En solo una semana desde el triunfo de Syriza en las elecciones griegas, Bruselas se plantea disolver la troika, el triunvirato de la austeridad que forman el FMI, el BCE y el Ejecutivo de la propia UE. Una primera concesión a Grecia. Al plante que escenificó el ministro de Finanzas, Yanis Varoufakis, ante el delegado del eurogrupo, no reconociendo como interlocutor a ese ente del que solo una de sus tres patas pasa por las urnas. Con astucia y pragmatismo, a continuación empieza a tranquilizar a los mercados y hasta sube la bolsa griega. Alemania, en su línea, se opone enérgicamente a todo cambio. Francia apoya la idea de negociar. Se libra una dura batalla, de fuerzas desiguales, en la que algunos buscan aplastar sin dejar ni prisionero.
“Sería necesario para la eurozona sacrificar Grecia para salvar España”. La conclusión del Wall Street Journal –no por casualidad considerado una de las Biblias neoliberales– no era tanto del diario como de lo que piensa el PP. Era a “Madrid” a quien atribuía la idea de dejar caer a Grecia para frenar a Podemos. En aras, eso sí, “de la recuperación” y de “los intereses de la eurozona”. Es como quien extirpa el bazo para salvar… la cartera.
Otros manuales sagrados del capitalismo –Financial Times o The Economist– mantienen muchas más dudas acerca de la eficacia de las políticas aplicadas hasta ahora y se muestran más proclives a dar aire a Grecia… o a España. La propia lógica de los hechos muestra los resultados sociales del tratamiento: una catástrofe. En Grecia sobre todo, aunque también en Portugal y España. Ni siquiera para cobrar funciona asfixiar a los países. Muerta la vaca, no da leche. Por no hablar de deudas condonadas en la historia, como la de la Alemania, casualmente. O de las desorbitadas cifras entregadas a los bancos –siempre los bancos en la ecuación– sin contrapartidas.
Voces como la del Nobel Paul Krugman insisten en aclarar (para tantos empecinados en no enterarse) que el rescate a Grecia no ha sido en realidad “para Grecia, sino para los bancos de los países acreedores”. Esa deuda brutal que, como en la España de Rajoy –añado–, se ha incrementado fuera de todo control. Krugman explica –desde la economía no neoliberal– que es posible llegar al crecimiento invirtiendo en las personas. Los errores han sido de los Gobiernos conservadores que han pedido prestadas cantidades ingentes de dinero –los de Grecia hasta ahora o el PP de Rajoy en España– y de los bancos que se lo dieron. Deberían apañarse entre ellos. Sería reparador verles discutir por los recortes en sus niveles de vida.
El castigo ejemplarizante que buscan no es propio de una comunidad de países democráticos y soberanos, dice Krugman. Y esa es la gran clave que cualquier mente no condicionada advierte. Es demasiado empecinamiento, demasiada intransigencia, arbitrariedad y demagogia, una atronadora defensa de bancos y especuladores varios en contra de las personas.
En el mundo feliz (para ellos) que se habían diseñado, ha surgido un inconveniente: las víctimas protestan. Exhaustas, no pueden más. Algo que, por cierto, podrían haber evitado de no desbordarse de tal forma su codicia. Durante muchos años lo hicieron. Y la mayoría miró para otro lado.
Es cierto que la rebeldía de Grecia y España van de la mano, aumentando el peligro que sienten al ver mermados sus exagerados privilegios. Y, así, de los autores del “dejemos caer a España, que ya la levantaremos nosotros”, llega el “sacrifiquemos a Grecia para salvar a España”. Salvar a España de lo que la ciudadanía decida, salvarla de aspirar a salir de la precariedad y la desigualdad galopante. Mantenerla en unos niveles de suciedad que asfixian a cualquier ser humano decente.
Han diseñado un plan de difícil escapatoria. Con un programa que incluye desde zancadillas a legislaciones mordaza o reclamar sumisiones. Un PSOE obsesionado en arrojarse al abismo en el que ya habita su colega el Pasok secunda esta deriva firmando acuerdos que dejan manos libres al PP para su cruzada de involución. Los ataques a Podemos que estamos viendo estos días exceden cualquier pugna partidista o necesaria crítica si se trata de periodismo. Y clama la desigualdad de trato. ¿Por qué no preguntan a Rajoy cómo piensa pagar la deuda pública en la que se ha metido de un billón de euros y qué más derechos y servicios piensa podar solo para afrontar los intereses? Al fin y al cabo, como presidente, es a quien compete el problema. Y ese sí es vital y de envergadura.
Syriza está cumpliendo lo que prometió. Ha salido a la arena a por los derechos de la ciudadanía herida y despojada. Un ser como Mariano Rajoy (en las posturas más duras de la UE) baja el pulgar de la condena para toda una sociedad de un país socio y para la suya propia. En defensa de sus intereses de grupo. Tiene que “salvar España”. Esa terrible frase que enarbola guadañas. Pero, al menos de momento, otros sectores piensan que lo más práctico es dar facilidades al deudor. Y ven una oportunidad de al menos suavizar la despiadada política de la austeridad impulsada por la canciller alemana, Angela Merkel. Ella misma se juega la autoridad que se otorgó.
Si la troika cae, será una victoria significativa. Se desgañitaron los portugueses (dentro de su moderación) con su “que se lixe a troika” (que se joda la troika) cada vez que los hombres de negro acudían a apretarles las clavijas con la colaboración de su Gobierno. Esa era la clave: los Gobiernos cómplices.
Cuando Pablo Iglesias aludió el domingo, en la Puerta del Sol, a los españoles que llevan en su ADN la valentía, la lucha y el afán de justicia social, pensé en cuántas veces los cercenaron a lo largo de la historia. En Grecia y en Portugal ocurrió algo bien parecido.
Como en la Grecia que trata de resucitar, corría en Sol un viento limpio y fresco. Profundamente harto, firme, compacto, lleno de coraje e ilusión. Ese espíritu alienta esperanzas de cambio, tome la dirección que tome. Igual resulta que acatar y engullir no es el camino.