España pierde la guerra del 12-O

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Este miércoles, 12 de octubre, como todo el mundo sabe, se celebra el día de… ¿de qué? 

Hace años la respuesta era sencilla: el Día de la Raza. Así se le conocía en España y en toda la comunidad iberoamericana, mucho antes de que en el otro lado del océano algunos malpensados comenzaran a hacer preguntas incómodas sobre el verdadero significado de la llegada de Cristóbal Colón a Guanahaní. En el colegio donde estudiaba en Barranquilla –sí, ya, la ciudad de Shakira- festejábamos con recitales y obras de teatro el Día de la Raza pese a no tener demasiadas velas en ese entierro, ya que era un colegio judío fundado por inmigrantes polacos y rusos. No solo celebrábamos la “gesta descubridora”, sino que aprendíamos poemas grandilocuentes que hablaban de españoles “gallardos” que se avistaban en “lontananza” al “crespúsculo”, seguramente escritos por vates bogotanos asiduos al chupito de anís y a la plaza de toros de Santamaría.

La proclamación del 12 de octubre como Fiesta Nacional en España se produjo durante la regencia de María Cristina en 1892, con motivo del cuarto centenario del arribo de Colón a América, y su designación como Día de la Raza llegó en 1915: fue un invento del ministro Faustino Rodríguez-Sampedro, presidente de la Unión Ibero-Americana, para “exteriorizar la intimidad espiritual existente entre la Nación descubridora y civilizadora y las formadas en suelo americano, hoy prósperos Estados”. Nación civilizadora: vaya forma de invitar a construir una comunidad entre iguales. Prósperos Estados: salvando quizá a Argentina, qué gran mentira. En 1958, el Gobierno franquista de turno cambió el nombre por Fiesta de la Hispanidad, concepto ideado en los años 20 por un sacerdote en Argentina contrario a las apelaciones a la “raza” y desarrollado por el periodista Ramiro de Maeztu en su etapa como embajador en Buenos Aires.

En tierras americanas no arraigó lo de Fiesta de la Hispanidad y se le siguió denominando Día de la Raza, sin que nadie me supiera explicar por qué la palabra iba en singular. En los textos escolares aparecían ilustraciones de un conquistador alto, con yelmo y peto, junto a un negro con el torso desnudo y un indígena en huipil y huaraches, ambos una cabeza más bajos. Sin embargo, las cosas empezaron a cambiar en los años 60, con la irrupción de los movimientos indigenistas que pusieron en entredicho el viejo relato oficial sobre el descubrimiento, la conquista y la colonia. Un movimiento que encontró sus biblias en ‘Las venas abiertas de América Latina’, del uruguayo Eduardo Galeano, y ‘Visión de los vencidos’, del historiador mexicano León-Portilla, quien reunió por vez primera los testimonios indígenas sobre la llegada de los conquistadores.

Nada volvió a ser lo mismo con el 12 de octubre. El interés por el Día de la Raza, o de la Hispanidad, se fue diluyendo en las antiguas colonias. Y la llegada, a comienzos del siglo XXI, de una ola de gobiernos izquierdistas en Latinoamérica le dio la estocada final a la narrativa que la España alfonsina y la franquista habían pretendido imponer. La Fiesta de la Hispanidad se convirtió con Hugo Chávez en el Día de la Resistencia Indígena; Argentina lo redenominó, bajo la presidencia de Cristina Kirchner, Día del Respeto a la Diversidad Cultural; en Bolivia, durante el mandato de Evo Morales, pasó a llamarse Día de la Liberación, de la Identidad y de la Interculturalidad, después de que se ensayara durante un tiempo Día de la Descolonización; desde hace dos años, México celebra el 12 de octubre como el Día de la Nación Pluricultural; Nicaragua ha optado por Día de la Resistencia Indígena, Negra y Popular; Costa Rica lo ha rebautizado Día de Encuentro de las Culturas y le ha retirado su condición de festivo; Cuba directamente ignora la fecha… Una excepción notable en esta tendencia ha sido Colombia, que mantiene el viejo nombre oficial de Día de la Raza, aunque está por ver qué hará Gustavo Petro, primer presidente de izquierdas en la historia del país, cuando se entere.

España ha perdido –no me atrevo a decir que de manera definitiva, porque la historia da demasiadas vueltas- la batalla del 12 de octubre. La fecha, tal como la soñaron Alfonso XIII y Franco y como hoy la sueñan los dirigentes de Vox, se ha convertido en un guirigay de denominaciones que reflejan una realidad de fondo: la contestación a un discurso hegemónico armado desde Madrid que pretendía, primero, situar a España como la “nación civilizadora”, y después, presentar la irrupción española en América como un amable “encuentro entre dos mundos” sin la menor reflexión crítica sobre lo ocurrido. 

En España, la cosa tampoco ha sido sencilla. En 1981, en los albores de la nueva etapa democrática, el Gobierno de Calvo-Sotelo aprobó el Real Decreto 3217 que no solo mantuvo la denominación franquista de Fiesta de la Hispanidad, sino que estableció que esta tendría “la máxima solemnidad y permanencia en todo el ámbito nacional”. No estoy muy seguro de que en determinados territorios -pienso sobre todo en Catalunya y Euskadi- la ciudadanía comparta masivamente la euforia por la Fiesta de la Hispanidad que pretende el Real Decreto. Y es que muchas cosas han pasado, y siguen pasando, en el país desde los años de la España una, grande y libre que el dictador creyó dejar bien atada.

La Fiesta Nacional, regulada por Real Decreto en 1987, o Fiesta de la Hispanidad es hoy un desfile vistoso en Madrid de las Fuerzas Armadas, con invocaciones a la Virgen del Pilar, porque la regente María Cristina la incluyó en el paquete del 12 de octubre con el argumento de que la devoción por ella era compartida a ambos lados del océano. La ambición de convertir la Fiesta en la gran celebración del espacio iberoamericano se ha ido al garete. Como también, dicho sea de paso, ha fracasado la pretensión de implantar el nombre de Iberoamérica allende los mares: es muy raro encontrar un habitante de las antiguas colonias españolas que se declare iberoamericano. Lo normal es que se identifique como latinoamericano. Incluso un intelectual tan afecto a España como Vargas-Llosa habla invariablemente de Latinoamérica. Esta guerra nominativa la lleva ganando Francia desde hace casi un par de siglos, mal que pese a algunos.

Tiene mucho trabajo por delante España para construir un 12 de octubre en el que todos –en suelo americano y también en el español- se sientan representados. Y, como la historia ha demostrado, eso no se consigue a punta de reales decretos y retóricas trasnochadas.