No esperes de un estúpido sino otra estupidez. Y Donald Trump, autor del famoso tuit “El concepto de calentamiento global fue creado por y para los chinos con el fin de hacer a la industria norteamericana no competitiva” es un estúpido integral. Un insensato al frente de una gran nación que acaba de cometer otra solemne estupidez al anunciar su intención de sacar a EEUU del Acuerdo de París.
El actual presidente norteamericano es un perfecto analfabeto científico que ni ha entendido ni entenderá jamás el nivel de amenaza que supone el calentamiento global. Aunque la NASA lo invitó a su cuartel general para explicárselo bien en cuanto llegó a la Casa Blanca. Aunque el Pentágono se lo llevó al día siguiente al otro lado del Potomac para demostrarle que el cambio climático es también una cuestión de seguridad nacional. Él, nada: ni puñetero caso.
El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, explicaba el otro día en modo irónico hasta qué punto el expresentador de realitys metido ahora a presidente es incapaz de comprender la importancia de un acuerdo como el de París. “Intentamos explicárselo de manera muy clara -decía Juncker- poco a poco y con frases cortas”. Pero tampoco hubo manera.
Lo más triste de toda esta pantomima es que, aunque para muchos resulte una herramienta insuficiente, lo cierto es que el Acuerdo de París, al que Trump acaba de lanzar su penúltimo escupitajo, es el resultado de uno de los mayores esfuerzos diplomáticos de los últimos tiempos.
Quienes tuvimos la fortuna de asistir en aquellas semanas previas a la Navidad de 2015 a la Cumbre de Paris éramos conscientes de lo mucho que se jugaba el mundo (que no el planeta). Y de las enormes desavenencias que enfrentaban a las delegaciones de los 195 países asistentes.
Trump se habría alineado rápidamente con los países del ALBA, la alianza bolivariana férreamente dirigida por Venezuela que agrupa entre otros a Bolivia, Cuba, Ecuador o Nicaragua y que se dedicó a poner corchetes a todos los borradores del acuerdo en defensa del lobby petrolero.
Pero también habría escuchado el grito desgarrador de los SIDS, así llamados por su acrónimo en inglés: Small Island Developing States. Pequeñas naciones como Tuvalu, Barbados o Samoa para las que alcanzar un acuerdo era cuestión de supervivencia: “Nuestros países son cada vez más pequeños”, dijo el delegado de Kiribati, “y mientras ustedes discuten, el océano nos está engullendo”.
En París el presidente Obama declaró: “He decidido viajar hasta aquí personalmente para dejar claro que EEUU no solo reconoce su papel en la creación de este problema, sino que asume su responsabilidad para ayudar a resolverlo. Nuestro liderazgo en este tema es vital”.
En su lamentable comparecencia de esta semana, Donald Trump resumía su decisión con una sola frase: “No queremos que nada se interponga en nuestro camino”. Y EEUU caminará solo. Bueno, no del todo: junto a Nicaragua y Siria.
El resto del mundo está en el Acuerdo de París. Porque la decisión de unir fuerzas para hacer frente al grave desafío del cambio climático es irreversible. Basta atender a las declaraciones de estos días de todos los líderes mundiales, en defensa del Acuerdo de París, para comprobar que no tiene vuelta atrás.
Y luego está la voluntad de la primera potencia mundial: la sociedad civil internacional. Una decisión más que irrevocable. El Acuerdo de París es también el Acuerdo de Rafa, el de Aaron, el de Saida o el de Olaf, el de Xian o el de Musoke. Es el acuerdo de la gran infantería de ciudadanos del mundo que cada día apaga la luz, cierra el grifo, separa las basuras, viaja en tren, consume de manera responsable y cuida de la naturaleza cuando sale al campo. Y ahí Trump no tiene nada que decir ni nada que hacer.
Como dijo el presidente chino en la Cumbre de París, “hacer frente al cambio climático debe convertirse en una misión compartida por toda la humanidad”. Lo que toca ahora es reforzar nuestras acciones a favor del medio ambiente y en contra del cambio climático, actuar con mayor empeño. Y a Trump, pues eso: lo que estás pensando.