La economía española se enfrenta, si nadie lo remedia, a un episodio convulso en un sector tan relevante como el bancario, con el anuncio de la OPA hostil del BBVA sobre el Banco Sabadell. La historia reciente del sector bancario en España, después de las gloriosas comidas de los 7 magníficos, nos ha llevado a un oligopolio cada vez más pronunciado que ha sido bendecido por las autoridades de competencia, tanto en España como en la UE.
Esta pérdida de competencia efectiva ha provocado un encarecimiento de los servicios bancarios, básicamente comisiones, una pérdida alarmante de calidad para los usuarios y la exclusión financiera de un porcentaje de población no desdeñable, aunque despreciable para la gran banca. A esto hay que sumar la negación a remunerar el ahorro y a la búsqueda permanente de la revalorización de las acciones en bolsa, a la postre, único objetivo de las cúpulas de estos monstruos financieros. Incluso con operaciones de autocartera muy lesivas para gran parte de la cadena de valor del banco. Como recientemente declaró el presidente de BlackRock, la mayor estupidez del capitalismo actual es perseguir únicamente la maximización del valor del accionista.
En un contexto de alzas de tipos de interés hasta hace pocas semanas, el oligopolio ha presentado unos resultados económicos espectaculares, curiosamente en un contexto de estancamiento o incluso reducción del volumen de crédito. Lo cual nos lleva a la intuición que el negocio bancario tradicional ya no es rentable, por lo que son las operaciones espurias y, sobre todo, el juego de los fondos con el propio BCE, lo que está generando estos pingües beneficios. La siguiente derivada también es sintomática. La generación de rentas solo se reparte entre accionistas y consejos de administración, mientras que la fuerza laboral, por cierto cada vez más exigua y desmotivada, apenas recoge alguna limosna para mantenerla desmovilizada, salvo los episodios recientes de huelgas en el sector que no se recordaban desde los años 80 y 90.
La excusa de la digitalización, que excluye a una parte de parias analógicos que apenas hacen ruido, dada su edad y origen geográfico, está siendo utilizada para justificar los sucesivos cierres de oficinas, también consecuencia de fusiones y absorciones pasadas. Esto también se explica porque en algunas zonas de las grandes ciudades, podían copar manzanas enteras con oficinas de las tres o cuatro entidades hoy absorbidas en una sola marca. La ausencia de canales de comunicación y atención personalizada es otra faceta del estrés psicológico que sufre una capa de la sociedad que adolece de la formación necesaria para entender y asimilar toda la pléyade de avances tecnológicos imprescindibles para la operativa más sencilla.
Con estos antecedentes, y tras el fracaso de la OPA anterior por parte del BBVA sobre el Sabadell, ha llegado la traca final que supone el lanzamiento de una OPA hostil contra un banco cuyo valor añadido para el BBVA se centra en el segmento de pymes, y especialmente en la presencia en el Reino Unido. Tras el fiasco del BBVA en Turquía, sus gestores han puesto los ojos en el Reino Unido y, antes de otro fracaso, han considerado que la mejor forma es entrar a través de un operador que ya está funcionando. Pero lo que parece que el BBVA no ha entendido, una vez más, es que si quiere comprar un banco saneado, y que pueda seguir su andadura solo, tiene que poner el dinero suficiente para hacer atractivo a sus gestores y accionistas la operación. El BBVA ha valorado en apenas 12.000 millones de euros el banco a comprar, mientras que el Sabadell, con buen criterio, lo ha valorado en más de 14.000 millones, lo cual arroja una diferencia de más de 2.000 millones, cantidad asumible para el banco grande, que acumula unas reservas ociosas de más de 3.000 millones de euros, aunque es cierto que habría que presupuestar el coste de ajuste de la fusión.
Esta operación supondría el despido, con el eufemismo de no traumático, de algo más de 3.000 empleados, que pasarían a engordar la larga cuenta de prejubilados jóvenes, en muchos casos a cargo del erario público. No está cuantificado, pero también provocaría el cierre de multitud de oficinas, la pérdida del gestor de confianza, y la vuelta a empezar de nuevo con otra persona anónima, a la que cada vez importas menos. Con todo, lo más grave sería la concentración del volumen de crédito que, en algunas zonas como Cataluña, llegaría al 90% en manos del nuevo monstruo financiero.
La decisión del Consejo del Sabadell, inteligente, también se ha basado en la forma de la operación, basada en el canje de acciones y no en la entrega de efectivo, lo que a la postre supone una prima del 18% para el accionista, lo que además produciría una dilución relevante del valor de las acciones del Sabadell. El problema surge para el BBVA al tener que negociar, ahora que ha declarado la guerra a los accionistas del Sabadell, con muchos minoristas que, si fuesen inteligentes, se negarían a vender con estas condiciones. La amenaza del BBVA de que no va a mejorar la oferta no ayuda a convencer a muchos de estos pequeños accionistas, aunque también es cierto que hay varios accionistas institucionales grandes que son, a la vez, accionistas dobles en ambas instituciones.
La última palabra financiera la tendrán los accionistas de la entidad catalana, pero el Gobierno y las instituciones de competencia, tan laxas como inoperantes en España, tienen también mucho que decir para evitar que el oligopolio bancario siga engordando, y con ello, la pérdida de bienestar y eficiencia para muchos usuarios, especialmente las clases más vulnerables y los segmentos de edad más analógicos, por no hablar de la exclusión financiera aberrante que sufren muchos municipios de la España olvidada.