No seremos inocentes

Vivimos dentro de unas generaciones y dentro de la historia y, al mismo tiempo, la historia se nos mete dentro inadvertidamente. La crisis que vive el Reino de España como consecuencia del “procés” catalán es uno de esos trances históricos que nos afecta a todos.

El Estado reformado tras la Transición, un ensayo y un tiempo histórico basado en mentiras y agotado, debiera haber tenido su crisis por la resistencia de la sociedad a que le robasen sus derechos, a una política económica que empobreció a la sociedad, arrojó fuera a una generación, atacó la sanidad y la escuela pública y, como gran logro económico, vació la caja de pensiones… Pero no fue así. Todo el malestar y el enfado sólo dio para que se reformulase el mapa político español y en vez de dos fuesen cuatro los partidos en el juego. Fue la sociedad catalana, que mantiene desde hace siete años un pulso al estado, quien pone en crisis este sistema político. Es lo que hay.

El proceso político catalán sólo ofrece alternativas a quienes viven allí, a los demás no. No tendremos república, sin embargo sí que nos implica a cada persona que vive en este Estado.

Igual que el PP utilizó el terrorismo como arma contra los socialistas, también utilizaron el españolismo contra el nuevo Estatuto catalán. El Rajoy de las 500.000 firmas recogidas por toda España contra el Estatuto que ya habían plebiscitado los catalanes y que torpedeó la renovación del Constitucional para conseguir el fallo deseado, tiene detrás de sí, no sólo a la casi totalidad de los medios de ámbito estatal, sino también al resto de los partidos estatales.

El PSOE, tras el abrazo de Sánchez y Rajoy y por boca de Margarita Robles, acaba de decir que respaldaría el secuestro de las urnas y la persecución de organizadores y votantes si hubiese delito. Si alguno hace unos meses todavía defendía el derecho y la necesidad de que los catalanes decidiesen su relación con España, Podemos, ahora ya no. Y acabamos de ver el desembarco áulico en la Barcelona de los atentados en los aviones presidenciales. Habiendo trenes y automóviles particulares, ese desembarco del monarca y sus políticos llegados de la corte con inevitable tufo colonial resume el momento entre el Estado y Catalunya.

Efectivamente, frente a la demanda de votar de la mayoría de la ciudadanía catalana, están “unidos” y “por la unidad”. Una unidad para marcar una frontera.

Por si la ciudadanía catalana tenía dudas, lo vivido en las horas y los días tras esos atentados, de un lado la labor de los Mossos y del otro las muestras de catalanofobia y la falta previa de colaboración de las policías españolas y las posteriores acusaciones, les confirmó tanto sus propias capacidades como país como la hostilidad del estado hacia ella. Así están las cosas.

Sabiendo como fueron estos años de democracia salida de aquella Transición, es lógico que la mayoría de la población española desconozca no sólo la historia, la cultura y la lengua de Catalunya, sino también lo que ocurre allí desde hace unos años y cómo ha evolucionado el sentir y el pensar de la gente. De eso se encargó la política y la gran mayoría de los medios de comunicación centralizados en la corte. Como consecuencia, es natural que la opinión pública española asuma lo que le cuentan y cierre filas tras el Gobierno y los demás partidos frente al parlament catalán, pero eso no nos disculpará ante nosotros mismos cuando haya que mirarse al espejo.

Una pregunta que me hicieron una y otra vez en distintos lugares y ambientes de Catalunya es más bien un reproche: “¿Cómo es que no hay voces allí que nos comprendan, que nos defiendan? ¿Dónde están los artistas y los intelectuales que otras veces se solidarizaban con esto o lo otro?”. No es cierto que a la mayoría de los catalanes no les interesase España, la realidad es que sienten que en estos años han recibido ataques, incomprensión y muy pocas o ninguna muestra de solidaridad. La realidad es que están dolidos con la sociedad española. Los partidos hacen y harán política, tras el referéndum tendrán que hacer tratos nuevamente de un modo u otro porque es su función, pero por debajo y por encima están las personas, la población. Y lo que ya es irreparable es la ruptura moral entre la ciudadanía catalana y la sociedad española.

La sociedad no tiene muchos instrumentos para expresarse pero ésa es una de las funciones de los intelectuales y tampoco lo han hecho.

Mi conclusión es que hoy en el Reino de España no es posible la función de los intelectuales, simplemente no se les tolera. Sólo caben las voces que repiten el discurso ya instalado, el discurso del poder, novelas y opiniones que reafirmen los consensos establecidos. La consigna de hierro que rige en los medios de comunicación, a Catalunya ni agua, también fue asumida, de grado o por fuerza, por la inmensa mayoría de los opinadores que podrían hacer alguna objeción o comprometerse con una demanda política que es democrática.

No puedo creer que sea por un completo desconocimiento de los aspectos del conflicto entre la política catalana y la española. El desconocimiento de la lengua catalana puede explicar relativamente que no se busque y no se comprenda las informaciones de algunos medios catalanes que dan una visión alternativa a la oficial del conflicto, pero existen algunos medios en castellano, como éste, que sí han dado cuenta de cómo Rajoy ha conducido ese conflicto al lugar donde ahora está.

Me consta que hay intelectuales que justifican su alineamiento invocando a “la burguesía catalana”, “Pujol”... Incluso quienes les niegan a buena parte de la ciudadanía catalana sus derechos y su identidad cívica recordándoles que no son catalanes porque han nacido en otro lugar y por su sangre y llamándoles ahora lo que fue un estigma clasista, “charnegos”. No comprenden como ofenden a esas personas que se saben dueñas de su país y tan catalanes como los que antaño presumían de apellidos. Las invocaciones al clasismo sólo sirven para pretender mantener el statu quo dentro del Estado, lo que vive Catalunya no sólo es una revolución democrática frente a un estado que la niega sino una revolución democrática interior en la que el protagonismo lo tiene una sociedad que lleva siete años movilizada. Y la idea de que los y las Pérez o García catalanes están engañados sobre su verdadera identidad y carecen de juicio propio es, supongo que inconscientemente, clasista y racista. Esas personas, precisamente, son los protagonistas de esa revolución democrática.

Más bien creo que la concentración de medios de comunicación en Madrid, que su propiedad esté en manos de la banca y que hayan perdido su carácter de informar y sean armas políticas ha conseguido que la mayoría de los intelectuales españoles sean rehenes suyos, obligados a enfrentar un castigo en sus intereses personales y profesionales si discrepan públicamente. España no tolera y castiga la disidencia, mucho más cuando, como ahora, tocaron a rebato. El que se mueva no sale en la foto.

Quien crea a Sáenz de Santamaría que van a ganarle a los catalanes “por 10 a 0” desconoce completamente la realidad social catalana y tendrá que volver a negar que existen millones de catalanes que van a votar aunque el PP y sus comparsas digan que es ilegal. Esas personas de todas las edades, apellidos y condición social que acudirán a por su papeleta a pesar de los guardias existen, aunque los medios españoles no las retransmitan.

No somos inocentes, sobre todo los intelectuales, y todos seremos responsables del país que entre todos creamos. Una España tan uniforme, dura e incomprensiva nunca será un país democrático.