Hace unos días, un representante marroquí de una organización LGBTI me recriminó que desde el feminismo de las blancas apenas nos estábamos movilizando para apoyar a sus compatriotas, las temporeras que recogen la fresa en los campos de Huelva. En las últimas semanas ha sido su testimonio, el de decenas de mujeres, el que ha puesto al descubierto la explotación laboral que padecen, pero no solo. Junto a las indignas condiciones laborales que sufren relatan situaciones de hostigamiento, violencia sexual, chantaje, agresiones físicas, insultos y vejaciones. ¿Por parte de quien? Obvio, de sus superiores. Tras este tirón de orejas me quedé pensativa y no tuve más remedio que asentir. Así es, las feministas blancas (quitando notables y admiradas excepciones) no hemos movido ni un pie por las temporeras marroquíes. Ni desde las redes ni desde las calles ni desde las instituciones.
Es importante subrayar que la denuncia que ha saltado a los medios no la hicieron las mujeres inmigrantes ante las autoridades españolas ni tampoco gracias a la mediación de una organización feminista o de la sociedad civil. Ni siquiera han contado, en ese primer momento, con el apoyo de sindicato alguno. La delación masiva tuvo lugar gracias a una investigación de la revista alemana CORRECTIV en cooperación con RTL Nachtjournal y BuzzFeed News. Posiblemente por esto el escándalo ha sido tal. Tanto que la Fiscalía de Huelva ha iniciado una investigación y se ha detenido a uno de los supuestos agresores. Sin embargo, al mismo tiempo que esto sucedía, han empezado a circular otras versiones que cuestionan la gravedad de los hechos y que, o bien señalaban a Cañamero como autor intelectual de una acusación tildada de falsedad o bien tachaban de mentirosas a las mujeres que supuestamente habrían denunciado para conseguir papeles. Sea como fuere, da la impresión de que se prefiere restarle importancia en vez de indagar e investigar, dando con ello a entender que de haber existido habrá sido algo puntual en vez de reconocer que lo más probable es que estemos ante hechos de violencia machista y patriarcal.
No sé si han sido estos contraargumentos a la gravedad de los abusos o el saber que ya se estaban investigando lo que ha hecho que nosotras, las feministas blancas, no hayamos hecho ni amago de movilización a pesar de la vulnerabilidad evidente en que se encuentran estas mujeres y de que la información oficial es algo contradictoria. Por un lado, esta niega la situación por no tener conocimiento de ella y, por otro, reconoce que se carece de protocolos para conocerla y que, en caso de haber abusos, las mujeres no saben qué puedan denunciar ni cómo acceder a sus derechos.
No puedo evitar pensar que es nuestro sesgo racista el que nos hace negar la evidencia: que los abusos, las agresiones y la explotación laboral a las mujeres raramente es algo puntual. De lo contrario, lo suyo hubiera sido hacer de estos hechos trending topic en las redes, salir a las calles, apoyar a nuestras hermanas y vecinas de Marruecos y pedir que se aclarasen, que se explicasen las condiciones en qué trabajan y viven. Que hubiésemos mostrado que cada una de las cientos de mujeres vulnerables y extranjeras que recogen las más de 300,000 toneladas de fresas que produce nuestro país son de las nuestras.
Desde los feminismos, las disidencias y la diversidad sexual tenemos muchos retos y, a mi juicio, el principal es dejar de hacer agenda desde nuestros privilegios sin analizar si además de oprimidas somos parte también de la sociedad que oprime cuando llega la Diferencia. Si no lo fuéramos veríamos con claridad que los abusos de los campos de la fresa onubenses no son algo exagerado, veríamos como las leyes de extranjería, las de asilo y refugio, los controles de fronteras o la legislación laboral promueven esos abusos de poder sobre las mujeres migrantes. El patriarcado, además de machista, también es racista y clasista y si no luchamos contra ello, habrá un feminismo racista y clasista… patriarcal.
Después del #MeToo y del #Cuéntalo las feministas no podemos callar y seguir comiendo fresas como si nada. No se trata de hacer de 'feministas misioneras' y apropiarnos de la voz de ‘las otras’ sino de ser sus aliadas alzando la nuestra detrás de la suya. Se trata de “denunciar la violación estructural, racista, machista y clasista que llevan sufriendo desde hace décadas las mujeres marroquíes en los campos del sur de España”, tal y como señalan el movimiento Antiracista en el manifiesto que ha hecho público en las concentraciones convocadas este lunes. La próxima vez que nos manifestemos las feministas blancas sería justo que añadamos eso, lo de “blancas” para decir “aquí estamos las feministas blancas” porque, este lunes, al lado de nuestras vecinas y hermanas si estaban las feministas eran mayoritariamente las racializadas.