El otro día asistimos a una muestra escénica sobre la tumba de Franco. Lo hicimos desde la comodidad de nuestros hogares, gracias a la grabación de Pedro Armestre, que fue el cámara que acompañó al artista gallego Enrique Tenreiro, un provocador que hasta ahora no había traspasado las dulces fronteras locales y que, con esta acción, se ha dado a conocer para el gran público.
Si hacemos un poco de historia y nos situamos en el periodo de entreguerras, los nombres de Tristan Tzara, Duchamp o Picabia, resaltan entre los escombros de la vanguardia europea que vendría a asegurar la tensión entre política y arte. Hasta entonces, el pensamiento andaba distanciado de la acción y para aproximarse, nada mejor que transformarlo en imaginación. De esta manera, con imaginación, se llevarían a cabo las acciones de raíz política en nombre del arte.
Tras la Segunda Guerra Mundial y con la guerra fría, la imaginación se vería de nuevo reducida a pensamiento y la acción perdería su raíz política. Por eso es importante tener en cuenta la performance que el otro día montó Enrique Tenreiro sobre la tumba de Franco. Imaginación y acción volvieron a acercarse.
Con todo, fue un acto un tanto chapucero. Ya puestos, en vez de una paloma de la paz hubiese quedado mejor pintar un pene, dicho por lo fino. Pero claro, hacer crítica de salón desde la seguridad de nuestros hogares queda como muy fácil, mientras Enrique Tenreiro se ha jugado la boca al profanar la tumba de un genocida que todavía tiene una montonera de adeptos.
Algunos de ellos han salido a decir que habría que hacer lo mismo en la tumba de Carrillo. Los que apuntan la revancha, hablan por hablar, pues, Santiago Carrillo es un muerto sin tumba desde que fue incinerado. Sus cenizas se esparcieron en el mar de Gijón hace ya media docena de años.
Pero ya se sabe que los fachas no destacan por pensar lo que dicen. La derecha siempre se ha caracterizado por la falta de pensamiento y, por extensión, de imaginación. Por lo mismo, el arte de vanguardia es asunto de trinchera contraria. Esperemos que Enrique Tenreiro haya removido imaginaciones y conciencias y que no sea la primera acción de este tipo.
Todavía quedan muchos símbolos franquistas por ser garabateados con la imagen de un pene, dicho por lo fino, y que por lo grueso llega a ser el femenino de “pollo”, vocablo que, además, coincide con el escudo de la bandera de los fachas. Pues eso.