Se entienden perfectamente las razones de Mariano Rajoy para convocar a los líderes de los partidos de la oposición en Moncloa. Se escapan algo más los motivos de Sánchez, Iglesias o Rivera para acudir. A Rajoy le viene bien una fotografía casi con cualquiera. Todo cuanto implique romper su imagen de soledad e incapacidad para el diálogo le compensa. Cuesta imaginar a quién le viene bien ahora mismo una instantánea con Rajoy.
La rentabilidad que saca Rajoy parece notable. Tiene mucho que ganar y poco que perder exhibiendo una imagen de presidente capaz de convocar y armar un frente común, especialmente tras tirarse toda la legislatura sin mover un músculo y pronosticando que lo de Catalunya sólo era una burbuja que se desinflaría con la mejora de la economía.
Rajoy ha debido sentirse como si viviera en la casa de los Pujol, donde siempre es navidad y siempre había alguien dejando algún regalo. Después de acusarle una y otra vez de haber sido incapaz de dar un solo paso para afrontar el problema, vienen Sánchez y Rivera a decirle que tenía razón, que la soberanía nacional no se toca, la Constitución es lo que nos une y con Iglesias no se puede contar. Por si eso no bastase, el líder de Podemos hasta le ha regalado un libro.
Sánchez, Iglesias y Rivera tenían en cambio mucho que perder y poco que ganar. Aparte de jugar a las casitas o darse un tour por la habitaciones con más historia, la cita en Moncloa a menos de dos meses de unas elecciones sólo les sirve para hacer de extras en otra superproduccion del Marianismo donde el héroe siempre es Rajoy, al estilo de “Lo más importante era evitar el rescate” o “Ángela y yo, endless love”. La prueba es que se ha convocado a los más taquilleros, no a los líderes parlamentarios que deberían acudir a una hipotética reunión de la Diputación Permanente del Congreso. A no ser que las encuestas hayan sustituido ya a las elecciones y ya no vivamos en una democracia parlamentaria, sino en una democracia demoscópica.
¿Qué se va a poner a pactar ahora Rajoy? La respuesta es sencilla: nada de nada. Sería tan inútil como acordar no hablar de Catalunya en la campaña para no hablar luego de otra cosa. Si tuviera algo efectivo que decir se lo habría comunicado hace meses. Sólo necesitaba una imagen de estar haciendo lo que hay que hacer para así hacer nada y se la han regalado. Si los otros tres buscaban proyectar una imagen de hombres de Estado puede que les haya quedado más bien esa cara tan tierna que se les pone a los becarios. A la Moncloa no se va de visita. Se va a hacer política antes de que te la hagan.