Hay algo dentro que me escuece estos días. Puede que sólo los que recuerden las consecuencias de la utilización política de los sangrientos, trágicos y terribles atentados del 11 de marzo en Madrid, hayan sentido un estremecimiento similar al mío. Los que sintieron en sus carnes, en sus vidas, en sus pasados y sus presentes, en sus carreras, la zarpa de aquel enfrentamiento siniestro e interesado entre españoles, entre partidos, entre medios de comunicación, puede que se aproximen mucho a mi estado de estupefacción. Incluso este fin de semana se han publicado en prensa algunos artículos sobre los atentados en Catalunya que se parece dolorosamente, hasta en la maquetación, a aquellos “agujeros negros” que tanto luto trajeron a este país.
Todo hecho criminal deja tras su rastro de muerte y dolor no sólo la incomprensión social sino también una serie de cuestiones sin resolver que tanto la Justicia como los medios de comunicación y los poderes públicos tienen obligación de investigar, resolver y responder para que la sociedad pueda así cerrar un capítulo y seguir viviendo. La comprensión de la realidad nos ayuda a asimilarla. Lo que no es aceptable es que este humano empeño se vuelva a convertir en una batalla en las que los datos y su ausencia sean utilizados como garrotes contra el sector que no piensa políticamente como los que blanden el arma.
En el 11 M la falla fracturó entre los que no asimilaron que el Partido Popular perdiera aquellas elecciones y la verdad, y en el caso actual amenaza con producirse entre los que entienden que el planteamiento secesionista catalán es inadmisible y, desgraciadamente, también la verdad. Es infantil pretender que tras este aluvión de preguntas, comunicados de origen incierto filtrados con intencionalidad desconocida, cuestionamientos sobre la forma de neutralizar a los terroristas, etcétera, no late la idea fuerza de que aquellos catalanes que pretenden la independencia se está exponiendo a peligros que no tendrían si aceptaran ser españoles. Por eso, las dudas que siempre acompañan a todo hecho de estas características se vuelcan exclusivamente sobre una parte –los Mossos, la Generalitat– con una incongruencia manifiesta dado que obliga a los defensores de la españolidad de Catalunya a convertir a esta en un trozo aparte sin ligazón ninguna con el resto. Cuando fuentes policiales se sacuden el polvo del inconcreto aviso de inteligencia diciendo “la seguridad en Catalunya es competencia de los Mossos” están falazmente apuntando que lo que suceda en aquel territorio es como si no sucediera en España y que es posible que toda nuestra inteligencia nacional nada pintara en aquellas provincias.
No pretendía entrar aquí en curiosas notas o avisos, en la dificultad de aceptarlos tal y como nos los describen, y en las mil preguntas sobre ellos que cualquier persona reflexiva y crítica puede hacerse. Aún más relevante que eso es reseñar que carece de cualquier sentido realizar un pretendido análisis de seguridad o de fallos cometidos en la prevención del atentado con una mirada a posteriori. La conciencia de la temporalidad y de que la relatividad que nuestro conocimiento está en función de ésta nos acompañará siempre. Por eso la única mirada honesta para sacar conclusiones sobre el comportamiento de unos y otros responsables de seguridad y políticos en estos atentados sólo puede venir de lo que el derecho se llama un observador imparcial ex ante. Les invito a ello.
Convirtámonos en observadores imparciales ex ante por unos momentos. Ahora su mirada y la mía lo que debe analizar es si la acción de cada uno de los analizados –los Mossos, la Generalitat, los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, el Gobierno, la CIA y todos los que ustedes quieran añadir– sería adecuada a un observador medio que contemplara los hechos en el momento en que se produjeron y con los únicos datos que se tuvieran en aquella situación. Para eso tendremos que ser capaces de revisar qué se hizo sin saber que finalmente se produjo un atentado y dónde tuvo lugar y si ese territorio está sometido a una presión política producto de un desafío independentista. Ahora que son conmigo observadores ex ante, sólo pueden contemplar cada hecho, el aviso de mayo por ejemplo, con la misma mirada y los mismos datos que en aquel momento se tenían. Nos ayudará pensar que todos los conocedores de la información extrajeron la misma conclusión y es que aquel indeterminado aviso, dentro otros cientos similares, no aportaba nada nuevo al riesgo genérico que todo lugar concurrido de Europa tiene actualmente. Para considerar que hubo responsabilidad por tirarlo a la papelera deberíamos probar que ex ante fuera previsible el resultado que ahora conocemos. El resultado es que no lo era pero, si alguno cree que sí, entonces debe responsabilizar a todos los que tuvieron conocimiento de él sin excepción.
Ese observador imparcial ex ante que ahora somos –en un papel que nos favorece– puede analizar igualmente ese nuevo dardo respecto a los disparos mortales que acabaron con la vida de los terroristas. Preguntarse ahora si se les pudo detener y si era necesario matarlos es, como poco, una pregunta aviesa. No recuerdo a nadie –y el propio atentado me pilló trabajando en la televisión– que mientras el riesgo era presente y el comando permanecía sin localizar se planteara tal cuestión. Es evidente que ex ante, cuando el riesgo de que los terroristas acorralados explotaran llevándose a los policías y a la gente por delante era real, nadie se tomó en serio ese dardo envenenado que ahora se lanza a los Mossos. No obstante, en esa cuestión o hay un delito por uso desproporcionado de la fuerza o no hay nada. Ustedes mismos, con su mirada ex ante.
Vayamos ahora a la explosión de Alcanar en la que se veían al principio 26 bombonas de butano. ¿Había elementos para pensar que una célula terrorista había volado por los aires mientras fabricaba “madre de Satán” con esa mirada ex ante? ¿Hubiera arreglado algo que la Guardia Civil u otros fueran allí y hubiera permitido establecer la relación con tiempo para localizar a un individuo que de forma improvisada decidió dirigirse a las Ramblas? Sé que este tipo de observación deja exhausto pero es la única forma de ser plenamente justos en esta cuestión. Lo que no se merece esta país es otra nueva disputa politizada sobre hechos ex post, cargada de intención y de manipulaciones. Si los Mossos no acertaron a evitar el atentado no creo que sean los cuerpos que tienen a la mayor parte de sus efectivos antiyihadistas en el territorio catalán los que les puedan tirar la primera piedra.
Pero dejemos ya la neutra mirada que nos habíamos colocado y volvamos a una mirada presente y bien presente. ¿Saben cuál es el problema principal de toda esta bola de mierda que amenaza con volver a caernos encima? Pues lo peor de este día de la marmota es enviar a la ciudadanía la sensación de que vivimos en un mundo de plena seguridad en el que si se acometen con éxito actos malvados estos sólo pueden consumarse porque alguien ha fallado. Las cosas, también las terribles, siempre suceden por un cúmulo de pequeñas coincidencias temporales y de disfunciones o fallos indetectables que confluyen en un único momento y lugar con consecuencias trágicas. Pregúntenle a un piloto de avión cuántas pequeñas cosas, muchas de ellas indetectables o puro producto del azar, conducen al coincidir a un siniestro aéreo.
Habrá más atentados en España y en Europa y cuando no sean yihadistas serán de alguna otra encarnación de la violencia que aún no conocemos. Debemos aspirar a evitarlos en el porcentaje más alto que nos sea permitido. Luego, con el dolor que nos deje nuestra propia falibilidad humana, lo que debemos hacer es fortalecernos como sociedad y no desgarrarnos en poco limpias batallas.
Los que sufrieron lo que ya pasó lo saben. Esperemos que la falta de cordura no se cobre nuevas víctimas.