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Nixon gobernaría aún España

“Vamos a luchar hasta el fin, siguiendo esta estrategia y así, si el juez quiere enviar a alguien a la cárcel, tendrá que ser a la señora Graham. Y ¡Dios mío!, la señora está dispuesta a dejarse encerrar”.

Benjamin Bradlee. La vida de un periodista

Una de las maledicencias del periodismo patrio versaba hace años sobre los deseos irrefrenables que tenían algunos colegas madrileños por hallar su propio Watergate para encumbrar su carrera. Tantas ganas tenían que a veces lo veían donde no estaba o, a lo mejor, más que buscarlo querían provocarlo. Eran, lo he dicho, maledicencias que podían surgir bien de la envidia o bien de los ríos que suenan por el agua que llevan. Ahora, pasada la riada de los años, la cruda realidad lo que nos dice es que tal vez del Caso Watergate lo único que inspiraba en España, realmente, era que The Washington Post logró hacer caer un gobierno.

Reparemos, no que la prensa en su labor de control del poder podía conseguir una tarea de limpieza democrática, no, sino el hecho de que el poder de la prensa podía ganarle un pulso al poder político. Aquí, donde todo se mixtifica, el mito del Watergate pasó del mito del Cuarto Poder −como poder contrapeso de los tradicionales de Montesquieu− al mito del Poder de los del Cuarto. No es una anécdota. Es harto probable que parte de los problemas del periodismo actual beban de esa tentación del periodista de convertirse él mismo en poder más que en controlador del mismo.

Estamos comprobando, además, que tampoco era cierto que grandes o pequeños egos buscaran la gloria de un Watergate, porque ahora mismo tenemos sobre la mesa uno patrio y no hemos visto los codazos por reflejarlo o desenmarañarlo. Tal vez porque, como digo, si el único ejemplo que algunos ven en el caso que marcó el periodismo para siempre es el de lograr hacer caer un gobierno, sólo sirve si el gobierno a derrocar es el que te interesa o si las maniobras sucias afectan a los enemigos. Así se magrea casi todo en este país. Así nos va el cuento.

El hecho de que se haya utilizado a miembros de los servicios del Estado y medios públicos para beneficiar al partido en el Gobierno y, lo que es más grave, para mediante la comisión de delitos intentar perjudicar a un partido legal y con representantes democráticos para impedir su llegada al poder es, básicamente, el mismo cuento que el del Watergate. Por eso, todo demócrata debería escandalizarse independientemente de lo mal o lo bien que le caigan los espiados o los que ordenaron espiar. Todo demócrata debería querer saber hasta dónde llegaba la cadena de responsabilidad y quién ordenó y supo que se estaba haciendo delincuencia de Estado para usos partidistas. Eso incluye saber si Nixon estaba implicado. Pase lo que pase y cueste lo que cueste.

Muchos se preguntan ahora por qué periodistas o medios se quedan al margen o no toman un partido decidido en esta profunda corrupción democrática. En mi modesta opinión, las aguas están ya tan enlodadas que sólo la Audiencia Nacional tiene ya los medios y el poder para desentrañar esta maraña. Hasta el momento me temo que no sólo hay personas que se llaman periodistas que se han prestado a ser instrumentos de esa corrupción policial sino que también han sido instrumentalizados algunos de los que aparentemente la han denunciado. Es una guerra desatada entre los amos de la mierda y casi todo lo que nos ha sido servido en el plato procede de manos que como poco podemos considerar manchadas.

El periodismo de investigación es algo más que un periodismo de filtración. Tanto Bernstein como Woodward confirmaron cada dato que les fue revelado por Garganta Profunda y en varias fuentes alternativas. Ningún periodista puede olvidar que una fuente suele ser interesada ni puede negarse a explorar esos intereses por sí también fueran espurios o delictivos. Recibir cosas y publicarlas es tanto como convertirse en engranaje de los que se han conjurado para destruir principios democráticos. Tanto si lo haces a sabiendas por tu propio interés como si lo haces por desidia y falta de profesionalidad.

Todas las lecciones que el Caso Watergate significó para el periodismo, y que deben ser revisadas urgentemente por la profesión puesto que sólo esas son las bases de nuestro futuro, son especialmente importantes en la época de la política líquida, del populismo y del avance de los que quieren destruir la democracia desde dentro. Por eso estos hechos son gravísimos y no son tolerables ni para destruir a Podemos, como era el caso, ni para destruir el independentismo ni lo serían para destruir a Vox. No caben en democracia porque usar estos medios la destruye más que cualquier cosa que se piense que se debe combatir.

En el Instituto Finlandés de Asuntos Internacionales han realizado un prolijo estudio de los ataques antidemocráticos producidos en los diversos procesos electorales llevados a cabo recientemente. Analizando los casos llegaron a la conclusión de que la dinámica es siempre la misma: se usa la desinformación y las fake news para polarizar a la sociedad, después se roba información sensible susceptible de ser filtrada, se filtra la información a través de terceros y, atención, en cuarto lugar ésta es blanqueada por los medios tradicionales que le otorgan credibilidad. El último paso es subterráneo y consiste en la llegada a acuerdos entre las varias facciones enfrentadas y los atacantes. Según estos investigadores, en el caso Trump se han dado los cinco supuestos, en los ataques a Macron se quedaron en la tercera fase y en las últimas elecciones alemanas sólo llegaron al segundo escalón. ¿Puede cada lector confesarse a sí mismo en que estadio se ha quedado el modelo de ataque y desestabilización en el caso español?

La profesión periodística está de duelo pero, además, debe ser capaz de resucitar y restaurarse. Todo lo que se ha presumido, las bocas que se han llenado hablando de periodismo y de pureza, nos deja el amargo sabor de constatar que Nixon en España hubiera tenido el plácido final de un Franco. Será la Justicia la que tenga que ejercer ahora con independencia la labor de control y drenaje, como ya sucedió con la corrupción económica del Partido Popular. Sólo una sentencia y no ninguna información fue capaz de derribar a Rajoy y sólo una sentencia pondrá ya a cada cual en su lugar. Igual que sucedió con el terrorismo de Estado, esta herida necesita sanación, aunque ya sabemos que como pasa con los asesinatos, estos tardan en resolverse porque hay demasiadas tramas ocultas, algunas sin importancia para el caso, que impelen a la gente a mentir o a callar.

Y no se equivoquen, esta no es una cuestión de corporativismo, porque los que han ayudado a socavar el régimen democrático participando en una guerra sucia del Estado no lo han hecho actuando como periodistas, sino como mafiosos y por ello no son mis colegas.