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EPA: las cosas van bien… ¡e irán aún mejor!

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. / Efe

Guillermo López García

Cuando llegó al Gobierno, el PP tuvo que reconducir apresuradamente la historia de éxito con la que ganó holgadamente las elecciones de 2011: con el PP en el Ejecutivo, la creación de empleo sería inmediata y apabullante; la confianza volvería a los mercados financieros al ver, por fin, a Mariano Rajoy en La Moncloa; la deuda pública se diluiría cual azucarillo en un par de años; ¡incluso la vivienda volvería a subir como antes!

Creo que no es aventurado decir que hasta el director de La Razón, Francisco Marhuenda, estaría de acuerdo conmigo si digo que luego las cosas no han resultado exactamente así. De manera que, ante las dificultades, ante las cuentas que no cuadran, ante una realidad que no es la que nos aseguraron, el PP se ha embarcado en un ambicioso proyecto: vender una realidad paralela que sustituya a la desagradable realidad real (valga la redundancia).

Pero la venta ha vivido una evolución ciertamente peculiar, con el paso del tiempo. Inicialmente, cuando las cosas estaban tan mal que era imposible negar las evidencias, el Gobierno se limitó a maquillar la realidad y a decir que todo era culpa de Zapatero. Es decir, lo mismo que dijeron en la campaña: que Zapatero era un incompetente y un irresponsable. Lo cual está muy bien, pero, ocioso es decirlo, no respondía a la irritante pregunta de: ¿y no se suponía que el PP nos traería la solución?

Dos años después, pasado el ecuador de la legislatura, el Gobierno pasó a la segunda parte de su estrategia: vender la idea de la recuperación “que aún no se nota, pero que está ahí”. El relato que se intenta componer es claro: dos años de sufrimiento “por culpa de Zapatero” y dos años de paulatina recuperación “que no ha llegado aún a los ciudadanos, pero llegará”.

La historia de la recuperación tiene dos puntos fuertes: el primero, que los mercados financieros están más tranquilos que hace dos años y la situación económica parecía, al menos, que ya no se deterioraba más; que se estaba tocando fondo. No está claro si la superación de los peores escenarios (una intervención de la troika) obedece a la sonrisa de Mariano Rajoy o a la decisión del BCE de acabar con la escalada de la prima de riesgo, que a su vez ha permitido que España (y también Italia, con una evolución muy parecida) pueda endeudarse a un precio más bajo que antes (lo cual no significa endeudarse menos que antes, sino más o menos igual: la deuda se aproxima ya al 100% del PIB). Pero ahí queda el dato.

El segundo punto fuerte es mediático. Por resumir mucho el asunto, en los últimos dos años el PP ha logrado controlar, directa o indirectamente, casi todos los grandes grupos de comunicación (los que aún no controlaba, quiero decir). Y, sobre todo, ha desactivado a los grupos tradicionalmente afines al PSOE. El primero, Público-La Sexta, desapareció como tal hace dos años, y hoy La Sexta es propiedad de Planeta. Como Antena 3 y como La Razón. El segundo, el grupo Prisa, sobrevive gracias al apoyo de Telefónica y de la banca española y vive desde entonces una notoria luna de miel con Mariano Rajoy.

Un control mediático de esta envergadura, que abarca casi todas las televisiones, radios y periódicos impresos, es crucial para vender, nunca mejor dicho, la historia de la recuperación, que es por el momento una recuperación etérea, que los ciudadanos no ven. O ven, más bien, lo contrario. Que no está ahí aún, pero estará. No es que sea un soporte discursivo muy sólido contra las evidencias en sentido contrario que, día tras día, podemos percibir los ciudadanos, pero con menos se han montado exitosas religiones.

Además, si las religiones pueden aportar milagros, el Gobierno, medios de comunicación mediante, puede aportar encuestas, que acreditan que los españoles se están convenciendo a marchas forzadas del milagro de la recuperación, aunque aún no lo noten; y que, en definitiva, irán en masa a votar al PP, como siempre. ¡O aún más, que con un par de semanas más de encuestas exitosas el PP se planta en un 50%! Claro está que luego uno mira los datos de intención directa de voto (o los sorprendentes saltos, siempre favorables al PP, en apenas unas semanas) y las cuentas no salen, pero eso es porque los votantes son tímidos, o aún no saben que acabarán votando al PP, que también puede ser.

Sin embargo, en los últimos días el Gobierno ha dado un paso más allá en su estrategia; Mariano Rajoy en particular. Tras varios meses en los que los datos del paro admitían lecturas moderadamente positivas (la destrucción de empleo se ralentizaba; el paro disminuía incluso, aunque a una escala aún muy pequeña), la EPA del primer trimestre ha sido desastrosa, sin paliativos. Porque, además, ha quedado evidenciado algo que también podía detectarse en las anteriores cifras: que buena parte de la reducción del paro no obedece a la creación de empleo, sino a que los parados se van de España o abandonan su búsqueda de trabajo. Lo cual contribuye a mejorar las estadísticas, pero, desde luego, no avala la mejora de la situación.

Y ahí es donde Mariano Rajoy apareció con sus espectaculares declaraciones: “Estoy muy contento. Las cosas van bien, y van a ir mejor”. Aquí ya no hay maquillaje de la realidad, ni siquiera una realidad construida. Aquí tenemos, directamente, la negación de la realidad. Uno se imagina a Mariano Rajoy como malvado Emperador de la Galaxia, celebrando alegremente la destrucción de la Estrella de la Muerte; a Mariano Rajoy felicitando al Gobierno de Ucrania por lo bien que marchan las cosas allí; a Mariano Rajoy enviando un mensaje de alegría por Twitter en el momento en que la selección española cae eliminada del Mundial.

Con todo, la primera parte de la frase, “van bien”, no puede competir con la segunda, que resulta directamente escalofriante: “y van a ir mejor”. ¿Aún mejor? ¿Más aún? Estremece pensar en qué horizonte piensa Rajoy cuando habla de que las cosas pueden “mejorar” todavía más, dado lo que él parece considerar una mejora. O quizás se trata de que, sencillamente, las buenas noticias son buenísimas; y las malas, también.

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