España también es parte de la plurinacionalidad

0

En septiembre de 2017, a pocos días de la celebración del referéndum independentista en Cataluña que se saldó con una fortísima represión policial y la detención y encarcelamiento de los promotores de la iniciativa, Unidas Podemos convocó una asamblea por el diálogo y la no judicialización de la política. Allí participaron, con excepción singular del PSOE, todas las fuerzas políticas del país que, dos años después, sostendrían al primer gobierno de coalición progresista. La movilización reaccionaria se tradujo en un asedio al lugar de celebración de la asamblea e incluso en agresiones a sus participantes, así como una demanda contra dos dirigentes de izquierdas, uno de los cuales era yo, que un juzgado admitió a trámite. Con todo, aquella asamblea fue la primera cristalización de un nuevo bloque de poder que defendía varios proyectos de Estado –de perímetro republicano y plurinacional— que confrontaban con el hegemónico proyecto de Estado reaccionario.

La radicalización de las derechas españolas, estimulada por la feroz competición entre Ciudadanos y PP por ser quienes canalizaran la respuesta al proceso independentista catalán, las había fortalecido socialmente al coste de aislarlas políticamente. El vehículo que habían escogido las derechas para ese proceso de crecimiento –el nacionalismo español– era el mismo que las alejaba de antiguos aliados como la derecha catalana y la derecha vasca. Esa creciente brecha terminó culminando en la moción de censura de 2018 que desalojó al PP de la Moncloa. Meses más tarde, irrumpiría la extrema derecha en Andalucía, hija del mismo proceso de radicalización de las derechas, y agudizaría la distancia entre los conservadores de distintas identidades nacionales. A nivel nacional quedaban constituidos dos bloques, aunque en absoluto homogéneos, con proyectos de Estado antagónicos. 

De un lado está el proyecto de Estado de una España centralista, uniforme, esencialista y negadora de la diversidad nacional que conecta de manera natural con la larga y hegemónica tradición política que va desde Cánovas del Castillo hasta Primo de Rivera. El resumen es “una España donde caben muy pocos, pero todos buenos españoles”. De otro lado, un ambiguo y heterogéneo bosquejo de una España plural, diversa y que se resumen en “una España donde caben todos” y que hasta cierto punto admite la posibilidad de irse del club. Este segundo bloque es el que se expresó en la moción de censura de 2018 y en los gobiernos de coalición progresista de 2020 y de 2023. 

La derecha es consciente de que la disposición de estos dos bloques dificulta mucho la posibilidad de alcanzar el gobierno nacional, por más que algunos medios de comunicación se empeñen en trasladar lo contrario. Existe una pulsión pragmática en el PP que asume que el único camino pasa por recuperar las relaciones con sus aliados conservadores vascos y catalanes, lo que implicaría un cambio radical en discurso y estrategia política. En esta clave deben entenderse los fracasados intentos del PP para conseguir incluso los votos de Junts para la investidura de Feijóo, así como los “lapsus” de Bendodo hablando de plurinacionalidad. Por cierto, el PP gallego siempre estuvo incómodo con la visión más centralista de España, y es fácil encontrar declaraciones del propio Feijóo hablando de esta cuestión en términos profundamente heterodoxos. Ahora bien, esta pulsión pragmática está totalmente ahogada por la fuerza del nacionalismo español más reaccionario, encabezado en el PP por Díaz Ayuso y respaldado por el poderoso entramado mediático madrileño. 

En el otro bloque las cosas son, si caben, aún más complicadas. Con todo, este bloque se cimenta en su oposición al otro bloque, es decir, en los sentimientos y miedos que despierta la posibilidad de que el bloque reaccionario se haga con el gobierno nacional. Pero más allá de ese punto, del todo lógico, las diferencias son abismales y difíciles de salvar. Las tensiones son y serán continuas. Por eso es razonable, por ejemplo, no concluir que estamos ante un bloque de izquierdas que ha dado luz a un gobierno igualmente de izquierdas sino, más bien, ante un bloque democrático que se agrupa en torno a una visión de España mucho más plural y diversa que la que ofrece el bloque reaccionario. Nada más, y nada menos.

