La pasada semana la Reina Isabel II dio al Rey Felipe VI, sin proponérselo y sin decirlo expresamente, como no podía ser de otra manera, una lección de lo qué es una Monarquía Parlamentaria y de lo que tiene que ser la conducta del o de la Jefe/a del Estado en dicha forma política.
Es sabido que tanto el Reino Unido como España están atravesando un momento en que se está viendo puesta en cuestión la propia integridad territorial de ambos Reinos. Este tipo de crisis política es la más difícil de resolver de todas las que pueden plantearse. En el Reino Unido, tras las incertidumbres que se vivieron durante la campaña del referéndum de Escocia para decidir acerca de su permanencia en el Reino Unido o su constitución como Estado independiente, el resultado fue claro por la continuidad y contra la independencia. El problema pareció quedar resuelto. Pero el resultado del referéndum sobre el BREXIT que se celebró a continuación, está suponiendo una amenaza muy superior a la que supuso el referéndum escocés para la integridad territorial del Reino Unido. En España, desde 2010 y, sobre todo, desde 2012, nos encontramos en una crisis política que afecta directamente a la integración de Cataluña en el Estado español, pero que indirectamente pone en cuestión la Constitución Territorial construida con base en el pacto constituyente de 1978.
En una Monarquía, escribió The Guardian en su editorial del pasado 25 de enero, “un indicador seguro de que la turbulencia política desemboca en una crisis constitucional” se produce, cuando “se da la posibilidad de que la Reina se vea involucrada”. Y aunque la Reina directamente no se ha involucrado en las turbulencias generadas por el Brexit, indirectamente sí lo ha hecho. A su manera. A la manera propia de una Jefa del Estado en una Monarquía Parlamentaria.
Isabel II no se ha dirigido directamente a la nación en un mensaje televisado, sino que ha aprovechado la celebración del centenario del Instituto de la Mujer (IW en inglés), del que es presidenta, para dirigirse a todos los ciudadanos del Reino Unido subrayando la necesidad de “respetar todos los puntos de vista, de tratar de buscar conjuntamente un terreno común y de no perder nunca de vista la perspectiva más amplia”, en la que todos puedan encontrar cabida. “Para mi estos son enfoques válidos para todos los tiempos y se los recomiendo a todo el mundo”.
Sin tomar partido por nadie, Isabel II se ha hecho entender por todo el mundo. Y así han sido recibidas sus palabras por los medios de comunicación tanto internos, como internacionales. La Vanguardia ha sido el que mejor se ha hecho eco de su intervención en España, recordando que estas palabras dan continuidad a las que pronunció en su mensaje de Navidad: “tratar a los demás con respeto es un buen paso hacia un mejor entendimiento” e incluso a lo que le dijo a un transeúnte tras salir de misa de Balmoral un domingo durante la campaña del referéndum de Escocia: “hay que pensar bien el futuro”.
Incluso con un mensaje de este tenor parte de la prensa inglesa se ha preguntado si la Reina no estaba yendo más allá de lo que es su posición en el sistema político británico. Obviamente ir más allá y pensar que la Reina pueda participar en el debate político resulta sencillamente inimaginable. Y más todavía si lo hace tomando partido, como hizo el Rey Felipe VI el 3 de octubre de 2017. La función de un monarca parlamentario no puede ser nunca la de aumentar la tensión, sino la de reducirla. No debe haber nadie que no pueda reconocerse en su mensaje. Todo lo que no sea eso es desnaturalizar la función que se tiene constitucionalmente encomendada y, como consecuencia de ello, tirar piedras contra el propio tejado.
La Monarquía Parlamentaria es un invento inglés y la forma en que dicha monarquía se hace presente en la vida pública debería ser un punto de referencia para todas las monarquías que son definidas constitucionalmente como tales. Más todavía cuanto más difíciles sean las circunstancias en las que el monarca parlamentario tiene que hacerse visible.