Esto no va (solo) de Puigdemont
Ser catalán no es fácil. De hecho puede ser agotador. Josep Pla, un escritor citado tanto por sectores independentistas como por defensores a ultranza de la unidad de España, fue un catalán que sin declararse catalanista probablemente lo era. Su lectura es siempre recomendable y no solo por la calidad de su prosa. Releer a Pla en un momento como este permite entender que la dificultad de encaje de Catalunya no es nueva. Puede que no tenga solución pero ni es novedosa ni es un capricho. Y va más allá de las pulsiones independentistas.
En ‘Fer-se totes les il·lusions possibles i altres notes disperses' ('Hacerse todas las ilusiones posibles y otras notas dispersas'), editado por Destino, Pla tira de ironía, algunos consideran que más bien de cinismo, para definir la complejidad y las contradicciones que deberá soportar un catalán. No son pocas. Tampoco recientes. Y la mayoría son irresolubles.
“El primer drama del catalán consiste en el miedo a ser él mismo. Pero hay otro todavía más grave: el catalán no puede dejar de ser quien es. Ante un problema de dualismo irreductible, todavía no se ha inventado nada más cómodo que huir. El catalán es un fugitivo. A veces huye de sí mismo y otras, cuando sigue dentro de sí, se refugia en otras culturas, se extranjeriza, se destruye; escapa intelectual y moralmente. A veces parece un cobarde y otras un ensimismado orgulloso. A veces parece sufrir de manía persecutoria y otras de engreimiento. Alterna constantemente la avidez con sentimientos de frustración enfermiza. A veces es derrochador hasta la indecencia y otras tan avaricioso como un demente, a veces es un lacayo y otras un insurrecto, a veces un conformista y otras un rebelde”.
Se atribuye a De Gaulle una frase que expone cómo el hecho de no tener un estado propio es algo que ayuda a explicar la permanente insatisfacción de una parte importante de sus ciudadanos: “La Catalogne c’est un Portugal mal réussi” (Catalunya es un Portugal mal resuelto).
Navegando entre las paradojas que citaba Pla a su manera y la frustración acumulada por un autogobierno que se considera insuficiente incluso entre muchos que no aspiran a ser Portugal, el catalanismo, en todas sus versiones, desde la más autonomista hasta la que ha abrazado el independentismo, ha ido sobreviviendo a sus pugnas internas y a los rejonazos externos. Uno de los errores más repetidos es la confusión entre catalanismo y nacionalismo. Jordi Pujol jugó a eso y le funcionó durante décadas. Igual que ahora es tramposo equiparar catalanismo a secesionismo.
El catalanismo no es uniforme y está (o debería estar) por encima de siglas. Si se concibe España como un estado plurinacional se puede entender el catalanismo. Si no, la brecha sigue ampliándose.
España probablemente se reconoce más diversa de lo que algunos de sus políticos intentan hacernos creer. Pero los mensajes que lanzó Vox en campaña, anunciando un 155 permanente, o las políticas que los gobiernos del PP y la extrema derecha han empezado a impulsar en Illes Balears y Comunitat Valenciana para borrar el catalán, que es la lengua débil y por lo tanto la que requiere mayor protección, han sido un acicate para muchos electores en Catalunya. No hace falta ser independentista para combatir una visión miope y poco respetuosa de España. Eso explica el resultado del 23J en Catalunya, donde el PSC ha sacado los mismos votos que todo el independentismo sumado.
Raimon Obiols, que no esconde su afinidad con el PSC pero se mantiene alejado de la política partidista, es uno de los que mejor han analizado el procés, su origen y consecuencias. Él recuerda que en política siempre es mejor no cometer errores que tener grandes aciertos. Por eso esta vez se necesitará la cabeza fría que faltó en 2017 y cuyas consecuencias aún se están pagando a nivel personal y colectivo.
El conflicto político existe y que el Gobierno lo haya asumido es un gran avance pese a que muchos independentistas lo nieguen. Otra cosa es que pueda plantearse una solución única o definitiva. La historia ha demostrado que no existe. De lo que se trata es de avanzar en un reconocimiento que no se resuelve solo con más dinero (aunque el nuevo modelo de financiación lleva una década de retraso) o limitándose a buenas palabras. Ese es el gran reto que tienen por delante Pedro Sánchez y el independentismo, especialmente Carles Puigdemont.
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