En realidad, dentro del bloque plurinacional hay diferentes proyectos de Estado, que grosso modo pueden describirse como el independentismo voluntarista y conservador de Junts; el independentismo estratégico y social de EH Bildu, ERC o BNG; el nacionalismo conservador del PNV; la visión republicana y plurinacional de Sumar, Podemos e IU; el patriotismo cívico, socialdemócrata y de lealtad monárquica del PSOE, etc. Deducir que de esa combinación derivará necesariamente un proyecto de Estado bien definido y viable es algo demasiado pretencioso. En mi opinión, esa idea es deseable pero aún lejana. No se visualiza en el horizonte cercano nada similar al Pacto de San Sebastián que en 1930 puso fin al régimen monárquico y dio lugar a un nuevo régimen político democrático y republicano. De momento, me temo, estamos solo en la embrionaria fase de los regates cortos.

Aunque pueda parecer extraño, la fuerza del bloque plurinacional deriva de su pragmatismo y sentido común. Es el único bloque que acepta a nuestro país como lo que es ya en la actualidad, esto es, un Estado que agrupa a diferentes identidades nacionales con muchos anhelos sociales que deben ser satisfechos. Este punto es importante: el bloque plurinacional no pretende inventar una nueva realidad plurinacional, sino que quiere construir un Estado que dé expresión a esa realidad plurinacional ya existente. Por eso es tan poderosa la metáfora de “una España donde cabemos todos”, puesto que la mayoría de los españoles no desean negar la identidad de sus conciudadanos sino tan solo poder expresar la propia. 

Esto me lleva al equívoco al que suele conducir un determinado discurso de izquierdas que niega la propia identidad nacional española, o que reduce la idea de España a una simple “cárcel de pueblos”. Ese discurso es falso, pero también peligroso. Y lo es precisamente porque niega a una parte importante de nuestro país que se siente española. La identidad española puede tomar muchas formas, no solo la reaccionaria, y de hecho durante varios siglos ha existido una tradición política republicana, federalista y socialista que defendía una visión progresista y plural de España. Es más, en mi opinión convendría recuperarla y extenderla.

Negar la identidad española, ya sea de manera directa –planteando que no existe el pueblo español, pero sí otros pueblos distintos dentro del Estado– o ya sea presentando el proyecto plurinacional como una simple alianza de pueblos oprimidos, es un camino que probablemente conduzca no sólo al debilitamiento del propio bloque plurinacional sino también al reforzamiento del bloque reaccionario. La negación de las identidades suele conducir a una activación política más intensa, como creo atestiguan bien los acontecimientos de los últimos años.

En consecuencia, cuando se hacen propuestas concretas como las que hemos escuchado estos días de que el voto de Sumar, Podemos e IU se vaya al BNG se comete un error grave. Esa propuesta, aparentemente racional desde el corto plazo táctico-electoral, conduce a la negación de una opción política republicana, plurinacional y que entiende a España como algo más que, en el mejor de los casos, la unión entre pueblos oprimidos. En consecuencia, esa propuesta no sólo fortalece a una fuerza independentista como el BNG, lógicamente, sino también al PSOE, el cual, con todas sus graves contradicciones e insuficiencias socioeconómicas, sí ofrece el encaje de la identidad española dentro de un Estado plural. 

En mi opinión, no habrá nunca un proyecto de Estado plurinacional viable si no hay un reconocimiento de todas las identidades de nuestro país y si no tienen suficiente fuerza los proyectos que, como el de Sumar, tienen el potencial para articular un Estado donde de verdad cabemos todos. Por eso creo que la izquierda tiene que reclamar también para sí la identidad española, pero no vehiculada al modo reaccionario, sino como continuación de lo que fue históricamente el republicanismo federal y socialista, esto es, una identidad popular, no-esencialista, fraterna y anhelante de un modelo de sociedad de justicia social.