El PNV no se echará al monte
El PNV tiene las manos libres para maniobrar. La holgada victoria conseguida este 21-N le va a permitir a la formación peneuvista iniciar de manera relaja las negociaciones para la formación de gobierno. Y, paralelamente, Urkullu puede permitirse el lujo de plantear esta ronda de partidos como un banderazo hacia ese nuevo “estatus políticos” que su partido ha prometido con el horizonte del año 2015. Pero sin divorcios, sin rupturas con España.
De momento, Urkullu cuenta con el beneplácito de la candidata de EH Bildu, Laura Mintegi, quien durante la campaña se ha afanado en proclamar la coincidencia entre ambas formaciones. En el debate en la televisión vasca en castellano, Urkullu le replicó que defienden el mismo espíritu pero no el mismo método; en el debate en euskera, no existió tal matización.
En cualquier caso, el nuevo mapa electoral dice que PNV y EH Bildu suman 48 de los 75 escaños del Parlamento vasco. Con la desaparición de la actividad de ETA, estas elecciones muestran posiblemente la fotografía más fiel de la realidad vasca: el nacionalismo es mayoritario. A pesar de los mensajes alarmistas de PSE-EE y PP sobre las supuestas intenciones independentistas del PNV, la formación de Urkullu ha neutralizado todos los ataques con un discurso moderado. Ahora, esta mesura le puede permitir a la formación peneuvista plantearse un posible acuerdo de gobierno con los socialistas o, la menos, que el PSE-EE ofrezca sus votos para la elección de Urkullu como lehendakari pero sin asumir responsabilidades de gobierno. Este pacto permitiría a los socialistas presentarse en todo el Estado como los moderadores de las ansias independentistas del PNV.
Pero el PNV tampoco puede dejar de lado su reivindicación soberanista. Sin olvidar la rentabilidad que le proporciona su imagen de gestor, Urkullu seguirá incidiendo en un nuevo estatus político sabedor de que cuenta con la ventaja de poder observar cuáles son los pasos que da Cataluña. CiU, esa especie de homólogo catalán, le puede allanar el camino, sin necesidad de arriesgar. En Sabin Etxea, la sede central del PNV, en Bilbao, tienen claro que no se van a echar al monte. Más cuando el independentismo de EH Bildu parece haber tocado su techo electoral y sigue sin ser una amenaza inminente para la hegemonía peneuvista.
Por el lado, soberanista, pues, no hay peligro. Y desde el lado constitucionalista, el PSE-EE se ha desinflado y ha sufrido el desgaste del poder. Tras 30 años de gobierno nacionalista, el PSE-EE dejará la Lehendakaritza con un Patxi López herido. Su presencia en la plancha electoral de Álava, evitando así la pugna directa en Bizkaia con Urkullu, no le ha evitado una amarga derrota en el territorio alavés, donde el PNV ha sido la primera fuerza, al contrario de lo que ocurrió en los comicios autonómicos de 2009. Ahora falta saber si este grave tropiezo puede frustrar definitivamente las intenciones de López de convertirse en una figura emergente dentro de la ejecutiva federal del PSOE en Madrid, porque para el actual lehendakari no parece muy gratificante la posibilidad de convertirse en el portavoz de una oposición parlamentaria sin apenas posibilidades de influir en el futuro gobierno de Urkullu.
El PP, por su parte, se queda en diez escaños, tres menos. Antonio Basagoiti debe asumir que preside una formación que no pasa de ser algo más que residual. La gestión del PP en el Gobierno central no ha ayudado al PP vasco pero, en cualquier caso, Basagoiti empieza a parecerse a un candidato amortizado.