Conceptualizar es politizar, nos dice la filósofa Celia Amorós. Conceptualizar es pasar de la anécdota a la categoría. Es dar forma a un fenómeno social para que sea visible en nuestra sociedad. Conceptualizar es ponerle nombre a la desigualdad para poder combatirla. Son numerosos los problemas que no tenían nombre a los que el feminismo les ha dado forma para traerlos a la sociedad, para que los veamos, para que los cambiemos. De hecho, conceptualizar la desigualdad que el patriarcado pretende esconder o hacer pasar como normal o natural es la tarea básica del feminismo.
Son numerosos los conceptos que se han desarrollado para explicar la desigualdad que sufrimos las mujeres en la estructuras de poder. El techo de cristal, por ejemplo, nos sirve para nombrar los obstáculos, que no son otra cosa que relaciones entre varones y roles y estereotipos asignados a las mujeres, que impiden a las mujeres llegar a los puestos de poder. El concepto de suelos pegajosos visibiliza todas las responsabilidades y tareas vinculadas al trabajo doméstico y de cuidado de menores o personas dependientes que impide a las mujeres progresar en su carrera profesional o muchas veces siquiera empezarla. Menos conocido pero igualmente necesario es el concepto de acantilado de cristal. Michelle K. Ryan y Alexander Haslam, docentes en la Universidad de Exeter, acuñaron el concepto acantilado de cristal en un artículo titulado The Glass Cliff: Evidence that Women are Over-Represented in Precarious Leadership Positions. Definieron el concepto de acantilado de cristal para explicar cómo las mujeres tienen muchas más probabilidades de acceder a puestos de poder cuando las circunstancias son precarias, adversas y cuando existen grandes posibilidades de fracaso.
Un claro ejemplo de acantilado de cristal son las condiciones en las que Inés Arrimadas asumió el liderazgo de Ciudadanos, teniendo que gestionar el resultado de unos nefastos resultados electorales. Inés Arrimadas es una de las primeras mujeres que ha liderado una formación política en España y lo hace en circunstancias muy precarias, en una situación orgánica extremadamente complicada y con escasas oportunidades de ofrecer un liderazgo político exitoso. Recientemente Yolanda Díaz ha asumido la responsabilidad de liderar a Unidas Podemos dentro del Gobierno de España al tiempo que tendrá que seguir ofreciendo una respuesta efectiva en una de las carteras con mayor responsabilidad en una situación de crisis como es el Ministerio de Trabajo y Economía Social. La magnitud del reto al que se enfrenta Yolanda Díaz es enorme y la tarea no es sencilla: liderar a Unidas Podemos en un gobierno que mantiene negociaciones permanentes, gestionar los conflictos y seguir desarrollando de manera eficaz las tareas del Ministerio de Trabajo. No hay duda de que las expectativas sobre la vicepresidenta tercera son altísimas y que las dificultades son enormes. Pero no se trata sólo de Arrimadas y Díaz. Theresa May y la crisis del Brexit es otro ejemplo muy ilustrativo de la trampa que puede suponer para las mujeres asumir el poder en condiciones precarias y de crisis. Y estoy segura de que a quien lee este texto le resultará sencillo pensar en candidatas que asumieron el reto de optar a la alcaldía en ciudades y pueblos donde era casi imposible ganar.
Las consecuencias de desafiar estos acantilados de cristal no son únicamente para las valientes mujeres que los enfrentan. Cuando una mujer rompe un techo de cristal, todas las mujeres avanzamos. Pero sin duda, que las mujeres rompan los techos de cristal en condiciones precarias y excesivamente complejas, con altas posibilidades de fracaso y con costes altísimos, muchas veces personales, impacta también en el resto de las mujeres. Dibuja unos escenarios para las mujeres en el poder poco deseables para quienes evalúan los costes de su participación política.
La igualdad de las mujeres en la política es una cuestión fundamental de calidad democrática. Es imprescindible visibilizar los acantilados de cristal a los que muchas mujeres se enfrentan y que tantas veces sortean haciendo sencillo lo que es extremadamente complicado. La igualdad en política para las mujeres no puede ser solo de participación sino que tiene que ser también en las condiciones en las que las mujeres acceden al poder.
En política los cargos no siempre vienen acompañados del poder para ejercerlos. El poder es otra cosa. El poder no se cede. Las mujeres el poder se lo ganan, lo pelean y lo tienen que defender a diario porque siempre está en cuestión. El poder no se tiene, el poder te lo reconocen. La autoridad, el respeto a las decisiones y los liderazgos políticos no se imponen con un cargo sino que vienen con el reconocimiento de los otros. Y no descubro nada nuevo si digo que nuestra sociedad machista ha sido conformada para no reconocer la voz de las mujeres, que cuestiona la legitimidad de los discursos de las mujeres. Una sociedad, una política, que, todavía hoy, coloca a las mujeres sobre acantilados de cristal.