Gracias, Eduardo
Eduardo Galeano se ha retirado al mundo de los sueños que le contaba Helena. Antes de trasladarse, ha tenido la amabilidad de dejarnos su voz y sus escritos. Reconozco que no soy un exhaustivo lector de sus textos, pero me confieso atrapado por la cadencia y el timbre de su voz.
Las críticas a las políticas prepotentes de los Estados Unidos de Norteamérica en los países que configuran sus patrias latinoamericanas han causado la irritación de las élites políticas y económicas que rigen, desde hace siglos, la vida de los habitantes de esa zona del planeta que, según sus profundas y certeras observaciones, se desangra por sus venas abiertas.
Su perspicaz disección de las causas económicas de los conflictos armados que se han sucedido ininterrumpidamente por los territorios de América Latina difícilmente puede ser rebatida. Estoy seguro de que él nunca dudaría en someterse a la crítica y a los enfoques contradictorios de su personal visión sobre las raíces de la violencia, todavía subsistentes en nuestros días. Sus valores intelectuales y políticos corren parejos con la categoría literaria de sus textos. Como es lógico, toda persona que se adentra en el mundo de las letras, se somete al juicio de sus lectores y a las opiniones de los comentaristas especializados en el estudio y disección del arte de la escritura.
Cuando una persona, con la categoría ética y el compromiso político y social de Eduardo Galeano, utiliza la literatura como instrumento para la denuncia de las injusticias y desigualdades, se expone a la disidencia sesgada e incluso a algún vapuleo dialéctico, nacido de la discrepancia ideológica.
Con motivo de su muerte, esta servidumbre se ha puesto de relieve en algunos comentarios que se han podido leer, glosando o desglosando, su trayectoria vital política y literaria. Me ha llamado la atención, la crítica acerba que vierte un guionista de telenovelas venezolano con gran éxito de audiencia, Ibsen Martínez, que firma como escritor, en el encarte dominical del diario El País, publicada el domingo 19 abril pasado. Descarga contra Galeano una catarata de descalificaciones, si bien no tiene más remedio que reconocer, en un escueto párrafo de su largo artículo, que el autor de Las venas abiertas de América Latina ha construido un texto “diabólicamente persuasivo y soberbiamente bien escrito”.
Según su criterio, todo el resto de la obra es un compendio de párrafos incendiarios propios de un sermón pentecostal que sólo tienen un afán catequizador. En un exceso dialéctico le lanza una andanada de improperios: iracundo, incendiario, agitador y predicador de la violencia. Termina su “desapasionada” exégesis con una frase lapidaria: la prolija y mendaz iracundia de Las venas abiertas de América Latina es el ejemplo perfecto de la reproducción de las críticas de Carlos Marx al capitalismo.
Tres días más tarde, desde el mismo medio, Mario Vargas Llosa opina que todo el problema de América Latina ha pasado por la lucha de los revolucionarios contra los liberales. Sorprende en estos momentos, desde una perspectiva española, que el magnífico escritor y premio Nobel mantenga que el aparato divulgador de izquierda es infinitamente superior al de la derecha. Basado en esta afirmación, sostiene que Galeano nadó con la corriente, pero el río que lo llevaba “conduciría a la catarata por la que rodó casi toda la izquierda latinoamericana con la caída del muro de Berlín”. Inmediatamente me vino a la cabeza la película La misión, con la imagen del jesuita precipitándose por la inmensa masa rodante de Iguazú, diluirse en la espuma del fondo y continuar su travesía hasta la mar.
Volviendo a la caída del Muro, Vargas Llosa reconoce que Galeano años después hizo una autocrítica incómoda y rápida que lo honra. ¿Para cuándo una autocrítica de los llamados liberales pasando por un repaso a los textos de Adam Smith? ¿Han descubierto ya cuál es la mano secreta que mece la cuna del mercado? Profesan y proclaman la teología del libre albedrío del mercado, es decir son, unos perfectos anarcocapitalistas.
Le cuesta trabajo, pero termina reconociendo los valores literarios de Eduardo Galeano y lo hace indirectamente cuando finaliza su artículo afirmando que los problemas de América Latina se solucionarán cuando tengamos una telenovela liberal, una canción de protesta liberal y una Biblia liberal, comparable a Las venas abiertas de América Latina.
Aunque muchos no se atreven a reconocerlo, las diáfanas y clarividentes observaciones de Eduardo Galeano sobre el origen económico de los conflictos violentos, velados o manifiestos, coinciden en todo con las valoraciones que Noam Chomsky realiza en la mayor parte de sus libros. Las políticas de dominación que desarrollan los Estados Unidos de Norteamérica las expone, de manera similar, en su libro El Poder Americano y los Nuevos Mandarines, a los que se encomienda la custodia de lo que en otra de sus publicaciones titula El Nuevo Orden Mundial. Frente al anarcocapitalismo, que no respeta sus propias reglas, Chomsky se confiesa militante del anarcosindicalismo.
Al llegar a este punto pienso que soy quien para mediar en una polémica con tan prestigiosos escritores. Estoy seguro que sería más certera la réplica que pudiera hacerles Eduardo Galeano. Me gustaría regalarles alguna grabación de su voz envolvente, cálida y sugestiva que no perdería su pausado tono ante las desabridas descalificaciones del señor Ibsen Martínez.
Siempre la realidad es más persistente que la ficción. Los hombres, las mujeres, los niños y los más viejos que viven en el sustrato de los mundos que relata podrían ser entrevistados por tan ilustres detractores. Quizá en el diálogo y la contemplación de sus vidas sin maquillar podrían encontrar el dolor y la rebeldía que trató de transmitir en su famoso libro. Como él mismo escribe en la cubierta: creo que no hay vanidad en la alegría de comprobar, al cabo del tiempo, que las venas no ha sido un libro mudo. Ten la seguridad querido Eduardo, que a nadie puede dejar indiferente.