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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

El país donde nada es lo que parece (ni lo que dicen)

Rodrigo Rato, en una imagen de archivo.

Pascual Serrano

Vivimos en un país donde un ministro de Hacienda (Rodrigo Rato) está acusado de defraudar al fisco 6,8 millones, donde el líder histórico del nacionalismo catalán (Jordi Pujol) y su familia se llevaban el dinero a Andorra. Un país en el que un ministro de Defensa (Federico Trillo) resulta ser quien menos defendió a sus militares, primero vivos, cuando les subió a un avión desvencijado; y después muertos, cuando ni se molestó en investigar la tragedia, identificar los cadáveres y tratar con respeto a las familias.

Vivimos en un país en el que la política más representativa del neoliberalismo enemigo del intervencionismo del Estado (Esperanza Aguirre) se embolsa 4,5 millones de ayudas públicas para la empresa que funda con su marido. Y el consejero delegado del principal grupo de comunicación que se presenta como defensor de la libertad de expresión (Juan Luis Cebrián) despide de su radio al periodista que en su diario publica la presencia de su esposa en los papeles de Panamá.

Vivimos en un país donde hasta un señorito andaluz (Bertín Osborne) termina reconociendo que el líder histórico del socialismo que llegó a presidente (Felipe González) es más de derechas que él.

Para que un sistema –social, político, económico, o todo ello junto– tenga legitimidad en una sociedad es necesario que los ciudadanos perciban credibilidad y coherencia entre los representantes y figuras públicas. Si no es así, si los ministros de Hacienda no pagan sus impuestos, los ministros de Defensa dejan que mueran los militares, los gobernantes nacionalistas se llevan el dinero a otro país, los políticos liberales se quedan con las subvenciones del Estado, los periodistas son los censores de la información y los líderes socialistas son más de derechas que los terratenientes, vivimos en un país en que todo es mentira. Tan mentira como el resultado de las elecciones, en el que los ganadores llegan al poder con campañas electorales pagadas con dinero negro e ilegal, de donde solo pueden salir gobiernos ilegítimos.

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