Hoy el esperpento es Feijóo
El líder de la oposición sostiene que el jefe de Gobierno es un émulo de Franco y no pasa nada. El responsable de política exterior del PP acusa al Ejecutivo de estar implicado en un golpe de Estado y nos resbala. La vicesecretaria de Educación del partido más votado declara que “la izquierda necesita pobres” y hay quienes hasta le ríen la ¿gracia? La portavoz de la ultraderecha española solemniza que la prensa no está para fiscalizar la política y se queda tan ancha.
Estamos instalados en el delirio. Tanto que pareciera que somos incapaces de detectar la insensatez y sus consecuencias cuando ésta domina la conversación pública. No es que con la llegada de Vox en este país se haya normalizado el disparate, es que la sensación de que es imposible controlar el desvarío empieza a ser una obviedad. Hay cierta política y, sí, también cierto periodismo que van de la mano: el mismo descrédito y la misma fatiga de materiales. Pero, ojo, que ni todos los que se dedican a la actividad pública son unos irresponsables ni toda la prensa actúa con los mismos códigos por muy fácil –además de injusta– que resulte la generalización y el mezclarlo todo.
En España hay políticos con una clara vocación de servicio público; que creen en lo que hacen; que no entran en guerras partidistas; que no medran; que no levantan la voz, que jamás insultan; que se preocupan por los problemas de la gente y que, sin embargo, su trabajo no es merecedor de letra impresa ni de comentario en las tertulias radiofónicas y televisivas. Siempre asoma el tremendismo, la falta de respeto, el agravio o la ofensa. Cuanto más grueso sea el baldón, mayor cuerpo tipográfico conquista o más minutos de televisión ocupa. Y lo mismo ocurre en el periodismo si es que aceptamos que todo lo que leemos o escuchamos es periodismo, que no parece que en el panorama actual sea el caso con tanto agitador a sueldo, tanto dinero opaco, y tanto esparcidor de bulos financiado por gobiernos autonómicos.
Viene todo esto al hilo de una confesión –no pública– que hace unos días hacía un diputado del PP en uno de esos corrillos que se forman en el Congreso entre periodistas y políticos. “Ni vale todo, ni yo estoy dispuesto a todo”. La crítica iba dirigida, no a sus rivales políticos, sino a la cada día más evidente estrategia de su partido de normalizar el disparate, atacar personalmente a los ministros y no sus políticas y de hiperbolizarlo todo hasta traspasar todas las líneas rojas.
La actualidad política se ha convertido en una auténtica carrera por ver quién es capaz de superar el desvarío del competidor más cercano. Y en el caso del PP, convertido en un émulo de Vox, ya incomoda incluso dentro de sus propias filas.
Tan obsesionados están en la calle Génova en lograr que el Gobierno pierda cada semana una votación en el Parlamento con la que se evidencie su debilidad que no tienen tiempo ni interés en hablar a sus votantes y a los que aspiran a conquistar de cómo acabar con la desigualdad, de mejorar la educación o la sanidad o de dar soluciones al problema de la vivienda. Este martes se vio en el Congreso cuando una derecha eufórica –PP, Vox y Junts–celebraba con gran entusiasmo que hubiera decaído una iniciativa parlamentaria de Sumar que pretendía corregir un agujero negro de la ley de vivienda para regular la treta del alquiler de temporada que utilizan los arrendatarios para subir cada año los precios a los inquilinos.
'Quo vadis, Feijóo?' ha pasado de ser una llamada de atención sobre la estrategia del líder de la oposición para conquistar La Moncloa a un grito desesperado dentro de sus propias filas ante la deriva del hombre que dijo llegar para hacer política para adultos, no hacer seguidismo de otros partidos -en alusión a Vox- y huir del esperpento. Hoy la extravagancia y el adefesio es él. Y esto es algo que se escucha ya entre los que forman parte de su propia dirección, más allá del inexpugnable clan de los gallegos.
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