Una vez más el independentismo ha tirado demasiado de la cuerda. Y ha colocado al gobierno socialista en una situación imposible. El anuncio, que podía haberse ahorrado, de que éste iba a aceptar un relator en las negociaciones había encendido a la derecha y proporcionado a las viejas glorias del PSOE el argumento para pedir de nuevo la cabeza de Pedro Sánchez. Pero ni por esas el PDeCAT y ERC han cedido lo más mínimo. Y han obligado al presidente del gobierno a dar marcha atrás para no hacer el ridículo. Con todo, la ruptura formal de las negociaciones anunciada por la vicepresidenta Calvo puede no ser el último capítulo de esta peripecia.
La historia se repite. En octubre de 2017 Carles Puigdemont quería evitar el 155. Pero no pudo o no quiso resistir la presión de los independentistas que creían que una convocatoria de elecciones equivalía a una traición. Esta semana los dirigentes de ERC y del PDeCAT, presionados por la movilización contra el juicio del procés, han creído que podían seguir exigiendo la autodeterminación en las negociaciones y, al tiempo, presentar enmiendas a la totalidad de los presupuestos sin que pasara nada. Se han vuelto a pasar de frenada.
Pedro Sánchez podía intentar hacer frente a la tormenta desatada por Pablo Casado y Albert Rivera y, al tiempo, tratar de sortear la revuelta interna del PSOE. Pero necesitaba obtener algún activo en el frente catalán para avanzar por un terreno tan adverso como ese. Cuando el jueves por la tarde el PDeCAT presentó su enmienda a la totalidad, la posibilidad de que eso ocurriera quedó cegada. Al menos en el momento presente.
Ahora se abren distintos escenarios para un futuro inmediato. Uno es el de que los dos partidos independentistas retiren sus enmiendas y concedan así unos meses más de vida al gobierno socialista. ¿Lo harán únicamente porque vean que su actual posición es indefendible, que hasta alguna, o mucha, de su gente puede pensar que votar con la derecha para acabar con Sánchez es una ignominia y que renunciar al dinero que llegaría con los nuevos presupuestos es un sinsentido? ¿O pedirán contrapartidas que La Moncloa no podrá aceptar y volverán a encender el panorama?
Por el momento no es posible responder a esas preguntas. La experiencia independentista demuestra que sus movimientos son casi siempre imprevisibles. En cualquier momento su lógica política puede quedar arrumbada por la pasión de los ideales. Y en las circunstancias presentes, cuando la mayoría de sus principales dirigentes está a punto de ser machacado por la justicia, los planteamientos racionales pueden perfectamente pasar a un segundo plano.
De ahí que un escenario alternativo al de un principio de acuerdo sobre los presupuestos sea ahora perfectamente plausible. Lo definitorio del mismo sería la convocatoria anticipada de elecciones. Para hacerlas coincidir con las municipales y autonómicas del 26 de mayo o incluso para una fecha anterior a esa.
Si esta segunda salida es la que termina imponiéndose, Pablo Casado, Albert Rivera, Felipe González, Alfonso Guerra y Vox habrán ganado su pulso y Pedro Sánchez habrá recibido un varapalo aún mayor que el que la vieja guardia socialista le propinó hace dos años y medio. ¿Para qué valdrá entonces la manifestación del domingo? Para lo mismo que valió desde que fue concebida: para hacer propaganda electoral y para revalidar la tesis de que con el independentismo catalán solo vale el palo sin contemplaciones, una idea que será seguramente uno de los ejes para la futura campaña para las generales.
Es evidente que el gobierno ha gestionado mal la negociación con los independentistas. Que la vicepresidenta Calvo anunciara que iba aceptar una de sus reivindicaciones sin tener la seguridad de que ERC y PDeCAT iban a renunciar a sus enmiendas a la totalidad fue un error de bulto. Si Pedro Sánchez no tenía en sus manos un acuerdo, o un principio de acuerdo, del que estuviera explícitamente ausente la autodeterminación, tenía que haber renunciado a la vía de un entendimiento en esas condiciones.
Los hechos de las últimas horas han permitido comprobar que no tenía atado su planteamiento. Que no había conseguido que los independentistas entendieran sus límites, que había cegado la posibilidad de sorpresas como la que el jueves dio el PDeCAT. Si obtiene una prórroga, cabría esperar que no cometiera más errores de ese tipo.