No tiene nada que ver, absolutamente nada que ver, un matarife de ETA confeso y orgulloso como Josu Zabarte, 17 crímenes en sus manos, dispuesto a volver a asesinar porque sus víctimas no le quitan el sueño, con los refugiados sirios que han huido de su tierra, entre otras cosas, para impedir que gente como el carnicero de Mondragon les volaran la cabeza. Otegi, ese constructo aprendiz de Mandela, descolorido por dentro y por fuera, trata de empatar tramposamente magnitudes incomparables, pero no cuela.
Antes de ir al Parlamento europeo, se ha manifestado Arnaldo Otegi de la mano de asesinos acreditados, con trienios de sangre y sin brizna de arrepentimiento, como son Anton López Ruíz, Kubati, 13 asesinatos; entre ellos, el de la exetarra Dolores González Katarain, Yoyes, tiroteada por Kubati delante del hijo de la dirigente que decidió salir del rebaño antes que sus matarifes.
Ha recorrido Otegi las calles de Bilbao a la vera de Josu Zabarte, carnicero de Mondragón, con 17 asesinatos de los que dice sentirse orgulloso, hasta el punto de que no sabe los nombres de los que mató, “ejecutó”, dice él. Entre otros, Zabarte asesinó a un niño de 13 años.
Estaba también a la vera de Otegi Isidro Garalde, Mamarru, criminal, furriel de Parot y de otros etarras con trienios, con tres asesinatos en sus manos. Con Otegi marchaban los Olarra y los Olano, que tantas veces han justificado esa insania ruin y cobarde de la “socialización del sufrimiento”, con la que durante años los etarras, tinglado civil y aparato estrictamente criminal a pachas, han justificado, jaleado, celebrado y explicado un amplio listado de asesinados y asesinables.
Kubati defiende ahora las llamadas antaño peyorativamente, “salidas individuales”, por las que él asesinó a Yoyes, la etarra que quiso dejar de serlo hace treinta años, y que por buscar su vida propia antes del tiempo etarra fue tiroteada por Kubati: “soy de Eta y vengo a ejecutarte”. Este es, entre otros, uno de los problemas de la banda: se han pasado la vida llegando tarde a los sitios y asesinando, hace treinta o cuarenta años, a los que decían algo muy parecido a lo que dicen ellos ahora. Cuestión de tiempos, pero, ¡ay! los asesinados no vuelven mientras los asesinos no reconocen, como mínimo, el error.
Los antiguos guardianes de la estricta ortodoxia, los Rufi Etxebarria, los Pernando Barrena, reprochan hoy a los presos de ETA no tener “flexibilidad” ante los nuevos tiempos, después de que ellos, y otros treinta como ellos, hayan pactado ¡con el fiscal de la Audiencia Nacional y con las asociaciones de víctimas! que los batasunos estaban supeditados a ETA, que habían causado daño y que había que acogerse a las salidas individuales para no entrar en la cárcel, esa de la que no han salido los calificados ahora como inmovilistas por los que nunca han dejado de ir a lo suyo.
Josu Zabarte, el carnicero de humanos, el colega de marcha de Otegi, tiene dicho que él no asesinaba, que “ejecutaba” (el muerto se queda igual); que no se arrepiente de nada, que sus víctimas no le quitan el sueño y muestra un orgullo primario y criminal que resulta mineral. (Entrevista de Ángeles Escrivá. El Mundo: 20/10/2014). Lleva este majadero un pendiente en la oreja con la serpiente, símbolo de ETA, y ofrece esa imagen patética del homínido que alardea de haber asesinado para luego tomarse unos potes, que se viste como si tuviera veinte años, cuando ya ha cumplido más de 70.
Con todos estos marchaba unido Otegi, en armonía y foto compartida, después de haber recurrido a la caricatura de mostrarse con una bolsa, como del Caprabo, con la bandera de Sudáfrica, cuando salió de la cárcel. Menos mal que no la ha llevado a Europa, la carcajada hubiera llegado a Johanesburgo.
Vive Otegi una intensa campaña de blanqueo de colmillos, pero conviene recordar que en los primeros ochenta ETA p-m (eta político militar), la organización terrorista a la que él perteneció, llegó a la conclusión de que había que dejar de asesinar a los construidos como enemigos -muchos más en democracia que en la dictadura, por cierto- para dedicarse a hacer política por vías pacíficas; es decir, discrepar sin que tengan que pasar los de pompas fúnebres cada vez que le metes a alguien una autocrítica por ser español.
Otegi, al que apodaban 'el gordo' sus conmilitones polimilis, podía haber decidido entonces -primeros ochenta- dejar la violencia, bajarse de una organización que mataba y ponerse a hacer política -en otra definición: gestionar la frustración de no conseguirlo todo para esta tarde-, pero como me contaba uno de los jefes de Otegi entonces, la pregunta que formulaban la mayoría de los etarras cuando se les decía que había que dejar de asesinar y empezar a hacer política era: “¿y qué hago yo ahora con mi vida?”. Nada heroico, en suma.
Le molesta a Otegi que le digan ahora que más de cuarenta años de asesinatos, que 858 víctimas mortales después, que setenta secuestrados más tarde, que miles de heridos, gentes que se han tenido que ir de Euskadi, centenares de vidas rotas, no han servido para nada. Esta certeza le irrita especialmente, porque no debe ser fácil asumir que toda tu vida ha sido una fábrica de muerte, sangre y dolor sin conseguir ni una coma de la retahíla de objetivos de la llamada alternativa KAS –¿se acuerdan de este resto arqueológico por el que tanto se asesinó?
Invitado por el matón de Iglesias -ese que zahiere a los periodistas currantes de base, mientras rinde pleitesía pelota a los directores y responsables de los programas que lo han construido- y por IU, Otegi ha evacuado en el parlamento europeo. No ha hecho la más leve cita, por ejemplo, a José Luís López de Lacalle, miembro del PCE en tiempos de Franco, detenido, encarcelado bajo la dictadura y que cuando fue asesinado por ETA (2000) mereció de Otegi este comentario: es la forma que tiene la organización de poner encima de la mesa su opinión sobre el papel de los medios de comunicación. Menuda opinión, que una vez formulada exige que pasen los camilleros.
Iglesias celebra que Otegi esté en la calle y después de calificarle de preso político, dice que ha contribuído a la paz. Otegi dice que la banda a la que perteneció y siguió perteneciendo, no asesina a los que negocian. Lo cierto es que no mató a Jesús Eguiguren porque iba forrado de escoltas, pero asesinó a Isaías Carrasco -íntimo amigo de Eguiguren-, humilde trabajador del peaje de la autopista Bilbao-Behobía, porque era lo más parecido a un Eguiguren sin escolta que encontraron a mano. Otegi, ¿a partir de que asesinado empezó a estar mal asesinar? ¿Nos lo puedes decir?
Estaría bien que Garzón, que no sé si sabe quién fue López de Lacalle, recordara a esos militantes del PCE vasco, que fueron de los primeros en manifestarse por las calles de Bilbao contra los crímenes de ETA. Al arrogante Iglesias, el de “la vía armada”, la “violencia política”, el “preso político”, los votos, y el matonismo con los periodistas débiles, no parece que haya que pedirle nada, lo único que le importa es él.