El ruedo de la fortuna de la España política y mediática ha vuelto a girar. Como cada semana, lo ha hecho de manera caprichosa y tornadiza. Hace apenas siete días, oráculos y gurús daban por muerto al Ejecutivo de Pedro Sánchez, fatalmente herido por los playbacks que el comisario Villarejo le había sampleado a la ministra Dolores Delgado y la astronomía inmobiliaria del ministro Pedro Duque. El Gobierno central era un juguete en manos del destino y los malvados separatistas catalanes, dispuestos a cobrar integro el rescate en cualquier momento. La convocatoria de comicios se pronosticaba tan segura como las espantadas de Esperanza Aguirre cuando le preguntas lo que no debes. Sólo quedaba por resolver el delicado encaje con las elecciones andaluzas, convocadas ya tantas veces y con tantas fechas que empiezan a parecer una de esas bodas vendidas en exclusiva a la prensa del corazón.
Hoy, en cambio, quien realmente tiene los días contados es el president Torra y su alegre y bullicioso Govern. Desarmados por la implacable Inés Arrimadas y su bandera mágica, enfrentados por la eterna lucha por el poder que, al parecer, explica todo cuanto pasa sólo en Cataluña, su aparente unidad ha saltado al fin por los aires, dejando al descubierto la farsa que todos conocían pero se callaban por educación. El Gobierno de España puede respirar tranquilo. Ahora es en Cataluña donde la legislatura parece amortizada y el adelanto electoral está en el aire, como el amor.
Hay que reconocerle al nacionalismo catalán que, para tratarse de unos chantajistas tan desorganizados y mal avenidos, la efectividad en el chantaje que les atribuyen desde el PP o Cs resulta notable. Si llegan a llevarse bien y actuar organizados, España estaría hecha añicos hace años, al menos para la derecha patria. Pero no se preocupen, contradicciones aparte, el ruedo ibérico de la fortuna política volverá a girar enseguida. No descarten que, para el día del Pilar, la Virgen también esté contra las cuerdas y no le quede otro remedio que convocar elecciones.
Mientras todo esto sucede en la España trivial, en la substancial las cosas siguen más o menos igual. La derecha sabe que tiene una mayoría más fácil de conseguir al alcance de las urnas y por eso no parará hasta forzar una elecciones, Pedro Sánchez sabe que existe una mayoría social deseando que su gobierno salga bien pero duda que eso sea lo mismo que votar al PSOE y, en Cataluña, por mucho que se peleen, ERC y JxCat saben que les une el miedo a unas bases que castigarán a quien facilite un gobierno de Ciudadanos; todo lo demás apenas son variaciones sobre estos tres clásicos.