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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Imagina pasar un día entero sin hablar con nadie

Imagen de archivo de un anciano en su casa. EFE/Cabalar
3 de diciembre de 2022 22:48 h

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Abres los ojos. Hoy parece que, al fin, ha salido el sol. Es buena noticia porque llevaba varios días lloviendo y la ropa seguía húmeda en el tendedero. Sales de la cama de un ligerísimo brinco. Pasas por el baño. Te humedeces la cara. Pones la cafetera en el fuego; comienza a producir su sinfonía de sonidos y olores habitual. Metes en la tostadora dos rebanadas de pan que untas con margarina (el médico no te deja tomar más mantequilla) y mermelada. Desayunas con la tele encendida, que siempre está ahí, de fondo, como un murmullo. Te desprendes de la bata y te vistes con ropa de calle. Bajas al supermercado. Llevas anotado en una libreta lo que necesitas: Fairy, cebollas, patatas, yogures, desatascador, manzanas, pescado (cualquiera que no esté caro). “La maldita inflación”, exclamas. Igual lo has dicho demasiado alto, bueno pues si te han escuchado que te escuchen, qué más da. Aprovechas para pasar por la farmacia y medirte la tensión. Vuelves a casa. Te cruzas con un vecino en el rellano. Va con prisa y no te saluda. Cocinas. Hoy toca lentejas. Siempre te recuerdan a las que te hacía tu madre. Te acuerdas de ella, cómo se veía de espaldas, con su delantal de flores, frente a los fogones. Comes. Te sientas en el sofá y te pones a ver la tele. Hay una persona en el plató que no conoces, seguro que te has perdido algún cotilleo reciente, con quién estará ese liado para estar ahí. Pasas la tarde cambiando de canal en canal. Ya anochece afuera. El naranja colorea los muebles del salón. Cada vez anochece antes, claro, el cambio de hora. Decides adelantar la cena. Será una tortilla francesa con jamón en taquitos. Vuelves al sofá. Hoy emiten el programa ese que tanto te gusta de concursantes que cantan. Te entra sueño pasadas dos horas. Bostezas repetidamente. Recorres el pasillo hasta llegar a la habitación. Miras, de reojo, varias fotos que hay sobre la mesilla de noche. Te tumbas. Tras varios minutos de pensamientos inconexos, te duermes. Has pasado todo el día sin hablar con nadie.

Imagina pasar todo un día sin hablar con nadie. 24 horas sin ni siquiera intercambiar mensajes impersonales a través del teléfono móvil con un familiar, compañero o amigo. Imagina no poder comentar con nadie esa noticia que te ha espantado. En el supermercado te encontraste con ese vecino tan desagradable y no tienes a quién contárselo. Tampoco puedes decirle a nadie, salvo al médico la semana que viene, que has ido a la farmacia y tu tensión está demasiado alta.

Este es el día a día de muchísimos ancianos. Esta semana, La Vanguardia publicó que la mitad de las llamadas al servicio de teleasistencia de la Diputación de Barcelona se realizan con el único objetivo de “hablar un ratito”. El 50% de las interacciones entre los usuarios, mayormente mujeres, son de personas que quieren comentar algún dato al servicio y, sobre todo, “conversar un ratito para aliviar la soledad”.

Pero es un error pensar que la soledad no deseada, ese virus que se expande sin medidas de contención, afecta solo a los mayores. Hace cinco años escribí un reportaje sobre un proyecto piloto que había puesto en marcha el Ayuntamiento de Madrid (‘Madrid vecina’) para paliar la soledad no deseada en varios barrios de la ciudad. El proyecto pretendía convertir a los comercios de los barrios en puntos de encuentro, como ocurre en los pueblos, como ocurría en las tiendas de toda la vida. Los dueños de las tiendas me contaron que por allí pasaban también bastantes personas jóvenes.

¿Tú cómo reaccionarías si un vecino, joven o mayor, te parase en el portal o en una tienda del barrio y te dijese que se siente -o que está- solo? Probablemente con lástima. Quizá te parecería extraño, intrusivo; puede que te incomodase. Tranquilo, no te sientas culpable, no es solo tu culpa. Los remedios reales para paliar la soledad no deben dirigirse solo las personas solitarias, o las personas que se sienten incómodas con la soledad ajena, sino al sistema que las hace solitarias, a la columna vertebral de ciudades que socavan la soledad. Los expertos coinciden en que para paliar la soledad hay que reestructurar nuestras vidas en torno a las personas. Y en este momento, en esta sociedad, en este sistema, nuestras vidas se estructuran fundamentalmente en torno al trabajo.

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