No los juzgues, escúchalos

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Otra vez las calles incendiadas, otra vez los enfrentamientos de jóvenes con la Policía. Otra vez heridos, en Barcelona una chica de 19 años ha perdido un ojo, presuntamente por el impacto de una bala de foam de los antidisturbios.

En la radio (Ser Catalunya) una menor, amiga de la herida, llama para contar su versión. Esa bala era para ella. No se esconde. Ella y el grupo con el que estaba en la protesta, atravesaron contenedores e incluso cuenta haber lanzado botellas contra los Mossos. Dice no ser violenta, pero justifica estas explosiones de rabia porque no saben qué hacer, no saben a quién a acudir, nadie les escucha, se sienten sin voz. Están pensando en qué estudiar, cómo salir adelante, pero nadie les ofrece nada. Sienten que no tienen futuro ni alternativa. Antes de que les salten las réplicas automáticas a lo que estoy exponiendo, párense a escuchar. Es lo que hizo el periodista Josep Cuní. Dejando clara su postura contra cualquier expresión de violencia, simplemente la escuchó, la entrevistó dejándole exponer su punto de vista, sin juzgarla. Al principio insegura, y al final hilando un discurso que da qué pensar. Porque lo que dijo es que muchos jóvenes han asimilado que la única manera de hacerse visibles es quemando contenedores. Las hogueras que iluminan su enfado y su orfandad respecto al sistema, diría yo. Porque parece que las nuevas generaciones se nos están quedando en los márgenes. La joven dice que incluso partidos que parecían la esperanza de que “sus voces” llegaran, como Podemos, no están haciendo nada. 

Ahora es un rapero que entra en prisión, no sé cuál será la próxima chispa que prenda la hoguera pero volverá a arder. Una hoguera que los medios contamos como si fueran unas fallas chungas. Con una excitación y unas ganas de espectáculo que en muchas ocasiones da vergüenza ajena. Estamos enganchados a la adrenalina del directo con llamas de fondo, como quien se hace un selfie… El posicionamiento es el de contar y no escuchar realmente, el de atrincherarse cada uno en una postura enfrentada. Es el “porno riot” mediático que ya han denunciado algunos compañeros de profesión en anteriores protestas. Cerramos foco en los altercados pero no abrimos el objetivo para desentrañar las causas. Y conste que estoy usando todo el tiempo la primera persona del plural.

Hace tiempo que un grito suena en las protestas que acusa a la prensa de manipuladora, da igual el contexto. Porque nos presupone lejos de sus motivos, porque no ven reflejado en nuestras crónicas lo que en realidad sienten, lo que en realidad viven. Somos establishment. No hay puentes.

Si se entiende el periodismo como una bisagra entre lo que pasa en las calles y el poder, esa bisagra hace tiempo que está rota. Se puede estar radicalmente en contra de esa violencia, pero también se debe uno acercar a las llamas para preguntar, para conocer, para contextualizar. Y para saber extraer cada uno las conclusiones, que puedan ser el origen de una solución o de una reflexión que nos haga avanzar. Los jóvenes se nos van de la política, del periodismo, del sistema tal y como hasta ahora lo hemos entendido. Pero es que este ya no es su mundo y están creando otro. Y en lugar de despreciarlo por banal, o por desconocimiento, deberíamos acercarnos si no con humildad, con curiosidad. Porque además de lo que tengan que enseñarnos igual podemos empezar a construir algo juntos, el que será su mundo y también el nuestro. Junto con sus ideas, sus problemas, sus formas de afrontarlo y nuestra experiencia a lo mejor conseguimos avanzar algo. Si algo es evidente en estos tiempos de pandemia y emergencia climática es que tenemos que cambiar y para eso hay que saber escuchar, en calma, desde nuestra postura y nuestras creencias. Poder escuchar al otro sin el dedo en el botón del like. Podríamos no compartirlo, pero tratar de entenderlo. A mí esta chica, Laia, no me lanzó una botella vacía, a mí me lanzó un mensaje como un puñetazo que me dejó toda la mañana pensando. La escuché, no la justifico para nada, pero la entendí. Escucharnos, reflexionar y entendernos. ¡Eso sería tan revolucionario!