El movimiento de las placas tectónicas sobre el manto terrestre no siempre es perceptible, pero ahí está: constante, imparable. Sin embargo, cuando los bordes de dos placas colisionan entre sí irrumpe el terremoto. La tectónica política presenta un comportamiento análogo a la dinámica geológica. La aparente calma se quiebra cuando se alcanza un punto de fricción elevado, momento en el que los seísmos políticos tienen lugar. Y eso es precisamente lo que ha sucedido en las últimas elecciones. La placa del bipartidismo ha colisionado frontalmente con la expresión política de la indignación social acumulada durante los últimos años.
Por primera vez desde la Transición los dos grandes partidos del sistema han experimentado un duro castigo. Esta vez es diferente. Por la enorme dimensión del castigo, pero también por el hecho de ser simultáneo. Mientras que en las elecciones europeas de 2009 la suma de los votos de PP y PSOE superó el 80%, en esta ocasión no ha alcanzado el 50%. Asistimos por tanto a una profunda alteración del reparto electoral en nuestro país. Y este no es más que el primero de una serie de asaltos que están por venir, que bien podrían profundizar esta tendencia y –como ha sucedido en Grecia– transformar el mapa del poder político.
Las razones del hundimiento, del que venían avisando ya numerosas encuestas, son de sobra conocidas: los sucesivos gobiernos de PSOE y PP durante estos años de crisis han perpetrado una traición sistemática de sus respectivos programas electorales –es decir, de las expectativas depositadas en ellos por sus votantes–. El pretexto de la traición ha sido el mismo en ambos casos: la aplicación de durísimas medidas de ajuste para socializar los costes de la crisis. Y, para colmo, un ingrediente más se ha añadido a la marmita de la desafección política: incontables e importantísimos casos de corrupción.
Es este contexto el que permite comprender el fuerte ascenso de un voto de castigo íntimamente conectado con la indignación popular y el descontento social. Un voto de castigo que en el caso español, y a diferencia de otras realidades europeas, ha sido fundamentalmente movilizado por la izquierda. Izquierda Unida, con un incremento de un millón de votos desde las últimas europeas, roza el 10% del electorado. Podemos, que irrumpe con 1,2 millones de votos (el 7,9%), es la otra gran beneficiada del seísmo.
La sorprendente entrada de Podemos en el panorama político español abre una ventana de oportunidades y, por qué no, de esperanza. Hace unos meses nos preguntábamos si podríamos convertir la indignación en cambio; hoy constatamos que sí ha sido posible. La ilusión se ha materializado finalmente. Señalábamos entonces que una iniciativa como la liderada por Pablo Iglesias debiera ser juzgada por la dinámica que pudiera llegar a desplegar en términos de ruptura y renovación democrática. Hoy comprobamos que su éxito pone de manifiesto la enorme potencialidad del proyecto.
Tres elementos hacen pensar que esta iniciativa resulta útil para el proceso de refundación de la izquierda y para la conformación de un frente amplio contra las políticas neoliberales de Bruselas.
En primer lugar, Podemos ha logrado actuar como altavoz de propuestas políticas que la movilización social venía poniendo sobre la mesa desde hace tiempo, despreciadas por el PSOE pero necesarias para salir de la crisis y hacerlo además en beneficio de la mayoría social. Los candidatos de Podemos han recorrido el país hablando de la necesidad de romper con las políticas de la Troika y con el diseño actual de la UE, de democratizar las instituciones de Bruselas y el BCE, de reformar el sistema fiscal para hacerlo verdaderamente progresivo, de reconvertir el modelo productivo o de cuestionar el pago de la deuda así como los privilegios de los políticos.
En segundo lugar, y a pesar de nacer como una iniciativa impulsada inicialmente por diversas personalidades, Podemos ha desencadenado a lo largo de la campaña un singular proceso de organización popular “por abajo” en torno a los denominados “círculos”, convocando a miles de ciudadanos y activistas a participar en la construcción de una nueva alternativa política.
Por último, Podemos ha removido el mapa político de la izquierda española de la noche a la mañana, contribuyendo a sacudir el inmovilismo presente en las direcciones políticas de las organizaciones tradicionales. Su arrolladora entrada en el panorama político ha evidenciando además que el sorpasso y la alternativa a la izquierda del PSOE también es posible.
Cuando Cayo Lara señaló que IU era la Syriza española –y que no hacía falta por tanto “irse a buscarla fuera” de la coalición– demostró una enorme incomprensión de la realidad política de nuestro país. La izquierda social viene demandando desde hace años, y cada vez de forma más acuciante, una herramienta que fuese capaz de agitar la situación actual y desencadenar un proceso de cambio. Algo nuevo que rompiese con los cálculos cortoplacistas y las lógicas internas de las organizaciones existentes, al tiempo que fuese capaz de catalizar la ilusión y representar verdaderamente a los de abajo.
El éxito de Podemos responde en buena medida a dicha demanda, y hace que hoy esté más cercana la posibilidad de avanzar hacia un proceso de refundación de la izquierda en el Estado español, que termine definitivamente con la subalternidad respecto al PSOE e inaugure una representación fiel de los intereses de las clases trabajadoras y populares.
Dicho éxito es además doble, pues se demuestra que el objetivo de partida era posible: no se trataba de restarle votos potenciales a IU, sino de asaltar el espacio político socialista para sacudir la representación que dicho partido ostenta en el seno de la izquierda social. Sirva como ejemplo el caso de Madrid. En esta comunidad la suma de Podemos e IU no sólo supera al PSOE, sino que ambas formaciones estarían en condiciones de disputarle en un breve plazo de tiempo la mayoría al PP.
Conviene no obstante evitar falsas ilusiones. La conformación de una mayoría social y política que empuje una ruptura democrática y abra un proceso constituyente será una tarea larga y sembrada de dificultades. No defraudar las expectativas depositadas va a ser una labor titánica pues los obstáculos son mayúsculos.
Las incertidumbres que se abren en torno a Podemos son además importantes. Es una organización con apenas unos meses de vida, que acaba de adquirir una enorme responsabilidad ante una parte muy importante de la ciudadanía. Sin embargo, la formación carece aún de una estructura definida y son muchos los elementos programáticos y de táctica política que tendrán que irse clarificando en los próximos meses. Organizar un nuevo partido, hacerlo democráticamente –dando acogida a la participación activa de decenas de miles de militantes– y hacerlo en los tiempos que requiere la articulación de una sólida alternativa política para las próximas elecciones municipales, autonómicas y generales no es un reto precisamente menor.
Podemos ha dado un gran paso. Ha sido capaz de convertir la indignación en cambio político. Lo ha hecho sin hipotecar su programa con los bancos, con poco más de 100.000 euros de presupuesto recogido vía crowdfunding. Pero la mirada está puesta mucho más lejos y el verdadero reto comienza ahora: ir más allá del vuelco electoral y actuar como catalizador de un amplio proceso de transformación que permita romper con el orden neoliberal y con los gobiernos al servicio de las oligarquías económicas y financieras. Hoy empieza todo.