En pleno mes de agosto, acosados aún por la mayor pandemia en cien años, en España seguimos discutiendo, peleando, insultando. Son disputas a gritos callejeros, o en el Congreso o en los plenos de los ayuntamientos. Son enfrentamientos en las redes, llenos de odio y mala baba. Llenos también de ignorancia y manipulación. Y lo peor es que nos estemos acostumbrando. Que admitamos, sin que suenen las alertas, que suba el tono de las broncas hasta zonas tan extremas que el retorno sea ya imposible.
Yo pensaba que España era el problema. Que la Constitución del 78 o la monarquía era el problema. El PP, el PSOE, Vox o Podemos; Cataluña, la corrupción, la burbuja inmobiliaria… Pero no, el problema somos los españoles. El país, este conjunto de territorios variopintos y hermosos, parece un lugar amable para vivir y disfrutar, quizá por eso se convirtió en un paraíso turístico. Así que cabe suponer que los que no estamos bien somos nosotros.
Me dice Silvina, una incisiva periodista argentina que lleva más de un año viviendo y trabajando en Madrid, que le asombra la cantidad de discusiones innecesarias que tenemos, que somos incapaces de ponernos en el lugar del otro, que cuando peleamos no tratamos de entender por qué el otro dice lo que dice, que somos sordos emocionales.
Y vaya si tiene razón.
Dice también Silvina que la historia no se estudia porque seamos unos nostálgicos, que se estudia justamente para no cometer los mismos errores del pasado, que difícilmente se prevenga nada sin memoria. Y me interesa que alguien nos mire desde fuera, casi como espectadora, y lo tenga tan claro. Quizá deberíamos ser capaces de mirarnos así, con menos pasión y más serenidad. No es raro que sepamos aconsejar a los otros a resolver sus problemas y nos perdamos en los nuestros.
Ayer pensaba en todo esto cuando me encontré un tuit de Javier Espinosa, admirado reportero: “Todos los 'valientes' que abusan en estos días del lenguaje ”guerracivilista“ en España deberían visitar el Museo del Genocidio de Sarajevo para que se les refresque el horror que supone un conflicto fratricida. Bosnia”.
Ya ven qué rápido es ponernos ante el espejo de lo que puede costarnos tanta incomprensión, tanta bronca, tantos desprecios. Ya sé que aquí tuvimos lo nuestro, pero hace más de 80 años… Lo de Sarajevo espanta. Es de antes de ayer, los 90, de aquí al lado, en el corazón de Europa.
Sé que el problema es más complejo, que a la extrema derecha le interesa la bronca, que es su lugar natural, su ecosistema perfecto. Por eso, justo por eso, quizá más bronca no sea la respuesta. Más bronca solo nos lleva aceleradamente al desastre. Más bronca es lo que quieren.
Siento no tener la solución, pero sí quiero abrir el debate. Es vergonzoso, una canallada, que hasta de la pandemia hayamos hecho instrumento arrojadizo. Con los muertos, con las vacunas, con los horarios, con la hostelería, la economía. ¿Era tan difícil ver que sin salud lo demás es imposible?
Lo peor de ustedes, termina Silvina (no piensen que es puñetera, lo dice todo con cariño), es que no saben discutir, con lo lindo que es intercambiar ideas.