Hace tiempo que muchos ciudadanos de allí y de aquí, de Cataluña y del resto de España, esperan que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y el presidente de la Generalitat, Artur Mas, emprendan la vía del diálogo. No solo que queden para verse un día -se han citado para el 30 de julio- y así poder después justificarse ante sus respectivas parroquias: “Miren, ya lo he intentado pero es que Mas no se apea de su empeño de la consulta”, o “Ya ven ustedes, Rajoy se escuda en la Constitución para permanecer inmóvil”. Son frases que suelen decir y que es muy probable que repitan el miércoles si nada lo remedia.
Ha costado que se vieran, pero las declaraciones que están haciendo - ellos mismos o personas de su entorno- en estos días previos a la gran cita no parecen destinadas a abonar el terreno de una hipotética solución que evite que el polvorín catalán estalle a la vuelta del verano. Para la Diada del 11 de septiembre, que coincide con el Tricentenario de la caída de Barcelona en 1714, se prepara una macromanifestación mayor que las celebradas en los dos años anteriores y -sin tiempo siquiera para digerirla- llegará la convocatoria de la consulta independentista para el 9 de noviembre, con el consiguiente recurso del Gobierno, la prohibición de su celebración por el Tribunal Constitucional y un aumento de la tensión política y social de consecuencias imprevisibles.
Ese es el calendario previsto y esas las expectativas del escenario catalán en el que parece coincidir todo el mundo. Nadie, sin embargo, confía en que la reunión del miércoles en Moncloa vaya a servir de válvula para sacar tanta presión acumulada. Nadie espera que se vaya a modificar nada. No, desde luego, la Diada del Tricentenario, que cae como cae y será masiva. Tampoco la convocatoria de consulta, su recurso y su prohibición. Porque para cambiar alguno de esos elementos, Rajoy y Mas deberían considerar su encuentro del día 30 no como un hito tan inútil como irrepetible, no como la excusa de “ya lo hemos intentado”, sino como el inicio de un diálogo, tan amplio y extenso como sea preciso, para la búsqueda de una solución que no se percibe fácil.
Pero es responsabilidad de los gobernantes encontrar salidas a los problemas, no crearlos o agravarlos. Y es verdad que los dos protagonistas, están sometidos a presiones centrífugas, y que así como hay quien le dice a Artur Mas que ya se ha pasado el tiempo de las terceras vías, de los federalismos, que ya es tarde para eso, hay quien le aconseja a Rajoy que se mantenga impasible y que no se le ocurra ceder ante los nacionalistas, insaciables por naturaleza.
Sin embargo, ni se han explorado esas vías alternativas, menos traumáticas que las secesiones, ni parece que atender a las preocupaciones de cientos de miles de catalanes sea simplemente ceder ante CiU o ERC. Porque no es a los partidos o a los líderes políticos a quienes tienen que responder Rajoy y Mas, son los ciudadanos los que necesitan soluciones.