Podemos debe disolverse. Podemos debe moderarse. Podemos debe esperar. Podemos debe radicalizarse. Podemos debe no poder. La existencia de Podemos retrata a muchos de los que ocupaban el espacio político y también mediático. Se pueden leer sus intenciones como en una radiografía. Demasiados intereses en riesgo de mermar, emociones intensas. Más allá de tradicionales apoyos ideológicos, la prensa entra en el barro de la campaña, y es su mayor contrasentido. No ocurre solo en nuestro país. Pilares sólidos del periodismo se tiznan por diferentes puñados de beneficios.
The Times, un periódico con casi dos siglos y medio de historia, el primero en disponer de corresponsales y enviar periodistas a conflictos armados, acaba de publicar a toda portada un titular tendencioso a sabiendas. Invadiendo la campaña electoral en curso. Lo descubrió nuestro compañero Iker Armentia. No era cierto que los laboristas fueran a cargar con 1.000 libras anuales a las familias, como figuraba a 5 columnas. La propuesta de Miliband es añadir este impuesto a quienes tengan propiedades por un valor superior a dos millones de libras, sueldos elevados, y a grandes empresas, entre ellas las tabaqueras. En la “aclaración” -no con la relevancia del primer titular- se argumenta que el dato de a quiénes afectaba, se incluía al final del artículo. Luego fue absolutamente deliberado. “Algunos de estos impuestos y gravámenes sólo se aplicarán a las empresas, y los demás solo afectarán a una pequeña minoría de las familias, no a ”cada familia trabajadora“ como se informó”, precisaron. Y punto. Pero es lo que queda. Igual que esas portadas como puñales que se lanzan en España. The Times pertenece hoy a Murdoch.
Si esto ocurre con el Times, es de imaginar cómo andan las cosas en España. Aquí, en el pacífico bienestar del poder, les surgió un grano que se reveló con el tiempo muy peligroso para ellos: Podemos. La campaña de acoso y derribo tiene escasos precedentes, el temor es serio. Si se hubiera dedicado el mismo tiempo y esfuerzo a inquirir, analizar y denunciar al PP, su caja B, sus recortes y manipulaciones, con seguridad no nos veríamos como nos vemos. Se ve que no era lo pretendido.
Al tiempo, salía de su hibernación catalana Albert Rivera, como diseñado a propósito. Avanza en paseo triunfal, gozando del favor de los medios. Porque, igualmente, si hoy se empleara el mismo tratamiento para saber cómo se financia Ciudadanos, cuál es su programa real, en qué se inspira, o como recolectan a sus miembros, igual cabía alguna esperanza de regeneración de la derecha. La gran asignatura (o licenciatura) pendiente en España.
La minuciosidad informativa es necesaria, la crítica imprescindible, pero inexcusablemente debe alcanzar a todos, sin ley del embudo. Huele muy mal de otra forma.
A Juan Carlos Monedero, cofundador de Podemos, le escudriñaron hasta su inscripción en el Registro Civil a tenor de lo que saben de él. El despliegue realizado desde su dimisión sigue reflejando en qué manos estamos informativamente en España.
Portadas dignas del peor tabloide, con imágenes dramáticas de Pablo Iglesias, y un nivel de comentarios que ni se molestaba en disimular el júbilo, ni el afán de dar el descabello. Tenemos –y disculpas por citarle- a un antiguo periodista de nombre alemán, devenido en fantoche, criticando la sensibilidad de Monedero y su poco aguante. “Se va por cobardía y porque le echan”, firma este macho hispánicus en traje de tirolés que se peleó con una banqueta y le echó la culpa a Wyoming.
Varios periodistas aconsejan la disolución inmediata de Podemos (no del PP con las gravísimas evidencias que le cercan). En todos los tonos. Hasta maternales. “Al final IU resucitará y acogerá a los de Podemos” firmaba una representante de la corriente periodística “con lo bien que estábamos como estábamos”. Ernesto Ekaizer saldría en El País hablando de egos y cultos a la personalidad. Y en la España en la que nos movemos, precisamente en ésta, se refería a los de Iglesias y Monedero.
Del fuego amigo tampoco se libra Podemos, pero las llamas consumen a la sociedad que conocimos, su nivel de vida y sus derechos. Su futuro. Esperar puede acabar con ella en cenizas.
No todos aguardan. Ni mucho menos. La gestora durante décadas de esa pocilga de corrupción que ha resultado ser el PP de Madrid no solo es candidata por su partido a la alcaldía, su presencia resulta perenne en los medios. Perenne. Como la de su colega para la Comunidad, jefa hasta hace nada de unos durísimos antidisturbios. Se diría que ellas, solo ellas, se presentan a las elecciones y que por tanto serán las que salgan elegidas. También algunas encuestas echan una mano. El embudo se hace cada día más extremo.
Pasa sin mayores problemas –Aguirre lo confirma- que el PP cobró sobresueldos en B, mientras apretaban el cinturón a los ciudadanos. Se presenta como un éxito la ilusión del gobierno de llegar al final de la legislatura con el mismo paro que encontró. El mismo. Solo que devaluado hasta límites intolerables para impulsar las cifras macroeconómicas que el común de los humanos no tocamos. La sociedad española sufre una precariedad inadmisible salvo en las élites para las que se trabaja. Pero cómo van a querer cambiar nada, con los beneficios que obtienen ambos lados de las puertas giratorias. Lo trágico es esa gente que –voluntariamente o por inducción- ha hecho dejación del uso de pensar ¿Cómo es posible que se estén avalando políticas que son puros atropellos?
Entonces irrumpe el Ministro de Justicia, Rafael Catalá, e invita a debatir sobre la conveniencia de agregar el bozal a la mordaza de la libertad de información. Y todos, con mucha razón, reaccionamos enérgicamente para impedirlo. Quieren matar al mensajero, al periodista.
Pero me van a permitir una reflexión muy seria. Matar al mensajero jamás, ni siquiera a los vendedores de contratos de gas a domicilio ni a los Testigos de Jehová que dicen ser mensajeros porque también llaman a las puertas. Pero aprender a distinguirlos, sí. Resulta vital. El periodismo es una profesión con fuerte sentimiento corporativo, aunque en algunos casos yo misma me sienta más próxima a quien expende billetes de tren que a quien publica en medios. Y eso porque tienen un nexo común: el uso del ordenador.
La objetividad absoluta no existe. Toda selección –en el orden de las noticias y hasta en la selección de las palabras- se rige por algún grado de subjetividad. El periodista debe aspirar a ser honesto y guiarse por el interés informativo, el de los ciudadanos. Aportar los datos imprescindibles y todos, sin escamotear ninguno.
Los lectores, oyentes y televidentes deben tomar una parte activa en el proceso. No pueden pedir lo que no dan. No deben exigir heroicidades a otros cuando ellos se refugian en la inacción y el acatamiento.
Es duro enfrentarse al momento actual. El poder, tantas veces corrompido, se juega mucho, pero el resto de los ciudadanos también. El periodismo tiene un papel fundamental, muchos lo cumplen y con riesgos. Pero hay que distinguir y evitar confusiones. Hay una gran distancia entre matar al mensajero y meter al vendedor de pianos en nuestra cama.