¿Existe sólo una España? No, rotundamente no. Como tampoco existe una sola Catalunya. Hay una España republicana, que se indigna con la corrupción, que no cree que el naranja sea el color esperanza y que, del mismo modo que no quiere que Catalunya se independice, rechaza la humillación a la que una importante parte del estamento político y judicial quiere someter al independentismo. Es la España que representan Antón Losada, Javier Pérez Royo o Elisa Beni, por dar tres nombres que los lectores puedan reconocer sin que requieran presentación. Voces críticas que pretenden remover conciencias entre tanta opinión partidista.
En Catalunya existe la percepción de que esa España tolerante que apuesta por un diálogo sincero es minoritaria. Ciertamente, viendo la mayoría de las portadas de papel que llegan todavía a los quioscos, es lógico tener esa percepción. Pero, sin negar que el 'a por ellos' existió, existe y existirá (en cuarteles o en tertulias), el independentismo debería saber que España es también el Teatro del Barrio, la voz indignada de Carles Francino, las reflexiones del jurista Joaquín Urías, la ironía del Gran Wyoming o el humor de Joaquín Reyes. No son altavoces a sueldo del independentismo. Ni lo son ni lo pretenden ser. De ahí que sus reflexiones merezcan ser escuchadas.
Identificar España con la televisión de los obispos, con la caspa peligrosa de Vox o con esa izquierda incapaz de plantear una respuesta que no pase por el 'sí, bwuana' a Rajoy es fácil, pero es injusto. Además, si el independentismo aspira a algo más que no sea hacer hiperventilar a una parte de los suyos, sabe que debe cambiar de estrategia. Vox da audiencia en la televisión y tensiona a una parte del electorado independentista, pero no sirve para buscar los aliados que su causa requiere. A no ser que todavía haya quien crea que tiene que seguir entrando gente en la cárcel a cambio de nada.
Ahora bien, del mismo modo que al secesionismo le conviene asumir que existe otra España, también el conjunto de los españoles debería saber ya a estas alturas que la mayoría de los independentistas no son unos catalanes abducidos, sin criterio político alguno, y dispuestos a dilapidar el futuro de sus padres o hijos. Hacer esa simplificación es no entender qué está pasando en Catalunya.
El independentismo es un movimiento que va más allá del nacionalismo, que en gran parte no sólo reniega del pujolismo sino que cada vez está generacionalmente más alejado. Identificarles con el 'odio a España' es un argumento que no se sostiene porque no es un sentimiento mayoritario entre sus electores.
Si el objetivo es buscar soluciones hay que saludar la propuesta del Gobierno valenciano de intentar avanzar hacia un nuevo modelo de Estado. Puede ser un ambicioso punto de partida alejado de la hiperventilación de los extremos. Porque de lo que se trata es de poder empezar a respirar.