El Sol morirá dentro de 5.000 millones de años, el nivel del mar subirá un metro a finales de este siglo, y la hucha de las pensiones se acabará en diciembre de 2017. Tres noticias que nos preocupan mucho, tres predicciones que nos quitan el sueño por igual. Bueno, por igual no: lo del Sol me tuvo dando vueltas hasta la madrugada. ¿Se apagará poco a poco, o de un día para otro?
Vale, no nos quitan el sueño. Confiamos en que el gobierno tomará medidas en el último minuto para paliar los efectos. Inventarán algo para vivir sin luz solar, construirán diques contra la subida del mar y… lo de las pensiones… no sé, ya se les ocurrirá algo. Financiarlas con impuestos, algo así he oído, espera que lo busco en Google.
Ahora en serio: me pasma la inconsciencia con que vemos desmoronarse el sistema público de pensiones, lo poco que parece importarnos. Tanto como las predicciones astronómicas o el calentamiento climático. Como algo que no nos acabamos de creer, que seguro que han exagerado y al final nunca pasa, y que además no nos va a alcanzar a nosotros, porque de aquí a entonces todos calvos y que nos quiten lo bailao.
Pero resulta que diciembre de 2017 es el año que viene. Está tan cerca que igual nos pilla sin gobierno. Y ya no son unos economistas apocalípticos, sino una sencilla cuenta: con los 24.200 millones que quedan en el Fondo de Reserva tras el último mordisco, da para tres pagas extra: navidad, verano de 2017, y con la siguiente se quedará tiesa, y no habrá de dónde sacar para tapar donde no llegan las menguantes cotizaciones. Si es que antes no le meten mano para otro imprevisto, que la hucha de las pensiones lo mismo vale para un roto que para un descosido, y hoy está sirviendo para soportar irresponsablemente las bonificaciones sociales a las empresas.
En realidad, es normal que no nos preocupe la hucha: con la mierda de sueldos y cotizaciones que tenemos la mayoría, más los períodos en paro que pasaremos en la vida, ni una hucha tamaño cámara acorazada nos librará de unas pensiones de miseria. Pero esto tampoco nos quita el sueño, reconozcámoslo, al menos a mi generación, no digamos ya los más jóvenes. Habiendo mamado desde chiquitos lo de “el sistema de pensiones es insostenible”, hemos asumido de tal manera que cuando seamos viejos no quedarán ni las raspas, que hoy nos desentendemos del tema. Así se da la paradoja de que las pensiones preocupan a los que ya las cobran y por tanto las tienen garantizadas, y no a quienes deberíamos pelear por asegurarlas en el futuro.
Es verdad que desconfiamos de los discursos apocalípticos, porque durante mucho tiempo estaban en boca de quienes buscaban asustarnos para que contratásemos un plan de pensiones. Uno de esos planes tan simpáticos que anunciaba Bankia usando a la abeja Maya y Vicky el vikingo para ganarse el corazón nostálgico de los forever young. Pero también hay economistas críticos que llevan años avisando, y no para vendernos un plan. Por ejemplo, Alejandro Inurrieta, del que deberían leer esto y discutirlo con la almohada.
Por mucho que nos hablen en lenguaje económico, las pensiones son un tema político: habrá o no recursos suficientes en función del sistema que elijamos tener. Si no queda hucha, se pueden recortar (más) las pensiones, buscar otras fuentes de ingresos, o poner patas arriba el sistema entero. Se acerca el momento de tomar decisiones cruciales, que van a condicionar la jubilación de las próximas generaciones. Pero como el tema nos siga importando tanto como el apagón del Sol, ya las tomarán otros por nosotros.