Pongo esta palabra con signos de interrogación, mayormente por mantener el tipo, el optimismo o, por lo menos, para no caer en un pesimismo casi inevitable. Aunque, seguramente, lo más realista sería quitar el interrogante y dejarlo en una afirmación o, más bien, una triste constatación.
Y no es, en absoluto, la palabra guerra una palabra menor o de pequeña significación. Ni siquiera es equivalente a otras palabras terribles, pues describe, entiendo, una realidad desconocida para mí.
He vivido, como tantas otras personas, tiempos difíciles, de lo que, sin equivocarme, podría calificar como ausencia de paz. He oído silbar las balas muy muy cerca y visto caer a personas amigas, conocidas y desconocidas; he visto personas torturadas, he visto personas en situación de pobreza y vulnerabilidad extremas; he vivido una parte de mi vida en dictadura… en fin, situaciones terribles que prácticamente todo el mundo conoce directa o indirectamente.
Pero la Guerra, ¡ay!, eso es otra cosa. Ya lo decían en mi casa, lo escuché tantas veces de niña: que la dictadura era muy mala, lo mismo que el miedo; que morir violentamente era tremendo y matar, igual o más tremendo; que el hambre y la necesidad eran igualmente algo horrible, pero que la Guerra era mucho peor; que, como la Guerra, no hay nada. Y debe ser cierto o, al menos, así lo creo yo.
También me ha tocado conocer –oír hablar de ellas, quiero decir– guerras varias, con ese nombre tradicional de Guerra, una denominación pactada, sin discusión, sin paliativos: la del Vietnam, la llamada de los Seis Días, incontables guerras de independencia de antiguas colonias, la de las Malvinas, la de los Balcanes, unas “civiles” y otras “internacionales”, unas terminadas y otras que siguen latentes o cuyo final no se ha certificado... Y, claro, la nuestra, la Guerra de la que tanto se hablaba en mi casa, la que conocí sin haberla vivido o que viví sin haberla conocido, vayan ustedes a saber.
¿Y lo que ahora vivimos?. ¿Qué es lo que está pasando y lo que podría pasar? Sin duda, existen conflictos armados, auténticas guerras, bien cerca, como la que se está produciendo en Palestina mediante ese ataque genocida de Israel en respuesta a un tremendo e injustificado ataque de Hamas, o como la igualmente injusta invasión de Ucrania por Rusia. Ambos conflictos bien cercanos, geográfica y sentimentalmente. Pero hay otros conflictos geo-socio-políticamente más lejanos, pero no por ello menos graves y atroces, como los que se producen, sin apenas conocerse ni relatarse, en países africanos ya castigados por problemas eternos con el resultado de crisis humanitarias que no podemos siquiera imaginar, pero algunos de cuyos efectos nos llegan en forma de personas desamparadas en busca de algo mejor.
Pero resulta también que la Ministra de Defensa declara ahora que “la amenaza de guerra es total y absoluta”, que “no es una pura hipótesis”, que “la sociedad no es del todo consciente”, que “todo el mundo ve lo que dice Putin, que estamos muy próximos a la tercera guerra mundial”, y otras frases de no menor entidad y enjundia.
Pues no sé, la verdad. No sé si somos o no conscientes, pero, en todo caso, sería una conciencia incapaz de determinar lo que deberíamos hacer de manera inmediata. Porque, ¿qué cabría ante tal amenaza real de guerra?. ¿Sabemos lo que ello significa?. Yo, la verdad, no lo sé. No sé a qué nos enfrentaríamos. Por otra parte, imagino que la ministra Robles se refiere a una guerra que llegara hasta nuestras casas, porque guerra, lo que se dice guerra, ya la tenemos en varios lugares, entre ellos, en suelo europeo.
Supongo que si alguien sabe de guerras es una ministra de Defensa, que para eso está –bueno, para evitarlas, es de creer–. Pero lo cierto es que, para nuestra “tranquilidad”, tales palabras han sido negadas o, al menos, matizadas por el presidente del Gobierno, que habría dicho que “no se puede hablar alegremente de terceras guerras mundiales ni trasladar unos mensajes que, evidentemente, preocupan a la ciudadanía” –no sé si en directa referencia a su ministra–. Palabras similares a las del ministro Albares que, como el presidente, ha añadido también que “hay que avanzar en la Europa de la defensa”.
Entiendo que se habla en clave, más o menos: en este debate permanente entre la paz, la guerra y la defensa, en esa dialéctica que se nos vende como inevitable de no poder tener paz sin preparar la guerra, en esta tensión en la que, sin duda alguna, la industria de las armas está hablando por otras bocas.
Y es que no es cierto que todo el mundo quiera la paz: la queremos sinceramente, pero no somos por lo general capaces de despojarnos de otras apetencias y ambiciones que chocan con las de otras personas y grupos humanos. Así es como, dicho en términos demasiado simples –simplones– se producen las guerras: quiero la paz, pero también quiero tu tierra, tus bienes y productos, tu trabajo barato…. En definitiva, quiero una paz con sordina, una paz débil y delicada, una paz en permanente peligro de romperse, y rota por tantos sitios y para tantas personas…
No se puede, por otra parte, negar que hemos avanzado en lo que llamamos “cultura de la paz”, que hablamos de ello, que hay trabajando en esta línea muchos centros de investigación, que la mayoría – espero– no queremos participar en conflictos de esta naturaleza. Pero también se aprecia que estos avances tienen retrocesos, como ocurre en estos momentos, en los que los vientos de la guerra soplan más fuerte y más cerca, en que la defensa y la industria armamentística se intentan mostrar como la clave –la única clave– para la paz.
En estos retrocesos anda la Unión Europea, en un debate entre la posición que defiende la necesidad de entrar en una “economía de guerra” y de “emprender y financiar un rearme” y la posición de negar estos extremos pero asumiendo, como lo ha hecho el presidente Sánchez, el “compromiso de seguir reforzando y modernizando la industria de defensa y la seguridad”. O sea, un debate entre lo peor y lo malo.
Yo no sé, desde luego, cómo se paran las guerras. Pero intuyo, al menos, como todo el mundo, cómo se evitan. Y, sobre todo, sé, porque, como les he dicho, lo aprendí desde bien pequeña, que la Guerra es lo peor, peor que todo lo malo imaginable. Y, desgraciadamente, ya hay demasiadas personas sufriéndola, como siempre, injusta e inhumanamente.