Por extraño que sea el giro desencadenado por la carta a la ciudadanía del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, el desencadenante no le va a la zaga: supone el regreso por la puerta grande de Manos Limpias, la oscura entidad ultraderechista que históricamente solía ejercer de matón judicial contra progresistas y disidentes y que llevaba años desaparecida tras el paso de su cúpula por la cárcel.
En sus años de gloria, desde finales de la década de 1990 a mediados de la de 2010, la mecánica de la asociación, que se presenta a sí misma como “sindicato” pese a no haber pisado jamás un comité de empresa, siempre era la misma y gracias a ello triunfó mediáticamente en centenares de casos, por mucho que la mayoría acabaran en nada: Manos Limpias, liderada por el exdirigente de Fuerza Nueva y “caballero de honor” de la Fundación Francisco Franco, Miguel Bernad, disparaba a discreción en los tribunales, a menudo a partir de simples recortes de prensa, y con ello los medios de derechas llenaban páginas y páginas de escándalos judiciales, con lo que lograban la erosión sus adversarios y hasta su destrucción implacable.
La vida real es mucho más compleja, pero su papel en cualquier serie de intriga política que se precie estaría muy claro: ejercer de fuerza de choque, con la protección del Estado profundo y amparada por las cloacas, para perseguir a rivales y disidentes con métodos heterodoxos de desgaste en los tribunales con el objetivo de que el poder real –no necesariamente surgido de las urnas– mantenga siempre el control de la situación. Algo así como una vanguardia de la razón de Estado. O las camisas negras del siglo XXI.
Sin embargo, en esta serie imaginaria de ficción sucedió lo impensable: la bestia engordó tanto que llegó a sentirse impune y se salió de madre: esos vanguardistas empoderados empezaron a extorsionar por su cuenta a poderosos banqueros y hasta a la mismísima Casa Real. Y aquí, claro, perdieron la protección del Estado profundo, que les abrió una causa y se deshizo de ellos mandándoles a prisión.
Volviendo a la vida real: resulta que la estrella de Manos Limpias se apagó justo después de ejercer la acusación particular en el caso Noos, que llevó a Iñaki Urdangarin a prisión y llegó a imputar nada menos que a la mismísima infanta Cristina: y casualmente fue entonces cuando, en 2014, la famosa UDEF abrió una investigación contra la cúpula de la entidad, tras las denuncias del BBVA, por extorsión y chantaje a los grandes bancos de este país en coordinación con Ausbanc, la entidad hermana para asuntos financieros que lideraba Luis Pineda, también excamarada de Fuerza Nueva. En buena lógica, el juez instructor los mandó a la cárcel y en 2021 la Audiencia Nacional condenó a Pineda y Bernad a penas de cárcel por extorsionar a bancos y empresas para que les pagasen a cambio de evitar acciones judiciales o campañas de descrédito en su contra.
¿Fin de la historia? Pues no. De pronto, tras un largo silencio en el purgatorio, el año pasado volví a saber de la banda porque, en tanto de coeditor de la revista satírica Mongolia recibí una querella por “ofensas a los sentimientos religiosos” por la portada que publicamos en diciembre de 2022 firmada por Manos Limpias. Pensé: ¿desde la cárcel? Pero no le presté una atención particular, puesto que fue solo una de las cuatro querellas que se interpusieron, siguiendo el llamamiento público que hizo Vox, junto a la de Abogados Cristianos, Hazte Oír y un grupúsculo carlista.
Aunque ya están todas archivadas, en Mongolia pensamos que no podemos estar permanentemente defendiéndonos y es por esto que estamos impulsando una campaña de micromecenazgo para pasar a la ofensiva: queremos querellarnos nosotros contra Abogados Cristianos –el abogado José Luis Mazón ya está preparándola– y plantar cara a toda esta banda de acosadores, que en nuestra opinión hacen un uso completamente espúreo de los tribunales.
Al descubrir la resurrección de Manos Limpias querellándose contra Mongolia, sí pensé en el guionista de la imaginaria serie de ficción política: tras purgar sus culpas una temporada en prisión, lo lógico sería que el Estado profundo volviera a contar con sus muchachos, puesto que sin duda habrán aprendido la lección y volverán a estar dispuestos a movilizarse en la primera línea de la trinchera para hacerse perdonar.
Y fue así cómo descubrí que, justo el mes pasado, el Tribunal Supremo, el organismo que lidera la resistencia judicial a la aplicación de la amnistía que pronto van a aprobar las Cortes, emitió una sentencia “por la que absuelve a los responsables de Ausbanc y Manos Limpias de extorsión y estafa”. La argumentación es muy alambicada, difícil de entender para los que no somos excelsos juristas: confirma todas las presiones acreditadas en la sentencia de la Audiencia Nacional, pero “por más que puedan resultar censurables en el plano de la valoración ética, no se alcanzan para colmar el concepto de intimidación que, en paridad con el de violencia, constituye elemento típico del delito de extorsión”.
Poco más de un mes después de la sentencia que a mí me cuesta comprender, Manos Limpias ya vuelve a estar en todos los medios de comunicación. Y por la puerta grande: con su querella admitida a trámite precipitaron nada menos que el presidente del gobierno esté insólitamente enclaustrado meditando su dimisión.
Manos Limpias ha vuelto, con las manos sucias de siempre: sucias de Fuerza Nueva –la amenaza ultra más seria que tuvo la Transición–, de la Fundación Francisco Franco, del matonismo jurídico que sufrieron en carne propia los banqueros más poderosos de este país y centenares de personas más humildes con muchos menos medios para defenderse, y de su modus operandi de toda la vida, recién ratificado por el Tribunal Supremo pese a la sorprendente absolución: un método marca de la casa basado en presiones que, “por más que puedan resultar censurables en el plano de la valoración ética”, ciertamente no van acompañadas de violencia explícita.