Ha tenido que venir un organismo internacional, la ONU, para afear la conducta a la justicia española por su negligente actuación a la hora de impedir el asesinato de una niña de siete años a manos de su padre maltratador.
Ángela González denunció casi cincuenta veces a su marido por torturarla, por maltratarla, por perseguirla en coche a ella y a su hija, por intentar raptar a la niña; advirtió del severo riesgo de que su hija Andrea acabara asesinada a manos de su maltratador marido.
El resultado de tantas denuncias es devastador: la justicia sólo vio necesario que el marido le pagase a Ángela González 50 euros, en el único caso en el que le encontró culpable. Un solo caso después de semejante catarata de malos tratos, abusos y amenazas.
Ángela se separó de su marido, harta del maltrato, y avisó de manera reiterada de los riesgos que sufría la hija de ambos en las visitas que compartía con su padre. Tal y como temió Ángela, en una de esas visitas sin vigilancia, el padre raptó y asesinó a su hija, Andrea, de 7 años. Luego se suicidó.
Sostiene la madre que se ha quedado sin hija, que ella ha sido invisible para la Justicia, que no se leyeron sus denuncias, que no se prestó atención a sus advertencias de que la vida de su hija corría peligro si estaba en manos de su padre, que no se atendieron sus reclamaciones y avisos de que su hija podía ser asesinada.
Sin encontrar justicia ni reparación en su país, Ángela recurrió hasta la ONU, que condena ahora a España a indemnizar a la víctima por negligencia. Está bien, pero llega muy tarde.
Los jueces españoles son el colectivo menos beligerante en la lucha contra el terror que sufren las mujeres. No solo los jueces hombres, también las juezas mujeres, a los que aún no les cabe en la cabeza, por ejemplo, que una mujer universitaria, bien vestida, sin ningún rasgo de subdesarrollo en su aspecto, pueda ser víctima de violencia machista. Hablo de un ejemplo concreto, de una mujer que también ha sido invisible durante años para la justicia española y se ha sentido culpable cuando era víctima.
Lo que dice Ángela es que resulta del todo imposible que un padre que somete a su esposa a la tortura del terror, sea un buen padre. Es evidente que en casos de maltrato de un hombre a “su” mujer, cuando hay hijos entre ambos, los niños suelen ser una moneda de cambio, un elemento para el chantaje contra la mujer.
En lo que llevamos de año, 34 mujeres han sido asesinadas a manos de 34 hombres, sin que este demoledor dato consiga salir de la rutina informativa, sin que ese devastador dato haga saltar la tolerancia de la sociedad ante los asesinatos de mujeres.
En muchos caos, esas mujeres asesinadas dejan hijos huérfanos que ven cómo su padre ha matado a su madre y luego es encarcelado o se suicida. Queda por saber cómo será la vida de esas decenas de menores, de niñas y de niños que han perdido a su madre a manos de su padre.
Lo único positivo de este caso es que, a partir de ahora, y gracias a la demanda interpuesta por la combativa madre, se tengan en cuenta de manera estrictamente rigurosa los antecedentes de padres maltratadores, para alejarlos de sus hijos.
Un marido maltratador no puede ser un buen padre.