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El Perú y “lo caviar”

El presidente de Perú, Pedro Castillo, toma juramentación a la excongresista Myrtha Vásquez como nueva presidenta del Consejo de Ministros. (Archivo)

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En el Perú (y en el mundo, me temo) desde hace un tiempo se ha impuesto en el lado de la derecha que todo lo que no es facha es exactamente lo mismo: cincuenta sombras de rojo. Pero para un sector de la propia izquierda, más bien, parece que todo lo que es pro derechos (humanos, mujeres, LGTBQI, medioambientales, territoriales) es progre, es decir falsamente de izquierda, casi gauche divine, o como se dice aquí y en mi país, caviar. Vivimos en el mundo sin matices en el que para unos lo caviar es terrorismo y para otros es la derecha misma.

Ya lo dijo la feminista boliviana María Galindo: “No se puede descolonizar sin despatriarcalizar”. Y nosotras decimos: y viceversa. Patriarcado y Colonialismo son dos regímenes de control social que se retroalimentan, la historia lo demuestra. Ningún liderazgo, ni siquiera el indígena, va a poder defender la vida y la diversidad con exclusiones. Y ningún gobierno feminista que no sea antirracista y anticolonial va a poder contra las políticas del neoliberalismo, la blanquitud y el extractivismo. 

En el Perú, los últimos ataques “anticaviares” han venido del propio partido de gobierno, Perú Libre, y contra las decisiones de su propio presidente y se han dirigido contra los nuevos cuadros femeninos del gabinete recién nombrado por Pedro Castillo. Parece increíble, pero han llamado a Gisela Ortiz, la flamante ministra de Cultura, caviar. Una mujer no limeña, de Chachapoyas, que enterró durante años las manos en la tierra buscando los huesos de su hermano asesinado por Fujimori. A ella, que tras años de dolorosa lucha, junto al resto de familiares de las víctimas de La Cantuta, logró que se haga justicia y por eso Fujimori está en la cárcel y a la que por esa razón la derecha sigue tratando de terrorista. A ella, sí, a ella la llaman caviar. 

La nueva premier, Mirtha Vasquez, también les parece otra caviar. Una mujer joven cajamarquina, abogada de la luchadora social Máxima Acuña, a la que acompañó a enfrentar el poder monstruoso de una mina como Buenaventura. Pero los que probablemente no hayan tenido que lidiar con monstruos de ese tamaño la llaman caviar.

Es retorcido que se les llame despectivamente caviares a esas dos mujeres profundamente identificadas con el proyecto político que ganó las elecciones en Perú, el que defiende que el país está por primera vez ante la posibilidad de cambios históricos, estructurales, cambios también en la administración del Estado. Un gobierno que ha ofrecido introducir políticas públicas que reviertan la profunda situación de desigualdad social y económica, y combatan la idea de una sociedad aún dividida en castas, entre privilegiados y oprimidos. 

Pero lo más sorprendente es que al menos estas dos personas del gabinete Castillo –que no disgustan del todo, es verdad, a sectores más de centro y derecha liberal–, también defienden temas centrales de este gobierno que a cualquier liberal y “caviar” real le producirían histeria y síncopes: la segunda reforma agraria, la asamblea constituyente y la necesidad de una nueva constitución, la soberanía de recursos, los derechos laborales, la revolución social y el cambio de modelo económico privatizador de la salud y la educación. Temas que la ultraderecha considera directamente reivindicaciones terroristas. Y a ese ninguneo para la revolución solo puedo llamarlo de una manera: patriarcado.

Por otro lado, en mi país soportamos también posiciones que solo entienden el progresismo si y solo si no incluye una ruptura del orden social y económico actual, es decir el que sigue perpetuando desigualdades de clase, género y raza, hablo de sectores del feminismo como el feminismo blanco que pretende leer la realidad solo bajo el lente del género y desde un lugar cero comunitario, individualista, que sigue sin mirarse sus privilegios respecto a la mayoría de miembros del gobierno y del partido de gobierno peruano, sosteniendo tesis liberales como la meritocracia o que reclaman paridad pero solo entre hombres y mujeres. Y lo hacen de un modo virulento y vergonzosamente bravucón, desde un claro lugar de poder.

Por supuesto, ideas como asamblea constituyente, Estado Plurinacional o reforma agraria no están en su discurso y la lucha contra el racismo de manera muy secundaria. Al final, terminan sumándose a la instrumentalización que hace la ultraderecha local del feminismo en su afán de tumbarse al gobierno de izquierda macha, que les da tanto miedo, a unos  y otros, tanto por ser un gobierno cholo como por ser un gobierno antisistema. Como dice Adriana Guzmán, del feminismo comunitario boliviano, “hay una lógica masculina y machista del poder (...), pero la denuncia del racismo es histórica, porque hemos vivido un colonialismo profundo construido sobre nuestros cuerpos. Yo no soy del MAS pero por la cara que tenemos todas estamos dentro del MAS ahora”.

Es clave escuchar en nuestro país experiencias que vienen de territorios como Bolivia que, aunque de manera imperfecta, han hecho el tránsito hacia el Estado plurinacional o Chile, que se encuentra en pleno momento constituyente. Las izquierdas del Perú y sus periferias próximas deben estar atentas a este flujo continental que aterra a las derechas globales.

Crecí entre la izquierda desunida, soy producto de ella, y no sé, pero igual en lugar de estar tirándonos piedras sobre nuestro propio tejado o de sentirnos los verdaderos elegidos para medium del pueblo o de pasarnos la vida llamando oligarcas a todas las feministas, se me ocurre podría escucharse no solo lo que dice el santo Partido, sino también qué dicen las organizaciones sociales, obreras, campesinas, de barrio, de mujeres, de maricas, lesbianas y trans. O en lugar de estar queriendo escuelear todo el día en feminismo a la gente del gobierno podrían hacer exactamente lo mismo, mirarse, escuchar y pensar en comunidades más allá de sus grupitos. Y en vez de apuntar, perseguir y terruquear todo el rato al partido que gobierna, Perú libre, y a sus bases populares, apuntar y terruquear más a los poderes de facto.

Como diría Vallejo, ay izquierda, también cuídate de tu propia izquierda. Porque mientras se pelean por quién la tiene mas grande, la ultraderecha machista, homófoba, rica, poderosa y sus operarios mediáticos, pegan saltos de felicidad usando a los exministros defenestrados, con la herida supurando, ahora caseritos de los medios fujimoristas, como cañonazos humanos contra el gobierno de izquierda que se supone iban a construir juntos, entre todos, y por un Perú verdaderamente libre. ¿Quién le hace el juego ahora a los golpistas?

Estamos en un momento importantísimo en que empieza a hablarse de tocar privilegios económicos en el Perú aún tan oligárquico. Y ya sabemos que patriarcado y capital alianza criminal. Por eso necesitamos despojarnos de ambos a la vez.

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