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La nacionalidad no dispara

Moha Gerehou

La historia ya comienza a ser habitual cada vez que una masacre tiene lugar en las calles de Europa. Se corre a conocer la nacionalidad o el color de piel para saber por qué a una persona le ha dado para asesinar a sus semejantes. No han sido pocos los medios que, antes de la comparecencia de la Policía de Múnich, abrieron sus webs informando del origen germano-iraní del tirador. Como si la nacionalidad tomara la decisión de coger un arma y la condición de extranjero fuera la que apretara el gatillo.

En Niza, rápidamente se aludió a la nacionalidad franco-tunecina del autor de la masacre y su, por ende, inevitable inclinación islámica. Luego los testimonios de sus conocidos apuntaron a un hombre que ni rezaba ni practicaba el ayuno durante los días de ramadán. A uno le da a veces por jugar a la ciencia ficción preguntándose si en casos similares pero con distintos orígenes se aludiría tan rápido a la procedencia como algo malo. No lo parece.

Ahora tenemos el caso de Múnich, donde acaba de pasar lo mismo. Sin saber nada, sin esperar a lo que dijera una policía muniquesa que tuiteaba hasta en tres idiomas distintos para quien no pudiera o no quisiera entender, periodistas y todólogos se lanzaron sobre la hipótesis yihadista. Una teoría reforzada cuando se descubrió el origen iraní del chico y que quedó enterrada poco después cuando las fuerzas de seguridad bávaras descartaron cualquier relación con el yihadismo. De hecho, la vinculación que hicieron fue con el ultraderechista Breivik.

A moldear esta mentalidad ha contribuido sin duda la amenaza de ISIS, hasta el punto de que nuestra sociedad vive más tranquila tras una barbarie cuando se descartan las motivaciones yihadistas. Incluso si todavía se desconocen las verdaderas causas del ataque. Descartado que no se gritó 'Allahu Akbar' antes de asesinar, parece que solo “un acto de locura” puede llevar a alguien a acabar con varias vidas. Como si todos los actos del autoproclamado Estado Islámico no contaran con ese factor. Como si en todos lo casos no fueran las ideas o la locura, y no la nacionalidad, la que empujen a alguien a matar.

Este pensamiento tiene su repercusión en nuestro día a día, cuando se da por sentado que el origen árabe te convierte en musulmán, y que profesar esta religión lleva a querer terminar de manera incontrolable tanto con otras vidas como con la tuya propia. Y gran parte de los medios de comunicación corren a reproducir este mantra que afecta de lleno a la vida diaria no sólo de la población musulmana, sino de cualquiera que por aspecto y origen encaje en el estereotipo de musulmán. Y ahora ya la correlación nunca falla: con cada atentado, los incidentes islamófobos y racistas crecen.

Lo sorprendente es que la mayoría de estos incidentes los sufre la población árabe, comúnmente asociados a la religión islámica por el imaginario colectivo. Pero por desmitificar con una pequeña dosis de información, según el prestigioso Pew Research Center, los países con mayor población musulmana se sitúan en Asia, y no en Oriente Medio o África. India y Pakistán lideran la clasificación.

Tenemos una labor muy importante si queremos dejar de criminalizar a las personas por su nacionalidad o color de piel. Usarlos como un factor positivo o negativo según nuestros prejuicios no nos ayudará a derrotar al terrorismo, y ahí los medios de comunicación tenemos más una gran responsabilidad para evitar los mensajes de odio. Deberíamos apuntar y rescatar esto cada vez que debamos contar un atentado: la nacionalidad no dispara.

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