Aguirre, Manuel Lamela.

La misma crueldad desplegada hacia la vida de las personas directamente. Ha pasado casi desapercibido un estudio solvente que cifra en un 15% el aumento de los fallecimientos de emigrantes, desde la “reforma” del PP en 2012. Cuando sacó de la sanidad pública a personas de las llamadas “sin papeles”. La Dama de los Confetis, Ana Mato, dictó el Decreto de la mano de Mariano Rajoy, y a ninguno de los dos les tembló como ellos mismos dirían. Del mismo modo que suprimió medicamentos subvencionados por el sistema público, con bastante menos ahorro económico que dolor causado. El hecho es que un 15% de seres humanos llegados de otros países que podían estar vivos no lo están, y hay que decirlo así de claro. Y que ha aumentado la incidencia de algunas enfermedades en la población en general.

Hay gente tan desalmada que lo ve como algo ajeno. Emigrantes. Muertos. Pero el liberalismo feroz y algunas corrupciones también vienen o han venido ya a por ellos. Se han duplicado las muertes por gripe. Y hay más causas que “el mal tiempo” y la vacuna que este año no sirvió por mutación del virus. Que la precariedad debilita defensas no es decir nada nuevo. Sí inconveniente.

De precariedad y desprotección hablan las pensiones sentenciadas. Tras prometer en cada elección que no perderían poder adquisitivo, va y suelta el Banco de España que van a estar 50 años, ¡50 años! Sin subir más del 0,25%. Los escolares de secundaria ya cargan con esa losa encima. Si no cambian las políticas aplicadas, que no son las únicas posibles.

El liberalismo feroz viene a por todos. Llegan noticias alarmantes sobre el aumento en los precios de algunos medicamentos esenciales. Los del cáncer en particular. Y ya se menciona, se anticipa, que el Sistema Público no va a poder sufragar el coste, añadido con un previsto incremento de la incidencia. Más cáncer, más caro tratarlo, y menos dinero. Las amenazas se cumplen cuando están fundamentadas en hechos. Con el ultraliberalismo suele suceder. Y con creces.

La salud es un negocio para quienes consideran el lucro una prioridad sin reparar en el daño causado a las personas. Y el cáncer, el gran monstruo de nuestro tiempo, cotiza al alza en ese mercado. Tiene en su tratamiento uno de sus bocados más apetecibles. Para las farmacéuticas y la medicina privada, sin duda, el problema es que los gobiernos no les ponen condiciones. Y se toleran “precios descontrolados y arbitrarios”, y técnicas como “retirar un fármaco para volver a sacarlo al mercado un año después con un coste 12 veces superior”, según contaba el subdirector de eldiario.es Juan Luis Sánchez. Ya vienen a por todos los que no puedan pagar los tratamientos “caros”, que son la gran mayoría. Desde luego, dificilmente se tendrá acceso a los tratamientos punteros con mayor fiabilidad de curación.

Ya no ha faltado más que la filtración de un documento de Goldman Sachs, la influyente consultora que tiene sus piezas bien colocadas en puestos fundamentales de decisión. Con crudeza máxima explica a sus clientes claves de rentabilidad. “¿Curar es un modelo de negocio sostenible?”, se pregunta. Y se responde: “La curación genética de enfermedades es un mal negocio. Es más rentable invertir en tratamientos para terapias crónicas”. Se lamenta de que la eficacia del Sovaldi para la Hepatitis C ha hecho caer los beneficios de la farmacéutica. La gente se cura, y es preferible que cronifique sus males. Más tiempo gastando. Solo que la sanidad pública, en manos liberales ahora, no está por la labor de costear lo más gravoso. La científica Esther Samper llegaba a plantear la posibilidad de una farmacéutica pública. Solo que este viernes cargado de noticias apenas deja espacio para… lo vital.

Acongoja ver a una ciudadanía tan profundamente desvalida ante las amenazas que la cercan. Tan distraída con asuntos que afectan mucho menos a su vida que la realidad que se sienta ya en su mesa y le pone puentes a un despeñadero futuro.

Tiempos de juicios precipitados. Salvo notables excepciones, de periodismo cautivo. De periodismo valorado en función de la aparición en las pantallas de la peor televisión de la historia. De opiniones que arrancan de prejuicios, de prejuicios que toman forma. De política de encuestas. De política egocéntrica. De ciudadanos, periodistas, políticos y poderes superiores obrando bajo el lema: “sálvese quien pueda”. El primer paso para perecer de no estar al margen de la jauría.

El Dr. Montes como metáfora. Su ejemplo, su peripecia, las iras que desató, la admiración y el agradecimiento que cosechó. Su labor cargada de altruismo y humanización de la medicina está ahí para algo más que darle una calle con su nombre que si es necesario también. Para mover a la reflexión. La mentes sanas saben que la salud está muy por encima de los beneficios empresariales a su costa. Que lo primero son las personas. Pero esta otra doctrina es la de nuestros de nuestros días. Todavía.