“El Estado soy yo”
Por esta frase, de autoría no contrastada, se recordará a Luis XIV, Rey Sol de Francia, como paradigma de las monarquías absolutas que reinaron en Europa tras el Renacimiento y antes de las revoluciones liberal-burguesas. Y es que el juego de las identificaciones siempre ha sido recurrente en el mundo de la política.
Como si del Misterio divino se tratase, la élite política es capaz de desarrollar diferentes identidades dentro de una misma persona. Así, en función del contexto y de los intereses, pueden vestirse con el traje que más convenga a sus palabras, obras u omisiones.
Tomemos el caso del señor Rajoy.
Como presidente del Partido Popular se presenta como máxima autoridad en sus cónclaves y marca el rumbo político de su organización, de su Ejecutiva y de sus cuadros, siendo deber de militantes y cargos electos obedecer y rendir pleitesía. Sin embargo, cuando de asumir responsabilidades se trata, basta con cambiarse el traje, olvidarse de que es el presidente del partido y presentarse como otra cosa, como ha ocurrido con el caso de su tesorero, donde parece que su posición de primus inter pares en su organización no conlleva culpa alguna de que este alto cargo se haya estado forrando y, supuestamente, defraudando al fisco haciendo uso, probablemente, de su posición.
Muy por el contrario, cuando salen a la luz las conversaciones vía SMS entre los susodichos, Rajoy se viste de Rey Sol, y en un alarde de identificación con España y su grandeza se atreve a proclamar que “al Estado de Derecho no se le puede chantajear”, como si hubiese sido el Estado de Derecho el que estuvo pagando a Bárcenas hasta hace bien poco, o el que hubiese recibido sobresueldos con un familiar aire de sobornos.
Pero Rajoy tiene más trajes que vestir. Cuando no es el presidente de su partido o el Estado mismo, puede asumir la identidad del Gobierno de la nación, como hace cuando, cual Carlos IV con Napoleón, vende su amada patria a los intereses del Imperio de turno, en este caso a la Canciller Merkel y su Unión Corporativa Financiera Europea (UCFE). Eso sí, a la hora de dar explicaciones, es mejor mandar a sus escuderas o hacerlo en HD.
Precisamente, es habitual que la prensa utilice a Bruselas como identificación de esta UCFE, cuando desde allí llegan órdenes disfrazadas de recomendaciones sobre cómo tenemos que volvernos un poquito más pobres, o un poquito más esclavos, y yo me pregunto cuánto tiempo pasarán las nobles gentes de Bruselas con un molesto pitido en los oídos, fruto, sin duda, de la cantidad de improperios y malos augurios que desde los PIIGS les dirigimos millones de ciudadanos indignados. Me pregunto también si, allí en Bruselas, sus habitantes son conscientes de que cierta inquina crece en los países del sur a causa de que tomen prestada su identidad para acometer tales atropellos.
Y es que el uso de nacionalidades y ciudadanías para utilizar decisiones políticas como arietes es de lo más común. Mátense dos pájaros de un tiro cuando se emplean, por ejemplo, para mantener vivos los fuegos eternos de la independencia o la sumisión. Esto último lo hemos vivido con la presentación de los techos de déficit que el Ministerio de Hacienda ha impuesto a las diferentes Comunidades Autónomas, y que desde Catalunya se han interpretado como el enésimo abuso imperialista de Madrid (por España).
Llama la atención que, en este caso, ya no es el ministro Montoro el culpable de tal atentado a la soberanía catalana, sino España misma o, en un reduccionismo más propio de un clásico futbolero, la ciudad de Madrid. Ante esto, me vienen a la cabeza pertinentes dudas como por qué no se dijo que Madrid ha subido el IVA o que España ha bajado los tipos impositivos a los yates de gran eslora. Incluso, rizando más el rizo, cuando se descubre que un alto cargo de la Generalitat catalana ha cometido un desfalco, me pregunto si se podría afirmar que Catalunya (o Barcelona) ha estafado a la propia Catalunya.
No se malinterpreten estos razonamientos como algún tipo de argumentación centralista o contraria al libre derecho de autodeterminación de los pueblos, algo con lo que estoy completamente de acuerdo. Es, simplemente, una llamada de atención acerca de que, quizás para matar esos dos pájaros de un tiro, se esté dejando uno vivo por el camino, ya que la despersonalización, en este y otros casos, centra la atención sobre “entes” y no sobre las personas que, a fin de cuentas, son las que firman los Decretos y que, a la postre, no se diferencian mucho en los actuales gobiernos de aquí o de allí.
Siendo pues la identificación un recurso lleno de bondades y posibilidades, entiendo que, cuando es el Poder el que se tiene que enfrentar a ella, ponga todas las trabas del mundo e intente identificar como Dios manda a sus enemigos. Ese anonimato de somos legión de Anonymous, esos movimientos sociales sin líderes, esas manifestaciones sin firmantes bien identificados que las comuniquen y a quienes inflar a multas... Son demasiadas identidades difusas y difíciles de combatir y, en consecuencia, hay que procurar tenerlas bien fichadas.
Es por ello que la táctica del escrache llegó a ponerlos muy nerviosos, ya que señalaba a los culpables, a las identidades de carne y hueso, a las manos que firman y sellan privatizaciones, desahucios, multas o reformas laborales. Es más incómodo tener a 50 dedos señalándote en tu casa que a miles gritando frente a un edificio vacío.
Jugar con múltiples identidades, varias de ellas colectivas o institucionales, permite generar y utilizar en beneficio propio la confusión, algo que se sabe bien, a parte de en la política, por ejemplo, en la economía. No en vano, ya definió el periodista y escritor Ambrose Bierce a la Persona Jurídica como “un ingenioso artificio para obtener ganancia individual sin responsabilidad individual”. Bajo este tipo de paraguas jurídico-políticos se auspician, desde el Poder, todas sus tropelías, a sabiendas de que creando identidades, además, es más fácil alinear a las personas, hacerlas partícipes y fieles defensoras de esa identidad.
Mientras, la persona que habita en lo más profundo del presidente de un partido, del presidente del Gobierno y de aquél que se arroga hasta la esencia del Estado de Derecho, esa persona que vive dentro del plasma, ya está pensando en su próxima identidad, la de consejero de alguna de las grandes multinacionales para las que ya está trabajando.