El PP parece dispuesto a todo. Su última iniciativa -la propuesta de ilegalizar a los partidos que propugnen la independencia de su territorio- es una señal terrible de lo que haría de España un futuro gobierno de derechas. Y si fuera de coalición entre el PP y Vox, todavía peor. Faltan aún varios años para que esa negra hipótesis se pueda concretar, pero hoy ya empieza a estar clara una cosa: que Alberto Núñez Feijoo se ha lanzado a un camino de no retorno, que su eventual mirada hacia el centro se ha apagado sin remisión.
El cambio parece ir más allá de las meras estrategias electorales. En principio, el PP ha intensificado su tono derechista para vaciar todo lo posible a Vox combatiéndole en su propio terreno. Pero hay más. Un éxito en las elecciones europeas de junio, en las que los sondeos auguran significativas mejoras a casi todos los partidos derechistas y ultraderechistas de la Unión, podría revalidar esa política. Lo cual hace pensar que en el semestre que viene el Partido Popular dará toda la caña que pueda: un acuerdo para la renovación del Consejo General del Poder Judicial podría así descartarse a medio plazo. A menos que Feijóo pueda presentarlo como una victoria sobre las posiciones actuales de los socialistas.
Vox no se va a quedar atrás. Y como no puede hacer otra cosa, se inventará nuevos numeritos para salir en los papeles. Que el alcalde Almeida haya apoyado la reprobación de Ortega Smith sugiere que el PP no va a hacer concesión formal alguna al partido de Santiago Abascal y que, si puede propinarle nuevos golpes, cuando menos mediáticos, lo hará. Eso sí. Nadie va a tocar los gobiernos de coalición de la derecha en autonomías y ayuntamientos. Por la cuenta que les trae a unos y a otros. La batalla va más de imagen que de sustancia.
Los rumores de que internamente Vox tiene serios problemas, que podrían hasta llevarle incluso a una crisis, sirven de acicate para esa presión del PP. Las europeas serán también una prueba de fuego para la ultraderecha. Y más si sus correligionarios de Francia, Alemania, Italia y otros cuantos países tienen el éxito que apuntan las encuestas.
Por tanto, la escena política española va seguir siendo el guirigay insoportable de ruido sin sustancia que se conoce desde hace muchos meses. Parece que el PP no sabe hacer otra cosa que armar follón un día sí y el otro también. Y la prensa adicta no se cansa, ni se va a cansar, de exagerar la nota como si un cataclismo estuviera a punto de producirse en España.
La aprobación de la ley de amnistía en el Congreso, veremos qué suerte corre el texto en el Senado, marcará un momento de máxima tensión en ese camino de demagogia y dramatismo forzado. Es de suponer que Vox preparará algún espectáculo para la ocasión. Que debería llegar más o menos dentro de un mes o mes y medio.
Hay bastante gente en la izquierda que teme esas fechas. El antiguo miedo a la derecha, que viene del franquismo y sus horrores, suele salir a la luz con relativa facilidad. Si a eso se añade que hay también una parte del electorado de izquierdas que no apoya la amnistía a los líderes independistas catalanes ni tampoco otras concesiones a los nacionalismos periféricos, no hace falta mucho bagaje demoscópico para pronosticar que ese será un momento difícil para el Gobierno y para Pedro Sánchez en particular.
Sin embargo, contará con alguna baza para contrarrestar ese previsible efecto negativo. La buena marcha de la economía, la mejor en muchos años, aunque las cifras tampoco sean para echar cohetes, es uno de ellos. Sobre todo, por el clima de tranquilidad entre la población en general que produce. La ausencia de grandes conflictos laborales y de otras tensiones que no sean las directamente provocadas por el PP y Vox también contribuye a ello. El buen momento de las relaciones exteriores de España algo aportará también algo , por poco que sea el interés que la mayoría tenga en ello.
Pero el panorama internacional puede empeorar a corto y medio plazo. Sobre todo, si la crisis en Oriente Medio se agrava, algo que ningún experto descarta pero que tampoco se ve inevitable. En ese terreno están las principales incógnitas del futuro inmediato. También para España.
Si ese agravamiento llegara a producirse, sus consecuencias económicas podrían ser muy graves. Y no sólo por el previsible aumento de los precios de la energía que se derivaría de ello. Pero, más allá de ese temporal que puede o no producirse, los datos económicos van a empeorar. Poco o mucho. Eso no lo sabe nadie y basta echar un vistazo a los grandes medios económicos mundiales para comprobar la confusión que existe al respecto.
En todo caso, los datos económicos están llamados a empeorar en España a medio plazo, tal vez a la vuelta del verano. Eso si Oriente Medio no estalla antes. No debería ser una situación para rasgarse las vestiduras. Pero está claro que el PP aprovechará cualquier problema en ese contexto para descalificar en los términos más dramáticos al Gobierno. No hay duda de que Feijóo está llevando muy mal que la economía funcione después de llevar años haciendo pronósticos catastrofistas que no se han cumplido ni de lejos.
En definitiva, que viene un tiempo de bronca que no se va a acabar hasta que se celebren las próximas elecciones generales. Que todo indica que eso será cuando concluya la legislatura. Es decir, dentro de tres o cuatro años. Porque las iniciativas que prodiga el PP no hacen sino disuadir aún más a cualquier socio actual de Pedro Sánchez de la posibilidad de romper el pacto de investidura y propiciar un adelanto electoral.
Solo si el PP gana en 2027, con Vox o solo, las aguas se calmarán. Esa es la amenaza que, sin decirlo abiertamente, el Partido Popular está haciendo a los españoles.