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El taxista muerto y nosotros que aún estamos vivos

Cientos de taxis colapsan el centro de Barcelona contra la regulación de VTC

Isaac Rosa

Cogí ayer un taxi y me sorprendió ver al volante un zombi. No lo parecía, iba aseado y hablaba como un vivo, pero así se presentó: “Bienvenido a bordo, soy un zombi, un muerto viviente, también llamado taxista”.

Vale, ya sé que no hay taxistas zombis ni pude coger un taxi ayer, que estaban en huelga y bloqueaban las calles. Pero no me chafen el invent, que la ficción periodística está llena de taxistas a la medida del periódico de turno, y no voy a ser menos.

Mi taxista zombi no paró de hablar en todo el viaje:

“Nosotros ya estamos muertos, sabemos que somos la última generación de taxistas sobre la Tierra. Toda esta pelea es más para conseguir una posición de fuerza con la que negociar una salida digna. El Estado es capaz de indemnizarnos y pagar un plan de reconversión antes que frenar el avance de Uber y compañía, que están aquí gracias a la inacción, cuando no colaboración, de los gobiernos”.

“Nosotros ya estamos muertos, y por eso deberíais apoyarnos en nuestra lucha: porque quizás vosotros todavía estéis vivos pero seréis los próximos fiambres. Aunque solo sea por entorpecer y retrasar un rato la uberización generalizada, deberíais estar a nuestro lado y sostenernos en pie todo lo posible. Somos la resistencia, un dique, y cuando caigamos irán a por el siguiente dique”.

“Puede que acabemos perdiendo esta batalla, pero no seamos derrotistas: solo es una batalla más de una guerra cuyo resultado no está decidido. Hoy es la batalla del taxi, pero la guerra es de todos los trabajadores, por defender los derechos laborales contra la precarización y desregulación disfrazadas de modernidad, tecnología, libertad, apps y emoticonos. Lo que está en juego es el pacto social, que si no lo defendemos no quedarán ni las raspas. Y no es verdad que sea inevitable, irresistible: nosotros hemos caído porque nos habéis dejado solos”.

“Ya sé, no es fácil apoyarnos, las empresas de VTC libran la batalla de la opinión pública con ventaja: los taxistas venimos odiados ya de casa, no podemos tener peor imagen. En buena parte por méritos propios, por supuesto: en este sector no hay más caraduras que en otros, pero se les ve más y manchan a todo el colectivo. Tampoco hemos sido muy solidarios en las huelgas generales, cierto. Pero además nos veis como privilegiados, que es lo peor que te puede pasar en un país donde el solo hecho de poder hacer huelga ya es visto como privilegio”.

“La batalla de la imagen también la traemos perdida de casa. No ya por los topicazos, sino porque frente al discurso cool de la 'economía colaborativa' (que de colaborativa tiene poco: pregunten a sus trabajadores), frente a su imagen millennial nosotros somos el ayer, la vieja economía, la resistencia al cambio. Nos llaman gremio, no digo más”.

“Para más desgracia, quienes más deberían defendernos son precisamente quienes no suben a nuestros coches: la clase trabajadora que pierde derechos a chorros, que no puede permitirse un taxi y de vez en cuando se sube a un VTC con botellita de agua y chófer que le abre la puerta. Hacia nosotros sentís indiferencia, cuando no resentimiento. ¡Si ni siquiera nos veis como trabajadores!”.

“Total, dice la gente, no perdemos nada si desaparecen los taxis. Pues ya veréis cuando ubericen otros sectores, empezando por el tuyo, y te digan eso de 'hay que adaptarse y evolucionar, dinosaurio'. Y la uberización no se detendrá en servicios esenciales, ninguno está a salvo. ¿Sanidad, enseñanza? ¡Uberícese, desregúlese, modernícese, ábrase a la entrada de nuevos competidores, libertad para los usuarios! Y si no tienen pan, que coman libertad”.

“Hala, que tenga usted buen día”.

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