Nuestro ombliguismo como especie no conoce límite. Nos creemos dueños y señores del planeta hasta tal punto que, además de desdeñar y someter al resto de seres vivos que lo habitan, nos atrevemos a unir el destino de la Tierra al nuestro.
Basta con echar una mirada a los titulares informativos sobre la crisis climática que estamos provocando para comprobarlo: “15 meses para salvar la Tierra”, “Objetivo: salvar el planeta”, “La Tierra más en peligro que nunca”…
Como venimos recordando en este rincón de eldiario.es, la Tierra lleva cuatro mil quinientos millones de años orbitando alrededor del sol y seguirá haciéndolo sea cual sea nuestro destino o el estado en el que la dejemos. Porque a escala planetaria, y aunque muchos nos atribuyan la condición de agente geológico (incluso propongan una nueva edad geológica: el antropoceno) lo cierto es que no somos más que una anécdota de la biosfera fruto del azar evolutivo.
No, el ser humano no es una amenaza para la Tierra sino para sí mismo. Lo que estamos ocasionando es la alteración de las condiciones de vida que nos han permitido llegar hasta aquí y alcanzar los actuales niveles de desarrollo de nuestra sociedad. La crisis climática amenaza al mundo, no al planeta.
Si resumiéramos la historia de la Tierra en una enciclopedia de diez tomos, la del ser humano ocuparía tan solo el último capítulo del último tomo. Pensar que el futuro del planeta está en las manos de los recién llegados y que nuestra alteración de sus procesos globales puede ocasionar su destrucción (como se está publicando estos días en algunos medios) es de una vanidad ridícula y una notable falta de rigor. Otra cosa es que lo estemos convirtiendo en un lugar cada vez menos confortable y más inseguro para nuestra especie.
El último informe especial del Panel de Expertos en Cambio Climático de la ONU (IPCC) así lo confirma. Centrado en evaluar las repercusiones de la crisis climática en los océanos y la criósfera (las zonas heladas del planeta), sus conclusiones, de las que ya les informó en el diario mi compañero Raúl Rejón demuestran la perfecta emboscada que nos estamos preparando sobre nosotros mismos.
Este nuevo aviso (el enésimo) de los científicos que siguen la evolución del cambio climático y nos alertan de sus graves repercusiones llega en un momento decisivo para nuestro futuro como especie: debemos reaccionar ya.
Una de las principales características del cambio climático es que tiene una inercia difícilmente corregible, por lo que para evitar sus peores consecuencias deberíamos haber actuado ayer: hoy vamos tarde; mañana será imposible corregir el rumbo. De hecho. el calentamiento global apenas ha empezado a manifestarse (aumento del nivel del mar, megaincendios, episodios meteorológicos extremos) y ya nos estamos tambaleando.
Si no logramos frenar las emisiones de gases con efecto invernadero hasta alcanzar cuanto antes un escenario de emisiones cero, los modelos que elaboran los climatólogos irán siendo cada vez menos optimistas y la inercia nos dirigirá con rumbo fijo hacia los peores escenarios: para nosotros, no para el planeta.
Como decíamos la semana pasada, todavía estamos a tiempo de evitarlo, pero si no reaccionamos de forma inmediata, si cada uno de nosotros no se declara en emergencia climática y asume su compromiso individual, corremos el riego de convertir nuestro maravilloso y confortable planeta en un lugar cada vez más inhóspito para la humanidad.
En sus últimas conferencias, Stephen Hawking, uno de los científicos más relevantes de la historia fallecido el año pasado, insistía en que las condiciones que hacen posible nuestra permanencia en la Tierra estaban llegando a su fin y que el futuro de la humanidad pasaba por emigrar al planeta Alpha Centauri: a unos 4,5 años luz de distancia. En nuestras manos está que esa hipótesis no acabe en certeza, y para ello lo primero que deberíamos aceptar es que quienes estamos en situación de emergencia somos nosotros, no el planeta.