El protagonista de la novela El increíble hombre menguante, de Richard Matheson, va disminuyendo progresivamente de tamaño y en esa peripecia, que es un descenso a los infiernos, su identidad se va desintegrando. A mitad del relato, dan por muerto al héroe, que tiene que sobrevivir en soledad en un mundo cada vez más reducido y hostil.
En su largo y difícil proceso de digestión de los resultados electorales del 23-J, la figura de Alberto Núñez Feijóo también parece estar menguando. Con ese liderazgo reducido y antes de que los suyos le den por amortizado, tendrá que defender una candidatura fallida a la presidencia. Será la culminación de un camino lleno de errores estratégicos, que comenzó con el desbarajuste de los acuerdos con Vox y continuó con su propuesta de pacto de estado y legislatura también menguada, sus bandazos en una supuesta negociación con Junts per Catalunya y la convocatoria de un acto previo y preventivo que primero era masiva movilización y finalmente se ha quedado en íntimo mitin de partido.
En los discursos y llamadas a la acción del ala dura del Partido Popular, representada por José María Aznar e Isabel Díaz Ayuso, parece ignorarse que Feijóo sigue siendo el candidato. El último acto, hasta el momento, ha estado a cargo de la presidenta de la Comunidad de Madrid, que ha pedido a Pedro Sánchez que sea “valiente”, convoque elecciones y se muestre “sincero” sobre sus pactos. Ayuso no solo da por hecha la derrota aritmética, también el fracaso de liderazgo del presidente de su partido, que en esta situación ni pincha ni corta ni tiene nada que decir. Ha caducado incluso el mantra de que fue Feijóo quien ganó las elecciones y su investidura cada vez se asemeja más a la moción de censura de Ramón Tamames. Durante aquel hito grotesco de nuestro parlamentarismo, Feijóo se declaró “abstraído”, esto es, ensimismado y absorto en su meditación, dejando claro que aquella pantomima no iba con él. Lo peor es que parece no haberse recuperado de ese estado mental, y todo lo que ha venido después también tiene poco que ver con él.
Mientras Feijóo ha olvidado la máxima política de que uno debe ser fiel a sus principios y procurar elegir sus finales, en el bloque de la izquierda crece el runrún de nuevas elecciones. A pesar de que Pedro Sánchez asegura que habrá gobierno progresista aunque tenga que buscar votos debajo de las piedras. Para algunos volver a sacar las urnas ya no se antoja una tragedia sino un mal menor ante la dificultad de explicar la amnistía como una medida valiente y comprometida y no como una cesión, y visto el enrocamiento de Puigdemont en la unilateralidad. Yolanda Díaz ha aparcado las risas para avisar al hombre que manda en Junts de que no es posible el acuerdo si no renuncia a otro procés.
La repetición electoral recurrente es, sin embargo, un fracaso de la política y una devolución de la pelota al tejado de los electores, a los que se hace responsables últimos del bloqueo y la difícil gobernabilidad. La democracia representativa tiene estas cosas, los votantes emiten un mandato y los diputados elegidos pactan y negocian para formar un gobierno. La reiteración de elecciones hasta que el resultado responda a unas perfectas matemáticas de estado no parece lo más democrático. España es la que es, y de esa España no van a desaparecer por arte de magia los votantes independentistas y tampoco los de Vox. Los bloques y nuestros patriotismos y nacionalismos deben acomodarse a algún arreglo político viable, con un respaldo de la mayoría y conforme al ordenamiento constitucional. Dar forma a ese acuerdo es labor de los líderes a los que confiamos nuestra representación. No perdamos la esperanza. Aún tienen la oportunidad.