Para diferenciar dos categorías de migrantes, el criminal y el integrado, Santiago Abascal declaró hace poco que “no es lo mismo un inmigrante procedente de un país hermano hispanoamericano, con una misma cultura, una misma lengua, con una misma cosmovisión del mundo, que la inmigración procedente de los países islámicos”. No es una coincidencia que días después, Javier Maroto dijera algo similar del migrante de América del sur pero, dándole el toque pintoresco: “lo mejor que le puede pasar a su vida en España es que su hija se case con un español”.
Hay algo que une en mi cabeza lo que dijo el político del PP y la forma en que los seguidores de Vox cantan eufóricos el himno de los legionarios. Pareciera que, según la nueva coalición española de la ultraderecha, la derecha y la derechita, lo mejor que podría pasarnos a las migrantes es hacernos novias de la muerte o de uno de sus votantes, con la esperanza de algún día casarnos y mejorar de vida. Porque es la muerte civil, la muerte simbólica, la muerte de todo lo que en estos años hemos avanzado en reconocimiento de la diversidad, lo que persigue este matrimonio por conveniencia entre las fuerzas conservadoras españolas. En dicho proyecto político, el migrante ejemplar sería una mujer racializada sí, pero casadera y hablante del español, frente al resto de migrantes, dividiéndonos entre los que tenemos buena conducta y los que no, entre los que cotizan y los que no, entre los que se allanan a la cultura occidental, su lengua y su religión, y los que deben ser deportados.
¿Nos han hecho un elogio estos señores? La frase de Maroto lo tiene todo: es machista porque considera que un matrimonio aún define a una mujer. Es clasista, porque asume que no dejaremos de ser precarias mientras nos sigamos moviendo entre migrantes. Es racista porque frivoliza con una de las pocas formas que tienen a veces los migrantes en el mundo para conseguir papeles, casarse con un nativo, para burlar el cruel sistema migratorio. Es supremacista porque se regodea con la idea de una cultura única, la española, que debe ser practicada como un impuesto para permanecer en sus territorios, rechazando todo lo diferente. También es cínica porque no menciona que si los migrantes “ejemplares” hablamos español y somos parte de Occidente, es porque una cultura se impuso por la fuerza sobre la otra en un proceso colonial que dejó profundas huellas. Tan cínicos como los gobiernos europeos que cierran fronteras y construyen muros para que no vengan de sus antiguas colonias a recordarles su pasado de trabajos forzados, esclavitud, violencia y expolio, que en algunos casos siguieron perpetrando incluso durante el siglo XX, y su responsabilidad en que miles tengan que huir hoy del continente africano por la guerra y la pobreza.
Maroto, por supuesto, no ha dicho que lo mejor que le puede pasar a un hispanoamericano es casarse con una española. No vamos a escucharlos promover que una de sus hijas se case con un cholo. Lo que ha venido a decir es que lo mejor que le puede pasar a la hija de una de esas mujeres que vienen a romperse el lomo en España para mandar dinero a sus familias es casarse con uno de ellos para no vivir la vida infame de su madre. Le ofrecen intercambiar algunos de sus yugos por matrimonio y asimilación. Borrar parte de su identidad por un lugar en la mesa de Pascua. Es tan perversa la relación que tiene históricamente cierto español con la migración de sus excolonias americanas, y en especial con las mujeres, que duele que las trabajadoras que cuidan aquí para dar vida allá, obligadas a dejar a sus hijos para cuidar los ajenos, a sus madres y padres mayores para velar por los de Maroto, deban soportar sobre ellas esas miradas llenas de paternalismo violento, dominio y desprecio por sus vidas.
Al caballero español se le ha perdido la dama, le han mutilado el mapa y el territorio, le han quitado el toro, le han llenado de moco la bandera y se le cuelan por todos los orificios, pero a nosotras las migrantes del sur no nos van a usar de ejemplo unos barbudos a caballo con la masculinidad frágil para blandir otra vez el odio y la cruz contra nuestras propias hermanas. Eso ya lo vivimos. Somos descendientas de Micaela Bastidas. Somos todo menos la esposa con la que soñarías.