La historia de Jimena y Shaza tiene babeando a redacciones y platós. Aunque sean lesbianas. Y está muy bien: bienvenida la visibilidad. Pero veamos. La historia de Jimena y Shaza hace las mieles de periodistas y audiencias porque puede escribirse con todos los ingredientes de un culebrón posmoderno o de una serie de Netflix. Aunque sean lesbianas. Ellas son jóvenes, guapas, multiculturales. Se enamoran con Tinder y Whatsapp. Se mueven en escenarios míticos: Londres, Dubai, Tiflis. Son perseguidas por un padre musulmán que las intercepta en aeropuertos exóticos. Las detienen en Turquía por sospechosas de terrorismo. Y, seguramente, por lesbianas. Consiguen llegar, sanas y salvas, a Barcelona. Los medios se derriten de morbo. Bienvenido sea, y nuestras heroínas lo merecen: su periplo se resume pronto pero es una historia de terror. Veamos.
La historia de Jimena y Shaza es una historia de terror porque visibiliza el rechazo que aún sufren las mujeres lesbianas. Pero no debemos olvidar que no es un rechazo que se produzca solo en Egipto o en Dubai: el pasado 26 de abril se celebraba el Día de la Visibilidad Lésbica y la FELGTB lanzaba un lema: 'Por la Visibilidad de las Mujeres Lesbianas en el Mundo'. Cuando hay lema, hay necesidad. “Actualmente todavía existen muchas barreras discriminatorias que impiden a las lesbianas dar un paso tan importante en su vida como es salir del armario”, ha explicado Charo Alises, portavoz de FELGTB, que ha venido reclamando la aprobación urgente de la Ley de Igualdad LGTBI, mediante la que construir una sociedad libre de discriminación y donde las mujeres lesbianas puedan ser visibles. La pasada semana la FELGTB presentaba por fin en el Congreso de los Diputados (de la mano de Unidos Podemos – En Comú Podem – En Marea) su Proposición de Ley: Proyecto de ley contra la discriminación por orientación sexual, identidad o expresión de género y características sexuales, y de igualdad social de lesbianas, gais, bisexuales, transexuales, transgénero e intersexuales. La igualdad social y la no discriminación social de las lesbianas se estaba pidiendo en Madrid, no en El Cairo ni en Estambul.
Se pide visibilidad porque falta. Si bien la ley de matrimonio igualitario de 2005 supuso un paso histórico de gigante para la normalización de la homosexualidad en el Estado español, es probable que delante y detrás de esas cámaras que se han enamorado estos días de Jimena y de Shaza, de esos teclados que se han embelesado relatando su gesta, de esos micrófonos que las han perseguido con arrobo, de esos despachos que han decidido dar el resto mediático por esta pareja de fábula, haya mujeres lesbianas que ocultan la realidad de su vida: periodistas, realizadoras, sonidistas, directivas, presentadoras, tertulianas. Lesbianas. Hemos visto horas y horas de seguimiento a Jimena y a Shaza y nadie, en ningún momento, ha dicho: “Yo, como ciudadana, pero además como lesbiana, me siento especialmente apelada por la historia de estas dos mujeres”. Yo, como ciudadana, pero además como bisexual, digo que me pongo en la piel de Jimena y de Shaza, que su historia me ha emocionado especialmente, me ha llevado de la indignación a la admiración, del pánico al alivio.
“Queremos que esto sirva para luchar por los derechos LGTB y los derechos humanos, en especial en los países árabes”, dicen las protagonistas de una pesadilla que muchos medios han calificado de “aventura”. Si ser mujer en las sociedades musulmanas sigue acarreando discriminación y represión, ser lesbiana puede costarte la vida. Así que, cambia mucho las cosas el hecho de que, siendo mujer y lesbiana, en España puedas casarte. Así lo han anunciado Jimena y Shaza. Debemos, pues, reconocer la importancia de los derechos conseguidos, preservarlos frente a los peligros que les acechan (como el aumento de las agresiones homófobas en España o el avance del fascismo en Europa: Marine Le Pen ha anunciado que derogará el matrimonio igualitario si llega a presidir el gobierno de la República). Y, con la fuerza que otorga nuestra experiencia liberadora, solidarizarnos con las personas que, en otros contextos, sufren no solo discriminación sino acoso, persecución y una violencia que es política.
No podemos obviar el hecho de que las mujeres que huyen de esos contextos y buscan refugio en nuestro país pueden haberse visto obligadas a hacerlo por el mero hecho de ser lesbianas. Porque el mero hecho de ser lesbianas puede costarles su libertad, su integridad física y hasta su vida. Shaza, que no tiene permiso de residencia en España, debe considerarse una refugiada que huye del odio homófobo, y como tal debe ser protegida aquí. Pero también esas otras lesbianas menos guapas, menos ricas, menos atractivas para los medios, menos morbosas. Esas mujeres lesbianas musulmanas que solicitan refugio, pero también esas mujeres lesbianas musulmanas, migrantes de segunda generación. Viven dentro de dos armarios: el de la islamofobia en la sociedad española y el de la homofobia en sus dos contextos, español y musulmán.
No solo hemos de dar la bienvenida a la valiente lesbiana Jimena Rico, sino que debemos dar refugio a la aún más valiente lesbiana Shaza Ismail. Pero no porque sean personajes perfectos para una película con todos los ingredientes de la actualidad, sino porque son las protagonistas reales de unas vidas que están en juego por el ejercicio de su libertad y de su amor. Como mujeres y como lesbianas.