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La patria y los pobres

(Imagen: Pixabay)
3 de junio de 2021 06:00 h

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La patria no es para los pobres. A un trabajador o una trabajadora le preguntas por la patria y piensa en tener un trabajo y un techo bajo el que criar a sus hijos. Lo cual tiene un sentido etimológico mucho más certero, porque patria viene de la raíz latina de pater y a su vez de una indoeuropea mucho más antigua. El padre, los padres, los antepasados. Mi padre tan solo se acordó con nostalgia de su patria cuando, ya jubilado, y con los hijos fuera de casa, pudo recordar los campos de su infancia. Tan solo volvió a la patria cuando se lo permitió el patrón, que por desgracia, viene de la misma fuente.

Dos mujeres jóvenes, enamoradas de la cultura clásica, me han hecho últimamente escuchar las palabras. No en su fonética. En su significado. Claro, alguien me dirá que el significado de las palabras es manipulable. Como decía Humpty Dumpty en “Alicia a través del espejo” las palabras significarán exactamente lo que yo quiero que signifiquen.  Y esa es una gran verdad, por mucho que se esfuerce la RAE, siempre llega alguien que retuerce el término a su gusto. Pero la prueba del algodón de las palabras está en bucear en sus orígenes. En su significado primigenio, hasta llegar casi a la onomatopeya de la que parte. Estas dos mujeres son Andrea Marcolongo que acaba de editar en España “Etimologías para sobrevivir al caos” donde analiza el origen de 99 palabras clave de nuestros tiempos. Y la otra es Irene Vallejo, que con su delicioso viaje por los libros de “El infinito en un junco” desbroza, no tan solo el origen de las palabras, sino de tantas otras cosas que dan sentido a nuestro tiempo, porque ya existían grabadas en las paredes de Babilonia, o de Grecia. Ya pasaron casi igual.

Andrea enfoca el origen de “odio”, que viene del latín y a su vez del étimo griego que significa roer, diente… y lo enfrenta al origen de felicidad, “fe-” algo fértil, fecundo. Uno te hunde, te roe. El otro te eleva, te hace mejor. Volviendo a la patria, tengo muy claro que es lo que todo padre quiere para sus hijos. Lo mejor. Y lo mejor no es roerle el alma, agujerearle el futuro, hundirlo a dentelladas en un enfrentamiento que todo buen padre o buena madre evita, justo por no perder lo que más quiere. El odio no construirá un futuro mejor para nuestros hijos. Una “patria” no puede asentarse en el odio. Pero ya vemos que las palabras son de quienes las dominan, y hay “patriotas” que han sabido apoderarse de ellas y crear discursos que suenan a “hogares felices”, a futuros esplendorosos si ahora nos aplicamos a odiar. Odiar es lo contrario a prosperar, lo contrario de ser feliz. No entiendo por qué cuando algunos sacan la patria, el himno y la bandera es siempre con el odio a cuestas. ¿Por qué será que esa patria y esas banderas las sacan “los patrones” cuando las cosas se les tuercen? El miedo a perder el poder que siempre han tenido les da por agitar las banderas. Lo más extraño es que, pese a que a través de la historia siempre hemos pagado el pato y puesto los muertos, los pobres caigamos una y otra vez en esa trampa. La italiana Marcolongo analiza otra palabra: “leer”, que viene de “legere”, que en latín significa escoger. A través de la lectura escogemos quiénes somos, nos construimos. Todo el tiempo estoy hablando de pobres, y de patrones, parecerá que me refiero a otra época. A otro siglo. Porque nadie quiere ser pobres, ni clase obrera. Palabras en desuso, pese a que no dejan de aumentar de contenido. Ahora leemos y escogemos ser clase media. Todos aspiramos a no salir de ahí porque nos costó mucho llegar. 

Irene Vallejo menciona a un clásico que dijo algo así como que “una sociedad empieza a descomponerse cuando cualquier muestra de moderación se califica como cobardía”. ¿No es mejor luchar por esa sociedad que tanto ha costado construir? ¿No es mejor apostar por cualquier gesto, cualquier cambio de tono que suponga una vía que no lleve a la cornada? A lo mejor habría que leer más a los clásicos y escuchar lo que querían decir sus palabras. 

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