Lo esencial y lo urgente
Escribía José Luis Sampedro en La senda del Drago (Plaza&Janes, 2006) acerca de una hora y un tiempo entre tinieblas y luz, en los que su personaje vislumbra mejor “lo esencial, siempre escondido bajo lo urgente”. Lo recuerdo a menudo, cuando aparco temas o corto párrafos enteros de un texto para guardarlos en un archivo de retales. La actualidad nos obliga a los periodistas a actuar como bomberos apagafuegos, en todo momento hay noticias acuciantes que atender. Lo urgente. Lo que Sampedro nos dijo escondía lo realmente importante.
Hoy también hay, seguro, un político que ha metido la pata, o la mano en una caja de dinero público. Navajazos en las pasarelas del poder. Nuevas revelaciones de las tramas corruptas. Intereses cruzados cada vez más visibles. Algún opinador haciendo el ridículo. Los republicanos de EEUU demostrando que Trump no fue una casualidad. Y, mañana, los franceses nos deciden si le dan el mando al fascismo y crujen Europa sin cabida a la regeneración que precisa.
Pero hoy voy a dar paso a lo que no suele parecer tan urgente, ni con un gran gancho popular. No desde luego, como los llamados “zascas” y “rifirrafes” de la sociedad del espectáculo o la disyuntiva transcendental sobre si es mejor futbolista Messi o Cristiano Ronaldo.
En la rueda sin fin de los días pasan ciudadanos que luchan por un hospital, aquí y allá. Un jefe de la UCI pediátrica, con 30 años de trabajo a sus espaldas, dimite harto de reclamar soluciones a la falta de camas. Millones de jóvenes se van, ya se han ido, y les va quedando poco sitio para permanecer en esta Europa insolidaria. Las victimas del machismo endémico que suenan –poco– cuando han sido asesinadas y no cuando se encaminaban a la violencia que decreta la permanencia de la plaga en las costumbres. El paro de larga duración que, bajando la edad, ha llegado a los trabajadores de 45 años con lo que implica de difícil salida.
Estacioné en los descartes hasta a un anciano al que se dejaron olvidado, muerto, en un banco del jardín de una residencia. Fue en Alcorcón, Madrid. Resultaron imputadas la jefa de planta y una auxiliar del turno de noche, ese trabajo tan sacrificado. Leí que hubo con anterioridad protestas por una abrumadora falta de personal y medios. En horario nocturno corresponde atender 80 residentes a cada auxiliar. Ahora resulta que varias residencias privadas, con plazas concertadas, cancelan los acuerdos porque les pagan menos y ya “no les sale rentable”. De modo que cientos de ancianos andan de traslado en Madrid adonde sí proporcionen ganancias.
Por cualquier lado que miremos encontraremos hechos similares. Tenemos el caso de una pareja que robó comida caducada de un supermercado en Alicante. El establecimiento no denunció, pero la Fiscalía pide cárcel para ellos. Habían forzado el candado de la puerta.
Cualquiera pensaría que lo esencial para buena parte del género humano es tener garantizados salud, educación, empleo, sustento y casa, como mínimo. Y, sin embargo, muchos no se comportan dando pasos para lograrlos. Los dan, para perderlos.
Lo esencial es lo que marca la diferencia entre lo indispensable y lo superfluo. Lo esencial es lo que intentarías hacer el último día de tu vida. De conocer la fecha, no sería la búsqueda de dinero el principal objetivo. Perderían relevancia las diatribas que se llevan horas y días. Ojos y oídos, puertas del cerebro, se agudizarían para detectar lo que importa y rechazar lo irrelevante. Quizás en lo esencial están los porqués de cuanto nos sucede, el hilo conductor.
Priorizando lo esencial, se adquieren nuevas certezas y se disipan muchas dudas. Que no se puede considerar un trabajo en condiciones gran parte de los empleos que se crean en España. Que aceptar un empleo precario es precarizar el resto, pan para hoy y hambre para mañana y para muchos. Que no es obligatorio mentir en periodismo por seguir los intereses de la empresa o la dirección. Que mentir no es opción en ninguna circunstancia, particularmente en trabajos de trascendencia social. Que las otras personas tienen derechos. Por citar algunas obvias que, sin embargo, se olvidan. Caerían ante nuestros ojos muchas caretas y gestos. Se verían con más nitidez culpas y causas.
Desnudos de prejuicios ante lo esencial ¿seguirían todos manteniendo que la corrupción en el PP son casos aislados? ¿Y que hubo alguna razón lógica para que volviera a gobernar sin tener la mayoría necesaria? ¿Y que la candidatura que apoyan con fruición los medios convencionales es la mejor para un partido socialista? ¿Y que lo que pasó y pasa en el PSOE es normal? ¿Y que las nuevas formas en políticas son realmente nuevas? ¿Y que lo peor que ha pasado en las vidas de algunos es Pablo Iglesias? ¿Y que las declaraciones y luchas por el poder merecen ocupar tanto tiempo de información?
Una mujer llama esta semana a Radio Nacional de España. A un espacio, en la tarde, destinado a personas felices.
—“Era autónoma pero no me salieron las cuentas y lo perdí todo. Ahora tengo el 90% de probabilidades de conseguir un trabajo de barrendera y soy muy feliz, soy una persona feliz”, explica.
El conductor del programa le responde que, “según han contado los barrenderos, no es un trabajo tan desagradable como puede parecer. Están al aire libre”.
En verano y en invierto, ciertamente.
De la vida cotidiana a las grandes convulsiones. Al presente que pesa y el futuro que se angosta si no se vislumbran vías de apertura. Cuando el mundo se vuelve tan desesperanzador, se recurre a cosas tan poco urgentes como un árbol, el horizonte, el eterno ritmo del mar, una fotografía del viejo reloj de Pensilvania, de cualquier reloj, de ningún reloj. A los sabores, a los acentos, y por encima de todo a las personas que importan.
Imagino al personaje de José Luis Sampedro, a él, en esa hora en la que las tinieblas empiezan a clarear y lo verdaderamente urgente es buscar lo esencial.