Gordofobia

Hace unos días, un hastag llamado #GordasNoPuedenSerFelices se convertía en trending topic mundial en Twitter. Los allí reunidos hacían chistes sobre gordas (que no gordos), las humillaban y explicaban por qué una mujer con sobrepeso no puede llegar a ser feliz.

Para empezar, parece que la sociedad no tiene muy claro qué es ser gorda. Ayuda a esta confusión el hecho de que para los hombres se usa otra vara de medir (incluso a los hombres con una buena panza se les llama “fofisanos”) o el que las pasarelas sigan siendo el púlpito donde diseñadores de todos los colores y estilos siguen subiendo, desde hace décadas, a mujeres extremadamente delgadas y nada representativas de la sociedad real. Si a esto le unimos que es imposible encontrar un anuncio en el que una mujer no haya sido retocada y estilizada con photoshop, ya tenemos el cacao maravillao ideal.

La mujer, a lo largo y ancho del mundo, ha de ceñirse a los cánones de belleza del patriarcado si no quiere convertirse en objeto de mofa y ver afectada su autoestima. Y ceñirse a los cánones de nuestras sociedad se convierte en una auténtica pesadilla cuando vemos que hasta Cristina Pedroche puede llegar a sufrir linchamiento por su peso. No sólo eso, sino que en una entrevista con Risto Mejide, éste le hizo una pregunta acerca de aquella polémica (donde la habían apodado la “Ballena de Vallecas”): “¿Estás gorda?”, poniendo a prueba su seguridad en sí misma delante de toda España. “Para mí, no”, dijo ella. “Para mí”. La gordura ha pasado a ser algo completamente subjetivo. Cualquier mujer puede estar gorda. Absolutamente cualquiera. Con todo lo que esto conlleva: humillación, discriminación, no aceptación ni social ni propia, inseguridad, vergüenza, etc. Hasta tal punto se ha normalizado esto que se ve como algo aceptable que un hombre pregunte en prime time a una mujer como Pedroche si está o no gorda.

Pero el patriarcado no dictamina lo mismo en todos sitios. En otros lugares, como Mauritania, por ejemplo, lo que le gusta a los hombres y, por tanto, lo que hay que conseguir como sea, es estar gorda. Allí, la humillación y la vergüenza la pasan las delgadas. Tanto es así que existen “granjas de engorde” para cebar a niñas y adolescentes, y que sea así más fácil encontrarles marido.

Allá donde vayamos o miremos, todo lo relacionado con el cuerpo de la mujer gira en torno a los deseos del hombre heterosexual. Y las mujeres han de someterse a ellos, haciendo todo tipo de sacrificios para encajar en ellos si no quieren ser excluidas socialmente. A lo largo de la Historia hay ejemplos maquiavélicos como las mujeres jirafa en Tailandia, los pies vendados en China, el engorde a la fuerza en granjas de Mauritania o la escualidez obligatoria en Occidente, que lleva décadas provocando trastornos alimenticios en adolescentes.

Realmente no se trata de que las #GordasNoPuedenSerFelices, que por supuesto pueden serlo, se trata de que se les pone más obstáculos para ello. Una gorda representa una persona que está desafiando las reglas estipuladas por el patriarcado, que no está teniendo en cuenta que puede herir la sensibilidad del hombre cuando la mira. Por eso son parias, por eso han de avergonzarse de sí mismas, ¿qué se han creído? Porque al hombre, ya sea flaco o fofisano (que eso es lo de menos en su caso, porque muy gordo ha de estar un hombre para que se le excluya socialmente), lo que le gusta es lo que le han enseñado que es bello: mujeres estilizadas con photoshop, sin muslos, con las clavículas marcadas.

El problema no está en nosotras, ni españolas ni mauritanas. Está en el patriarcado y en la concepción de que el cuerpo de la mujer existe para el consumo masculino o no existe. El ideal de belleza está diseñado sobre esa premisa, por eso es imposible encontrar a una mujer “perfecta” en la calle, porque hemos llegado a un punto en que necesitamos de lo digital para conseguirla. Y aun así, siempre habrá alguno que diga: “A mí me gustaría un poco más delgada”.