Ayer, en la esquina de Cibeles, con calzón blanco, calentaba a ritmo de batucada, como en muchos otros ayuntamientos, la España que piensa que siempre se está a
tiempo de evitar lo peor y la que cree que una diferencia entre hermanos no puede
saldarse a golpes, porque delante queda toda una vida, a ser posible juntos pero con una separación honrosa si fuera menester. En la esquina de Colón, y con calzón rojigualda, se frotaban la espalda con banderas los que creen en la mano dura y en ciertas dosis de humillación para obligar a la realidad a volver a ese sitio confortable del que no debió salir sin preguntarse jamás hasta que punto esta dislocación de la historia no se debe en parte a su inflexible postura. En la esquina de la Plaza de San Jaume continúan dando golpes al aire los que creen que si tus legítimas aspiraciones no logran encajar dentro del marco legal común, puedes saltártelas y estallar las costuras del calzón de la convivencia, sin reparar en que uno termina en pelotas. La cuarta esquina del ring es de todos aquellos que no saben, callan o no contestan u observan expectantes en sus casas a saber como se resuelve una crisis que no ignoran que también les afecta.
Si somos sinceros reconoceremos que los púgiles de tres de las esquinas quieren
básicamente lo mismo, una forma de continuar conviviendo juntos dentro de España, y que difieren en la forma para lograrlo. Si somos sinceros veremos que además del drama de Catalunya, no es menor el que nos ha vuelto a colocar a todos en un cuadrilátero en el que no existe un árbitro para separarnos en caso de que la pelea se vuelva sucia y fuera de las reglas. Los que entienden que el Rey cumplió ese papel hace una semana sólo dominan una o dos de las esquinas y conviene no olvidarlo.
Como nos recuerda Montaigne, puede lograrse el mismo fin con distintos medios y en la disputa de cuáles sean esos medios reside la principal disensión que está fragmentando estos días a toda la sociedad española. Cuenta el francés inmortal como Scandenberg, príncipe de Epiro, perseguía a uno de sus soldados traidores para darle muerte. Este, en vez de suplicarle, decidió esperarle con la espada empuñada. Tal resolución frenó en seco la ira de su señor, que al verle tomar una decisión tan honorable, le otorgó la gracia. No, las cosas no se resuelven siempre de la forma más obvia y no siempre la humillación es el paso preciso para obtener la generosidad.
Los del calzón rojigualda no quieren diálogo porque dicen que con golpistas no se habla, que sólo se hace caer sobre sus cabeza el peso de la ley. El propio gobierno afirma que no puede dialogar con los insurrectos hasta que no cesen en su actitud. Dejemos aparte que lo sucedido en Catalunya nunca ha sido un golpe de estado, ya que el poder político no se ha intentado tomar de modo violento, ni el Estado Español ha estado en ningún momento siquiera amenazado. Tomemos aún así su propio argumento y preguntemos: ¿qué hizo el rey Juan Carlos para sofocar el, ese sí, golpe de Estado del 23-F? Que yo sepa, hablar. Levantar el teléfono y hablar con los jefes militares sublevados. Claro que se puede hablar. Siempre se puede hablar. Se debe hablar. Parlamentar, que no es otra cosa que entablar conversaciones con la parte contraria para intentar ajustar la paz. De ahí, de los jefes enfrentados o sitiados que avanzaban en solitario a un punto en el centro del campo de una batalla interrumpida para hablar, viene la palabra que actualmente designa al núcleo de fuerza del poder democrático, el parlamento.
Y no, hablar no es de débiles. El propio cardenal Mazarino, poderoso y descarnado,
recuerda en su breviario de los políticos que incluso si el pueblo se rebela violentamente se le puede hacer volver al buen camino por mediación de hombres de bien. Aunque también insiste en que si se desea corregir a alguien, es mejor discutir con él sobre cómo se puede poner remedio a su error ya que preferirá hallarlo por si mismo e imponerse su propia corrección. Es evidente que tales nombres no aparecen en el Marca ni siquiera en el crucigrama.
La situación actual es propicia para que actúen las fuerzas de la prudencia y de la palabra. Las grandes corporaciones acaban curiosamente de demostrar cómo un movimiento estratégico es mucho más efectivo que una violenta carga policial o un mensaje real rígido y sin burladeros. Comienzan a atisbarse las primeras fracturas en el para muchos incautos compacto bloque independentista. Nada más lejos de la realidad y los catalanes conocen bien la esencia de tal amalgama. No es de idiotas pretender que la argamasa que los une se disgregue un poco y deje entrar en juego otras posibilidades.
Tremolan también muchos junto a sus banderas la ley como garrote. Restablecer la legalidad es su lema. No he sido yo la menos volcada en explicar que toda solución democrática a un conflicto debe pasar por el respeto al Estado de Derecho. Lo mantengo. No obstante lo real es que la legalidad sigue estando presente en Catalunya. El referéndum, jurídicamente no fue tal y tras la última decisión del Tribunal Constitucional, si se llegara a proclamar la independencia de Catalunya no sería sino un acto folclórico puesto que no tendría ningún efecto legal. La Justicia sigue su camino y los que han incumplido la ley están incursos en procedimientos que tendrán el fin que en Derecho corresponda. Ya les dije que una independencia unilateral es imposible y Mas ha terminado reconociéndoselo con mayor o menor nitidez a Financial Times.
Hablemos pues sin rebozo. Como dice Carlin en The Times, si los nacionalistas mantienen posturas infantiles, los políticos de Madrid han descendido al mismo nivel. Hablemos antes de que sea demasiado tarde. Hablar nunca fue cosa de débiles.