La crisis del protocolo antiabortista de Castilla y León ha sido un duro golpe para el PP. Del que le costará recuperarse. Porque, además de mostrar la insolvencia del presidente regional Mañueco y de una parte de su equipo, ha dejado muy claro que la alianza del partido de Núñez Feijoo con Vox no está montada sobre bases mínimamente sólidas y concede una autonomía difícilmente gestionable al socio minoritario. De cara al futuro electoral esas debilidades pueden ser decisivas. La pregunta es si el PSOE tiene problemas similares en su relación con Podemos.
Ateniéndose a la crónica del último año o año y medio, una primera respuesta sería que no. Que los desencuentros entre Pedro Sánchez y sus socios de gobierno nunca han ido tan lejos. Ahondando un poco más habría que añadir que las diferencias entre una y otra situación tampoco son enormes, aunque en los conflictos las formas se han mantenido, dentro de un orden, a diferencia de lo ocurrido en Castilla y León. Porque el empecinamiento de la ministra Irene Montero en negarse a retocar la ley del 'solo sí es sí' a pesar de que lleva provocadas más de doscientas revisiones de condenas para delincuentes sexuales está creando una situación que empieza a ser insostenible. Y sobre la que Sánchez no interviene por temor a que eso provoque una reacción de Podemos del tipo de la que Pablo Iglesias anunció hace poco menos de un mes.
Es más que probable que esa inacción no dure mucho. Y también que Podemos se prepara para eso concentrando su artillería. Las descalificaciones sin base argumental que Ione Belarra acaba de hacer de la opinión de Manuela Carmena de que esa modificación de la ley es necesaria son una buena muestra de ello.
En ambas situaciones, la del PP y la del PSOE, hay una coincidencia: ninguno de los dos partidos quiere romper con los minoritarios hasta que pasen las dos convocatorias electorales del próximo año. Después ya se verá. Porque caben pocas dudas de que el fantasma de un acuerdo de gobernación, del tipo que sea, entre los dos mayores partidos del país resurgirá inevitablemente tras la celebración de las generales. Hacer pronósticos al respecto resulta totalmente inútil en estos momentos.
Pero ¿por qué es más grave el conflicto entre el PP y Vox que el que existe, desde hace más de tres años por cierto, entre el PSOE y Podemos? Principalmente por dos motivos: uno, porque la competencia electoral entre los dos primeros es mucho más intensa y extensa que entre los segundos; dos, porque en las tribulaciones de la derecha hay un tercer agente. Que se llama Isabel Díaz Ayuso.
La dirección del PP no controla a la presidenta madrileña y a su cerebro pensante Miguel Ángel Rodríguez. Entre otras cosas porque parece cada vez más claro que la intención última de esta pareja es desplazar a Núñez Feijóo y hacerse con el liderazgo del partido a nivel nacional. La actitud hacia Vox es una de las grandes diferencias entre Ayuso y Feijóo. Ella trata muy bien al partido de Santiago Abascal y es muy probable que si el PP no gana las generales atribuya a la falta de sintonía de Feijóo con Vox buena parte de la culpa de la eventual derrota. Esa posibilidad debe atenazar bastante al líder del PP.
Este acaba de iniciar, por el momento solo con algún gesto y algún nombramiento no muy trascendente, una supuesta apertura hacia la moderación. La crisis de Castilla y León ha estallado en pleno lanzamiento de la misma. Y la anunciada moderación de Feijóo puede estar incluso estar en el origen de la misma. Porque Vox sabe que los votantes más derechistas que aún no han abandonado el PP, y los que han vuelto de Vox en los últimos tiempos, no tolerarían que el discurso de Feijóo se suavizara. O incluso que se pusiera demasiado gallito con Vox.
Esa proximidad entre las sensibilidades de uno y otro electorado no se da, o cuando menos no se da tanto, en el caso del PSOE y de Podemos, que desde hace ya un buen tiempo son colectivos muy distintos y bastante separados. Es cierto que ha venido produciéndose un cierto trasvase de votos de Podemos al PSOE. Pero ha sido muy pequeño. Y al revés, bastante más.
En definitiva, que Sánchez puede gestionar bastante mejor que Feijóo sus conflictos con el socio minoritario. Su verdadero problema, al menos por el momento, son los independentistas catalanes. Y en particular, Esquerra.
En los planes del líder socialista estaba adoptar las polémicas medidas que había solicitado el partido de Oriol Junqueras, y que por razones de justicia compartían algunos sectores progresistas, antes de que terminara 2022. Para pasar cuanto antes el previsible chaparrón político que iban a provocar y abordar el año electoral sin complicaciones de ese orden.
Pero la infernal, y en buena medida descontrolada, dinámica independentista catalana puede haber trastocado en buena medida ese plan. Porque han entrado en juego los otros independentistas, los más radicales, los que no quieren saber nada del diálogo con Madrid y quieren volver a la pelea de 2017. Y parece que su contrataque ha hecho mella en Esquerra. Por lo que la actitud que vaya a mantener hacia Sánchez vuelve a ser imprevisible o, cuando menos, no va a ser tan pacífica como parecía ser en los últimos tiempos. Cataluña puede volver al primer foco de la actualidad política. Y eso no es bueno para Sánchez.