Se levantó el capó y el motor echa humo. Las urnas no dieron mayorías absolutas y la España oficial “arde” como un vulgar Twiter. Gobiernos de coalición los hay en toda Europa. Con resultados variables. El problema reside en la peculiaridad española. La insistencia en huir de la realidad. Ignorar que España no es solo Madrid, ni solo la rural y conservadora del interior, a pesar de cómo se ha hecho notar. Injerencias ajenas, desde el IBEX a los medios y a la iglesia católica, tan precisa siempre en sus apuestas políticas. Que los obispos consideren que es una preciosa colaboración abstenerse para que siga mandando el PP no necesita ni comentarios. O el estado en el que la calculadora electoral encuentra a los partidos. Las maniobras se desarrollan ante nuestros ojos con impredecible desenlace aún. Y queda por ver si caerá antes Mariano Rajoy que Pedro Sánchez, si lo harán los dos, o todo seguirá como antes del 20D.
Es cierto, no va a ser nada fácil formar gobierno. Y unos juegan sus cartas forzados, sin resuello, y otros aprovechan paradójicas ventajas. Pero lo primero que hay que recordar en estos tiempos de tan mala memoria es que fue el descrédito de la política tradicional lo que provocó la reacción de la sociedad. En buena parte de ella únicamente de boquilla y sin que implicara el menor trabajo o riesgo. En una palabra: los políticos se lo buscaron. Y ahora pretende mantener su esquema como si nada hubiera ocurrido.
Punto esencial a saber: Votar a la izquierda no es ilegal, ni punible, en los países democráticos. En ningún país democrático. Por más que se empeñen políticos y periodistas que han hecho del servicio al poder su verdadera profesión. Los medios se muestran muy emocionales, desasosegados: esas portadas plagadas, de nuevo, de desafíos, rechazos y portazos, revela su malestar. Verlos tan contrariados es toda una novedad. Se acabó, por el momento al menos, la placidez del jalear la sartén desde el mango. En cambio, votar corrupto no es honrado, ni legítimo. Y pocas voces mediáticas se alzan contra esa evidencia.
Mariano Rajoy, el presidente en funciones, acabó su comparecencia del lunes confiando en que todos “estuvieran a la altura en estos momentos”. Como si nos hubiera devastado un huracán de los mimbres del Katrina. No, que el PP pierda la mayoría absoluta no es un desastre natural, también esto se lo ha trabajado a pulso. Y resulta hasta saludable para la sociedad.
Albert Rivera –el soufflé desinflado en quien tanto confió la prensa- ha brindado un espectáculo insólito en política: salir a dar el apoyo a Rajoy, a pedírselo a Pedro Sánchez, a volver a aparecer hasta en el microondas para reclamar sin descanso ese pacto –que excluye siempre a Podemos- como si del cambio sensato no quedara más que el vendedor cualificado que siempre pareció. Sus 40 escaños son escasos y quedar el quinto en Catalunya, donde lidera la oposición, da idea de la debacle.
Al PSOE el resultado de las elecciones –mejor del que anunciaban los sondeos pero el peor de toda su historia- le sitúa ante el espejo de sus contradicciones. Allí dominan quienes no ven inconveniente alguno en pactar con el PP. Ése es, por cierto, el nivel que muchos creadores de opinión consideran izquierda. Lo único admisible. El resto es reo de excomunión. En un país democrático. De ahí que los principales barones del PSOE estén dispuestos a levantar del asiento a su secretario general, Pedro Sánchez, en momento tan crucial. La virreina del sur lidera la operación volviendo a reclamar sus derechos al pupilo rebelde. Las presiones externas e internas que está recibiendo Sánchez resultan bochornosas y revelan la eterna lucha por el poder que mina a este partido, su diversidad ideológica y de objetivos.
Pero también Pedro Sánchez se ha levantado su propia cruz. Con sus expulsiones y nombramientos. El malestar creado porque, con menos escaños, han quedado fuera valores importantes del partido, como Eduardo Madina, puede ser su talón de Aquiles. La operación Irene Lozano, UPyD, tiene especialmente enervada a una parte del PSOE. No ha faltado más que saber que la cúpula celebró la caída de Madina del Congreso. Pedro Sánchez está, pues, en múltiples encrucijadas. Y su partido más.
Que Podemos no le vea encabezando un gobierno podría ser lógico –ni en el PSOE le ven-, pero que se saque de la manga el Presidente Independiente cuando no tiene ninguna necesidad estratégica, resulta incomprensible. Lo han pedido numerosas voces –desde la derecha-, pero solo a ellos se lo afearán. Esta vez con razón: el presidente de un país se elige en las urnas con conocimiento previo del votante, todo lo demás es tecnocracia. Si Podemos podía degustar el turrón más dulce, ha decidido echarse acíbar a sí mismo, igual para no perder la costumbre.
Lo cierto es que España vive una situación política excepcional y, como señalan medios y voces extranjeras de prestigio, tiene ahora la oportunidad de regenerarse o de seguir hundiéndose en el hoyo. Apoyar un pacto con el PP es apoyar un paquete de muy difícil digestión. Más que líneas rojas son cimientos que condicionan a un país.
El PP ha obrado para tener la llave de todos los instrumentos del Estado. Sus piezas en los tribunales de justicia decisivos, leyes y reformas no han ido precisamente encaminadas a acabar con la corrupción de esas pocas manzanas podridas que dicen tener. La ley Mordaza y las reformas de Códigos y normas tienen un claro signo represivo, hasta de la libertad de expresión. El control, también, de los medios de comunicación, públicos y -de alguna manera- los privados, del que no se ha ocupado directamente Mariano Rajoy, sino su habitual sustituta.
Todo lo han medido como en una empresa. El expolio de la sanidad pública que ha pasado de ser el 5º sistema más eficiente del mundo al 14º según la lista Bloomberg. La injusta fiscalidad y persecución del fraude, basadas en la ley del embudo. El empecinamiento en aprobar los presupuestos pretendía, ahora lo vemos, disponer de ellos en un gobierno en minoría.
Es todo el conjunto. No hay inmundicia en la que alguien del PP no haya estado presente en este período. Desde los Bárcenas y Rato, a las tarjetas Black, los colegios de la Púnica, los volquetes de putas, hasta el hartazgo de naranjas que se dio Rita Barberá a costa de sus contribuyentes muchos de los cuales pasaban penurias, o las nóminas escandalosas de (presuntos) periodistas a mayor gloria del PP en Telemadrid o la televisión de Cospedal. Del gran desfalco a la cutrez pasando por todos sus estadios. Votar o apoyar esto es tener excesivas tragaderas. Y nada lo justifica.
No teman a las palabras, ni a los cambios. España no es una empresa mercantil como interesadamente hacen creer, somos una comunidad de seres humanos. Hemos tomado mucha hiel mezclada con el azúcar. Y los hartos están muy hartos. Con sensatez y aunque lleve tiempo, virar el rumbo es imprescindible..
PD. Mis mejores deseos para la buena gente en estos días y siempre.