Nuevas palabras en el diccionario: hablemos de los cómos

23 de diciembre de 2024 22:24 h

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Llega el final del año y, con él, el anuncio de las nuevas incorporaciones al diccionario de la RAE. Diciembre se ha convertido en una especie de gala de los Oscars léxica, donde los forofos confirman sus predicciones (Se veía venir lo de dana), se indignan ante las incorporaciones a deshoras (¡A buenas horas meten funk!) y se decepcionan ante las ausencias (¿Para cuándo flamenquín, gilda, online, monologuista o poliamoroso?). Además de un seleccionador de fútbol, parece que todos llevemos dentro un lexicógrafo experto.

Estos anuncios tienen más de campaña de comunicación que de acontecimiento verdaderamente lingüístico, sobre todo porque nunca se publican los datos o la metodología que respaldan las decisiones tomadas. En último término, la selección de palabras que entran en el diccionario nos dice más del proceso de cómo se hace el diccionario de la RAE que del mundo que dice definir.

En cualquier caso y como casi siempre en la vida, lo interesante de las nuevas palabras no son los qués (es decir, qué términos, qué campos semánticos) sino los cómos: un repaso a la lista de nuevas incorporaciones lexicográficas nos permite asomarnos a las muy variadas maneras que tenemos los hablantes de crear palabras.

Entre las novedades del diccionario de este año encontramos palabras como dana, formada por acronimia, esto es, una sigla que ha acabado fosilizando de una pieza para conformar un término nuevo, como ya ocurrió con ovni o sida

Hay también palabras derivadas morfológicamente, es decir, términos creados a partir de otros ya existentes añadiendo nuevas piezas de lego y cuyo significado podemos intuir de las partes que lo conforman: infusionar, macroencuesta, sobrepastoreo, tetería, vaporera

Pero no solo de nuevas formas viven las novedades lexicográficas. Hay palabras ya existentes que ganan nuevos significados. La palabra gorila ve incrementado su patrimonio lexicográfico gracias a la adición de un nuevo sentido, el del personal de seguridad que controla el acceso al recinto. El nuevo significado es un hijo metafórico del original: el aspecto prototípico de los seguratas (corpulentos, antipáticos) recuerda al de los gorilas. También metafóricos son los nuevos usos de sangrante con el sentido de indignante (aunque no parece que sea excesivamente novedoso) o topo como persona que vive escondida. 

Aunque nos resulta conveniente pensar que una palabra es aquello que encontramos por escrito acotado por espacios en blanco o signos de puntuación, lo cierto es que el concepto de unidad léxica desborda las definiciones puramente escrituristas (¿quiere mantener a dos lingüistas entretenidos durante horas? Pídales que definan qué es una palabra). Por eso, entre las novedades lexicográficas encontramos también elementos complejos, como centro de salud, suelo pélvico, zona cero o voto de castigo.      

Una de las críticas históricas al diccionario académico es que peca de españocéntrico: la representación de términos del español europeo en el diccionario es desmesurada para la proporción de hablantes que suponen los españoles en el total de la hispanofonía, y en muchos casos los términos exclusivos del español ibérico se toman como globales sin ni siquiera marcar que se tratan de localismos. Entre las novedades de esta edición, entran varios españolismos simpaticones y festivos (y convenientemente marcados como tales), como a base de bien o el muy expresivo yuyu.

Las palabras de otras lenguas venidas de allende los mares son también una fuente prolífica de nuevos términos (umami, wasabi), sobre todo del inglés. Los anglicismos crudos (esto es, incorporados al castellano tal cual se escriben en su origen sin adaptar) como fitness o groupie conviven con otros que sí han sido adaptados ortográficamente (espóiler, sóftbol). La disparidad de criterio sobre por qué algunos anglicismos se incorporan adaptados ortográficamente mientras que otros no es uno de esos asuntos donde se echa en falta una mayor transparencia metodológica.  

Pero si hay una palabra que ilustra bien la enorme complejidad que puede entrañar el proceso de préstamo y la creación de nuevas palabras es la aparentemente anodina barista. Barista es una palabra aterrizada más o menos recientemente que se utiliza para denominar al experto en café que trabaja en establecimientos especializados donde se preparan cafés con nombres exóticos servidos con una oferta amplia de leches y espumas decorativas. Algo así como un sumiller del café. Históricamente, la palabra barista se originó en italiano pero a nosotros nos llegó a través del inglés. ¿Es entonces barista un italianismo? ¿O deberíamos considerarlo un anglicismo? Para más inri, la palabra barista resulta transparente morfológicamente en castellano: nos es fácil reconocer como propia su estructura, formada por la raíz bar y el sufijo ista, ambas piezas perfectamente funcionales en castellano y que no suponen ningún escollo para el hispanohablante común. Una persona monolingüe que desconozca la historia de la palabra barista muy probablemente no percibirá como foráneo el término (no digamos ya como anglicismo), a pesar de que con la etimología en la mano ciertamente lo es. Cabe entonces preguntarse si debemos considerar como extranjerismo aquellas palabras que son foráneas o solo aquellas que los hablantes entienden como foráneas (y tratan como tal). En último término, lo que la inclasificabilidad de la palabra barista demuestra es que ser un préstamo no es tanto o no es necesariamente algo que viene dado por la historia de la palabra como por el estatus que los hablantes otorgan al término en su repertorio léxico mental. 

La fanfarria léxica con la que cerramos el año es una buena ocasión para admirar la sofisticación lingüística de la que hacemos gala los hablantes sin apenas darnos cuenta. Solemos tener muy presente que aprender un idioma pasa (entre otras cosas) por interiorizar los patrones sintácticos que permiten armar oraciones en la nueva lengua (los objetos directos van aquí, el sujeto y el verbo concuerdan asá, estos complementos llevan esta marca o esta preposición). Pero sumergirse en una lengua conlleva también asimilar los patrones del nivel microscópico que nos permiten acuñar y entender palabras nuevas.